Traumas

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Traumas

Coincidir con su nueva compañera de trabajo había sido más complicado de lo esperado. Después de que ella se presentase ese viernes para conversar con Kane y obtuviese el trabajo, Clarke pensó que vería a la chica más seguido y terminaría, de una buena vez, lo que pudo haber sucedido en año nuevo. Pero, mierda, aquello parecía más difícil de lograr de lo que parecía. Tenían turnos alternados, y aunque lo normal hubiese sido que se encontraran al intercambiar el puesto, cada vez que llegaba a Polis las camareras le informaban que Lexa acababa de marcharse. Así fue durante toda la semana, una serie de desencuentros constantes que, como sea, terminarían ese día. Y es que por un problema con el personal ambas tendrían que trabajar en el mismo turno.

No sabía muy bien porque tenía tanto empeño con la castaña. Sí, era bonita, o más bien hermosa, y tenía una sonrisa que, de proponérselo, lograría parar el mundo, pero eso no lograba explicar su comportamiento. Es decir, tenía tantas ganas de tirarse a Lexa que, en el transcurso de aquella semana, no había quedado con alguien más a pesar de que las oportunidades sobraron. Era extraño. Quizás todo se debía a que era la primera vez que no concretaba las cosas de una sola vez, como solía ocurrirle siempre. Estaba tan acostumbrada a obtener lo que quería que resultaba raro no hacerlo, y puede que allí se originase ese capricho. Porque estaba segura de que lo que sentía por ella era capricho... O quería estarlo, sino ¿qué otra cosa podía ser?

Esa tarde llegó a Polis más temprano que de costumbre. Era cierto que pasaría junto a su nueva compañera varias horas, pero una vez que terminase el último turno de clases en la universidad el bar estaría a tope y sería prácticamente imposible conversar. Además quería revisar los suministros y tratar, en lo posible, de adelantar la lista con el pedido de bebidas que debía entregar al proveedor la próxima semana. No era tampoco que todo girase en torno a su vida sexual.

Al ingresar al bar, como era usual a esas horas, encontró el sitio vacío. La única allí era Lexa, quien se hallaba sentada sobre uno de los taburetes frente a la barra leyendo un libro. Parecía que era interesante, porque estaba tan abstraída con ello que ni siquiera reparó en la presencia de Clarke ni en el ruido de que hizo al atravesar el salón para acercarse a ella.

-Dichosos los ojos que te ven, Alexandra – murmuró en voz baja junto a su oído, aunque para mala suerte suya esta vez, en lugar de sorprenderla, tan solo consiguió que la chica suspirase sonriendo. Quizás no había estado tan abstraída con el libro ese, pero de todas formas quiso simular que sí.

-¿Algún día dejarás de hacer eso?- preguntó, girando un poco sobre el taburete para quedar frente a frente con ella. Esa cercanía con sus labios bastó para que los sentidos de Clarke se alterasen por completo, y tuviese que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no bajar su mirada hacía su boca. No podía quedar en evidencia de esa forma. Tan solo se limitó a mirarla confundida, y es que no entendía muy bien a que se refería la castaña. - Mi nombre. Te dije que prefiero Lexa-

-Y yo te dije que me gusta más Alexandra- quizás fue el tono seductor con el que se lo dijo o la forma tonta en la que le sonreía, pero en ese momento la castaña se mordió el labio y bajo la vista hacia sus labios. Esto era demasiado. La besaría en ese mismo instante.

Al diablo con la paciencia, las indirectas y el tonteo. La chica tenía algo, no sabía aun qué, pero le atraía, y le atraía demasiado. Sus labios rosados, su rostro cincelado, aquel cabello castaño sedoso, esos ojos verdes hipnóticos... Algo. O quizás todo. Era apenas su tercer encuentro, pero estaba comprobando que con tan solo acercársele entraba en una especie trance que la obligaba a apoderarse de su boca. Y quería. Mierda, en serio sí quería...

Sucedió una noche viejaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora