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Luego de aquel momento tan confuso, regresé corriendo al almacén, en donde decidí asearme; excusa perfecta para evitarlo durante unos minutos e intentar relajarme

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Luego de aquel momento tan confuso, regresé corriendo al almacén, en donde decidí asearme; excusa perfecta para evitarlo durante unos minutos e intentar relajarme.

Una vez terminé con mi cometido y antes de salir del baño, me vestí con la ropa que Ale había traído: un pantalón de jogging negro que usaba para entrenar y una remera gris, bastante básica; luego sequé mi cabello alborotado, dejándolo un poco húmedo para evitar tener más frizz de lo normal.

Cuando llegué a mi habitación, observé mi reflejo en la ventana, notando que lucía mucho mejor que los días anteriores. Las ojeras habían desaparecido de debajo de mis ojos que se veían más claros de lo que era habitual.

Si bien necesitaba respuestas acerca de lo que me estaba sucediendo y lo que conllevaba aquel cambio, lo último que deseaba era preguntar. A veces sentía una conexión externa, como si se tratara de una base de datos que buscara conectarse a mí para proveerme de información. Sin embargo, mantenía mi postura de que aquello era solo mío.

Un tanto más repuesta, pero con miles de pensamientos surcando mi mente, bajé a la cocina y me preparé un sándwich de mermelada que envolví en una servilleta, antes de regresar a mi habitación. No quería ver a Valentín, por lo que había decidido evitarlo de todas las maneras posibles.

Degusté mi cena, sentada en el alféizar de la ventana, observando las estrellas del firmamento, mientras el viento que había comenzado a correr, bajando las temperaturas y arrastrando enormes nubarrones que comenzaban a tapar los astros, me indicaba que se avecinaba una potente tormenta.

Decidí dejar la ventana abierta por un rato más para poder sentir la frescura de la inminente borrasca y tomé un libro que Val me había dado días atrás, seguramente algo que Ale había rescatado. Se trataba de una historia sobre magia que no me llamaba demasiado la atención, sin embargo, para pasar el rato no estaba nada mal.

Cobijándome en la manta de mi cama, me sumergí en aquella historia de aventuras ambientada en el siglo XX, hasta que no me quedó más remedio que levantarme y cerrar las ventanas, dada la tempestad que había comenzado a arreciar en el exterior.

Cuando volví a acostarme, oí un ruido proveniente de la habitación que ocupaba Valentín. Al parecer, su ventana había quedado abierta y el viento la hacía golpear cada cierto tiempo. Sin darle mucha importancia, me recosté contra el respaldo de mi cama, pensando en que pronto despertaría y se encargaría de cerrarla.

Sin embargo, aquello no sucedió. Mientras intentaba enfrascarme en la novela que tenía en mis manos, el golpeteo comenzó a ser constante, volviéndose cada vez más fuerte conforme el viento aumentaba su intensidad. Era imposible que no oyera aquello, a menos que tuviera un sueño demasiado pesado.

Frunciendo el ceño, cerré el libro, prestando atención a la última página, al notar que había algo escrito en ella. Escrito con letra cursiva, se leía: Valentín Aidan Fierse. Alcé las cejas, comprensiva. Por eso había visto la abreviatura «A. F.» cuando lo busqué en las redes sociales. Nunca me había detenido a pensar ni a preguntar acerca de ese detalle.

―Aidan ―dije, en un susurro casi inaudible, sintiendo que había oído ese nombre con anterioridad. ¿Qué importancia tenía el significado de su nombre?

Tras dejar el libro sobre la mesilla de noche, me levanté de la cama y me encaminé hacia la habitación que se hallaba al fondo del pasillo, viendo que la puerta se encontraba entreabierta. A pesar de que todas las luces del almacén estaban apagadas, me era fácil vislumbrar lo que había a mi alrededor, gracias a la luz de la luna.

Durante un breve minuto dudé en qué hacer. No quería cruzarme con él, aun cuando me arrepentía por cómo me había comportado. Sin embargo, prefería eso antes que confundir las cosas aún más.

Vacilante, me adentré en la habitación y me encaminé hacia la ventana, decidida a cerrarla. Aquel insistente sonido me había puesto de los nervios, además temía que, a ese paso, los vidrios no resistieran y se hicieran añicos.

Con mi pelo arremolinado alrededor de mi cara, por culpa del viento, cerré el ventanal con fuerza, antes de girarme y sorprenderme por lo que veía. ¿Acaso estaba alucinando?

Confundida, encendí la luz de la lámpara portátil que se encontraba sobre la cómoda. No tenía que explicar lo que acababa de hacer porque allí no había nadie.

¿Dónde carajos estaba Valentín?

Lucha Eterna. Fuego Y Agua 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora