Nadie toca al rey.

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Crecieron en las calles, con miles de oportunidades arrancadas sólo por no haber nacido en el seno de una familia "funcional".

Por varios años, Oikawa dejó que todas aquellas desventuras lo sumieran en la autocompasión y la debilidad. Su madre era una buena mujer a quien le habían ocurrido cosas malas. Ella sufrió durante muchos años en un matrimonio producto de un arreglo entre familias, donde no había amor sino vejaciones físicas y psicológicas. Cuando no aguantó más esa vida miserable, decidió irse, pero a punto de ser atrapada en el acto, sólo pudo escapar con su recién nacido en brazos, dejando atrás a su primogénito de apenas un año. El dolor que le causó la culpa y la separación, la dejó varada en una depresión que no le permitió cuidar correctamente del niño que aún tenía la oportunidad de recibir su cariño.

De esa forma Tooru se volvió un niño rebelde, que descuidó la escuela para hacer otras cosas. Vagar era lo que le gustaba, pasarse el día en centros de juegos con dinero que robaba de la cartera de su progenitora. Entonces encontró en un parque, a unos niños que correteaban y gritaban lanzando una pelota. Nunca había tocado un balón de volley pero le pareció divertido, y aunque al principio era torpe, ellos lo aceptaron mientras aprendía.

Cada tarde iba allí para encontrarse con los otros, que le llevaban un par de años por delante, chicos normales que sólo jugaban después de la escuela. Pero ellos terminaron por rechazarlo, porque con el tiempo, el pequeño de nueve años se volvió bueno. Era observador y terminaba usando trucos que hacían perder al equipo contrario. A los que estaban en su equipo incluso, les disgustaba que un mocoso siempre sucio resaltara por encima de todos, y más cuando las niñas comenzaron a acercarse sólo para verlo y darle ánimos.

Así fue excluido una vez más por personas que creía, no lo harían, y seguir fracturando su endeble autoestima.

Sin seguir asistiendo a la escuela, y sin que a su madre le preocupara más que el recuerdo del pequeño Hajime a quién abandonó, el castaño se fue fortaleciendo a sí mismo a través de la pelea. Abandonó la idea de seguir jugando volley y encontró algo mejor para satisfacer sus frustraciones. Se volvió el chico problemático, para de esa forma demostrar que podía ser el mejor en algo aunque no fuese precisamente positivo, y también que la gente tendría que tomarlo en cuenta, incluso por la fuerza.

A los 12 años conoció a Ushijima. No pudo evitar reparar en él, porque le recordaba a sí mismo unos años antes, con la mirada vacía y el cuerpo lleno de inmundicia. Lo llevó a su casa y lo alimentó. Le dio un techo a escondidas de su madre, que trabajaba la mayor parte del día, y le preguntó qué había sucedido. El chico de su misma edad le contó, que estaba buscando a su padre en esa ciudad, después de descubrir que estaba vivo y que su familia le había mentido desde siempre haciéndolo pasar por fallecido, sólo por creer que era un fracasado. Sintió tanto coraje que escapó, pero llevaba dos años en las calles sin encontrarlo y no recordaba cómo volver a casa, e incluso si lo supiera, no le gustaba la idea de hacerlo.

Apoyó al muchacho creyendo que su actitud tranquila no impediría que se volviera uno de los suyos. Con el tiempo, Wakatoshi recobró cierto fuego en la mirada, algo como... unas ganas de luchar, que aguardaban bajo su calmada expresión. Y también comenzó a pelear. Sólo se aparecían en la casa del castaño de vez en cuando. Y pasaban la mayor parte del tiempo en una casucha abandonada, junto con otros cuatro chicos matones de la secundaria a la que Oikawa supuestamente estaba inscrito.

Ushijima se volvió bueno en las peleas. Bien alimentado, con su hábito de correr a diario y de ejercitarse, ganó peso y creció más que su amigo. Sus brazos eran fuertes al igual que su espalda, y sus golpes dolían tanto que costaba trabajo recuperarse de uno. Su compañero miraba con cierta envidia esos rasgos que no se forjaron en él, no al menos igual, porque su cuerpo se desarrolló con musculatura pero con apariencia esbelta. Sin embargo, desechó la idea de botarlo o mandarlo al diablo porque eso mismo habían hecho los niños de su pasado con el volley. El sentimiento de inferioridad fue desapareciendo con el transcurso de los meses que pasaban juntos, y cuando se dio cuenta, lo que sentía ya no eran celos de él, sino celos de quién se le acercara y pusiera sus ojos encima, de cualquier forma mínimamente amigable.

Las chicas comúnmente se sentían atraídas por Tooru; que fuera un chico malo levantaba su sex appeal, pero el otro tampoco se quedaba atrás. Y ahí era cuando su posesividad entraba en juego y ahuyentaba a cualquier estupidilla que pensara en engatusarlo. Engatusar era su trabajo.

Una tarde mientras la pandilla todavía no llegaba de hacer fechorías, trató de seducir a su compañero y amigo. Para su sorpresa fue correspondido sin rechistar, aunque el grandulón no comprendía del todo las reglas del juego. Enseñarle a besar fue divertido y sensual, porque muy a su pesar, Ushiwaka-chan (como le llamaba siempre) aprendía rápido, y su intuición casi primitiva le ayudaba a saber más o menos dónde tocar.

La primera vez que tuvieron sexo fue un desastre, ninguno sabía exactamente qué hacer bien, porque Oikawa no se había acostado nunca con un hombre, así que de cierta forma también era inexperto. Las siguientes veces fueron mejor. Siempre una explosión de pasión en las que terminaba marcado, mordido y con chupetones aquí y allá. Ushijima no paraba de decirle con acciones y gestos que era suyo, y él le devolvía aquello con palabras y miradas cargadas de significado.

Habían sido abandonados de una u otra forma por la calidez de una familia, pero se tenían el uno al otro, y también la amistad y la confianza del resto de la pandilla.

Les apodaron El rey y su bestia. No obstante, muchos a espaldas de Oikawa les llamaban El bello y La bestia. A ninguno le molestaba cualquiera de esos apodos. Fuese con sorna o con respeto, les gustaba la idea de que sus motes los incluyeran como un dúo.

Y además les quedaba bien. Que Oikawa tuviera una belleza natural era evidente, pero también era como un rey. No ganaban sólo por el puño y la fuerza descomunal de Ushijima y los otros miembros, sino que sus estrategias rendían frutos a menudo. Era un rey dirigiendo su caballería. Todos confiaban en él y si alguien se atrevía a tocarlo demasiado, a golpearlo entre varios, entonces su bestia aparecía para dejar a todos en un estado en el que sólo podrían comer con una pajilla durante semanas.

Así se convirtieron en una pareja imparable, en la calle y en la intimidad del colchón viejo de su guarida, sabiendo que el amor y la camaradería eran suficientes para vivir felices, sin el vacío que experimentaron cuando eran pequeños, antes de conocerse y sentir que nada valía la pena.

Ahora lo valía, completamente.

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