Capítulo 4

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                A la mañana siguiente me despertó el sonido de una llamada entrante. Contesté sin mirar y resultó ser Roxanne Chapman, para avisarme que sí iban a rentar el departamento. En seguida llamé a Daniel para darle las buenas noticias. En un par de días había que cerrar el contrato y entregarles las llaves. Pero ya él iba a encargarse de ese tema, como se encargaba también de las cuestiones relacionadas al alquiler de la propiedad que me correspondía a mí. No es que no quisiera hacerlo yo misma, pero a él se le daban bien esas cosas, y le gustaba hacerlo por mí. Yo sólo recibía el depósito en mi cuenta bancaria una vez al mes.

                Me levanté con muy pocas ganas. Tenía una flojera terrible instalada en mi cuerpo. Me vestí casi sin abrir los ojos, me lavé los dientes y apenas pasé un cepillo por mi pelo. No tenía ganas de desayunar, así que tomé un vaso de jugo y partí hacia el instituto. En general me gustaba ir caminando, pero no tenía ganas ni de eso. Tomé un taxi.

                La mañana de clases estuvo bien. Los martes no eran de lo más emocionantes, pero al menos estaba haciendo lo que me gustaba. El problema fue cuando llegaron las 16:00 y me tocó entrar al trabajo. Nada más sentarme en mi escritorio una de las dos médicas que atendían en ese consultorio llamó para avisar que había tenido una urgencia en el hospital, por lo que llegaría tarde. Tuve que llamar a todos los pacientes del día para retrasar sus turnos al menos una hora. Genial, saldría tarde de trabajar.

                Como no pude comunicarme con todos los que debían ir a hacerse atender esa tarde, algunos llegaron igualmente a horario, enojándose por la demora. En particular una madre con su nena, que se levantó de su silla al menos cinco veces desde que entró hasta que la doctora la llamó. Y cada vez se dirigió hacia mí con peor tono. Como si la culpa de todo eso fuera mía.

                No es que esa situación fuera extraña en mi trabajo. Es decir, en general, esperar no es algo que a la gente le guste. Pero ese día en particular yo no tenía ganas más que de estar en mi cama durmiendo. No cargaba con la paciencia suficiente como para afrontar una sala de espera repleta, con turnos demorados más de una hora. Tal como lo preví, esa noche llegué a casa súper tarde. Usualmente a las 20:00 salía del trabajo, pero ese día pasaban las 22:00 cuando despedí a la última mujer en ser atendida. Una locura.

                Me di una ducha rápida y me fui directo a la cama. Estaba de muy mal humor como para cocinar algo, y mi heladera estaba casi vacía. No porque no tuviera para comprar, sino por pura flojera. Y la mañana siguiente no fue mucho mejor. Tomé un vaso de leche, y otra vez al instituto. Eso era justamente lo que mi madre tenía miedo de que me pasara si vivía sola. Que dejara de comer como es debido, como había hecho después de la muerte de mi padre. Pero esto era distinto, no era más que un desgano pasajero.

                Miércoles y la clase de Técnicas Teatrales. Al fin algo que me sacudió el mal humor. Eso era realmente divertido, disfrutaba muchísimo de las actividades que el profesor nos daba, de las improvisaciones, de los ejercicios de respiración y vocalización, de todo. Aunque la mayoría de las veces implicara entablar diálogo con algunos compañeros, no me importaba. Me sentía segura haciéndolo en el contexto de la actuación. Sentía que de verdad eso podría ser lo mío, y el profesor así me lo hacía sentir también.

                Para mejorar todavía más el miércoles, la segunda asignatura que teníamos era Historia del Arte, con esa profesora que me había cautivado desde el primer minuto. Escucharla era un placer. Era fácil olvidar que uno estaba ahí estudiando. Me hubiera gustado ser algunos años mayor, sólo para estar en su círculo social y hacerme su amiga. Pero todo lo bueno termina pronto, y mi actitud cambió rotundamente cuando la mujer nos dio una actividad para hacer.

El resto de mi vida [Vauseman]Where stories live. Discover now