Capítulo Único

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El Jazmín logró observar, con una ligera dificultad debido a su corto campo de visión, el cómo sembraban a su nueva compañera

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El Jazmín logró observar, con una ligera dificultad debido a su corto campo de visión, el cómo sembraban a su nueva compañera.

Alguien más que ignorar del precioso y pequeño jardín de la señora Aguilar.

Las flores no eran amigas, las flores no vivían para relacionarse entre sí.

Nadie hablaba, solo cuando el viento era demasiado fuerte y las hojas susurraban sus quejas a sus superiores.

Jazmín, oh dulce flor. Que linda te ves por ser tan impaciente al tener, siquiera, una compañía silenciosa más.

Y luego el tiempo pasó, tan rápido como los latidos de un primerizo y joven corazón durante el primer amor.

Su compañera resultó ser una rosa. Era la más hermosa que jamás se había visto nunca. El Jazmín se maravilló, porque nunca habría creído ser espectadora de una belleza tal.

Le gustaba todo de ella, su color rojo, sus espinas, sus hojas. Rosa era perfecta.

¿Pero por qué pensaba eso? ¿Es que le estaba afectando que no había recibido agua desde ayer?

Probablemente era admiración o probablemente amor.

— ¡No, no! — exclamó el Jazmín, la Rosa a su costado se alarmó. Todas las flores, que yacían en calma observaron a su ruidosa compañera.

El Jazmín se dio cuenta de su error y se disculpó— Lamento interrumpir su paz— pronunció, con gran vergüenza, mientras sus hojas, tan chinchosas, se quejaban por aquel pequeño espectáculo.

La Rosa observó unos segundos más al Jazmín, su compañera desde que floreció.

Nunca habían hablado, ni por casualidad cuando el viento soplaba tan fuerte. Mucho menos cuando las molestas y horribles orugas se posaban en sus hojas.

Aunque, luego la Rosa recobró la compostura y dejó de pensar. Y la misma pose de siempre la acompañó el resto de la noche.

El Jazmín solo se dedicó a observar las estrellas, mirando de reojo a la Rosa que yacía tranquila cantando melodías junto a sus hojas. Era su placer culposo, mirarla en silencio.

Le seguía pareciendo perfecta y tan hermosa como una orquídea, esas que solo se encontraban en los barrios caros de la capital.

Las demás, observaban a sus dos compañeras, que emanaban un aura extraña: amorosa. Porque, ¿quién se enamora aquí de la fragilidad de la belleza y el simple silencio?

¿Las flores también aman? Preguntó Girasol confundida a sus hojas. Estas habían respondido—Es imposible, solo los humanos tienen la capacidad de amar— y luego habrían seguido cotorreando en su idioma natal que era imposible de entender para las flores.

Llegó la mañana, el sol adornó el día y hubo agua fresca de parte de la señora Aguilar, quien cuidaba de manera magistral sus flores.

La Rosa y el Jazmín estaban mirándose discretamente. Una mirada era de curiosidad y otra, de "admiración"

El Jazmín sentía que los pétalos se le iban a caer en algún momento por la perfección que veía que estaba a su costado. No podía dejar de repetir en su mente: "Ella realmente es una bellísima flor."

La Rosa, por su parte, guiaba su mirada por mera curiosidad. El Jazmín era tan intrigante, tan interesante. Sensación rara porque nadie se conocía verdaderamente, quizás ni ellas mismas lo hacían. ¿Podías a conocer a alguien solo con la mirada y unas palabras que carecían de sentido?

En el reloj de la pequeña casa de la señora Aguilar daban las doce de la tarde. La olla estaba hirviendo, las verduras estaban recién cortadas en pedazos disparejamente correctos. 

Un joven enamorado, quien parecía dejar las huellas de su corazón a medida que avanzaba, pasó en su descolorida y maltratada bicicleta.

Su mente estaba en otra parte, estaba con ella. No obstante, Rosa logró capturar su atención.
El rechinar de las ruedas de la bicicleta se escucharon por el barrio vacío y solitario, el joven se alivió de no haber chocado contra un auto.

Había visto a los dos lados antes de realizar su cometido, casi como estuviera en un semáforo a punto de cruzar la calle, y, en definitiva: ningún alma en aquel humilde barrio. Rosa fue arrancada, igual que aquella sensación en la que la escritura te expulsa las palabras.

El horror invadió al Jazmín. Quiso gritar, pero ¿quién la iba a escuchar? ¿Los humanos siquiera se dan cuenta de lo que sienten ellas? Son siempre tan ignorantes de los demás, siempre pendientes de su bienestar. "Es solo una flor más", seguramente el chico pensará, "no son nada, no sienten nada".

Rosa se dio cuenta que cada vez se alejaba más de su hogar, de la compañera que le causaba tanta curiosidad. La sensación del metal la invadió cuando fue depositada en la canasta de la bicicleta. Fue de manera suave, pero aún así no importó porque todo estaba duro.

Sus hojas se comenzaron a asustar, intentaron pedirle a Rosa que les explicará que estaba sucediendo, porque ellas no sabían. Ellas eran tan pequeñas, inocentes e ignorantes.

Pero la flor no les respondió, quizá por no asustarlas o quizá porque también era como ellas, y las pobres siguieron con dudas. Dudas en su pequeña cabeza, ¿las hojas piensan?

Mientras tanto, el Jazmín se sentía abatida, destrozada...¿Por qué? ¿El día ya le había llegado? Aún tenía para más, era joven.

— Las flores también aman, tontas.—musitó el mismo Girasol a sus hojas, cuando el Jazmín al día siguiente se marchitó.

Y curiosamente, los pétalos de la Rosa fueron arrancados ese mismo día.

AUDIOLIBRO (versión antigua): 

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Espero les haya gustado :)
¿Cómo han interpretado este cuento?
Gracias por leerme ❤😊

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Las flores también amanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora