IV

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Me aferré a mis rodillas, para estabilizarme un poco. No había luz, presentía que estaba muy oscuro. Me encontraba en la esquina del baño, él me había encerrado. Mi sentimiento de satisfacción por estar en este lugar, la sensación de privacidad, se había esfumado. Quería salir. Una leve ráfaga de viento invadió mi cuerpo en unos segundos, hacía frío y tenía miedo. No quería sacarme las vendas, en cualquier momento iba a entrar y lo que menos quería esta noche, era verlo. 

No solo había sido yo. Victoria, en su nube de ilusión, se había reído un poco, sin saber lo que realmente eso estaba significado. En ese instante, él nos agarró, encerró a mi hermana en su pieza, mientras que a mí me tocó el baño. No podía culparme de la inocencia de Vicky, pero sí de fue por mi causa que todo esto estaba pasando.

Un grito ahogado se escuchó en la otra habitación, no sabía de quien era.

Segundos después, una puerta interna a la pieza se sintió, seguido de gritos de mi hermana. La escuché. No lo soportaba. Agarré mi pelo con frustración y comencé a tirar de el fuerte. Necesitaba desahogarme. Necesitaba salir. Necesitaba a mi hermana.  

—No, no quiero—chilló Victoria.

—¡¡Te estoy diciendo que mires!! —gritó. Sabía lo que estaba haciendo, siempre nos amenazaba así. A pesar, de que era la primera vez que le pasaba a Victoria.

—No.

—¡Abrí los ojos pendeja!

—Por favor, dejame.

—Victoria abrí los ojos porque te mato—gritó tan fuerte que hasta sentí que lo tenía a mi lado. Me tensé. La había amenazado. Victoria iba a ceder.

Todo quedó en silencio. Mi sangre se heló. No sabía de que era capaz.

El silencio me estaba paralizando. 

Lo que pareció ser unos minutos escuché como la puerta se abrió y unos pequeños pasos, comenzaban a resonar en el pasillo. Me incorporé rápidamente y tanteé con mis manos el piso, hasta llegar a la puerta. Pegué lo que más pude mi oído a la puerta. Tragué en seco antes de hablar.

—¿Vicky?

—¿Mica, sos vos?—un suspiro de alivio salió de mi boca. Era ella. Carraspeé un poco mi garganta seca, antes de continuar.

—¿Qué pasó?

—Es... es horrible—sollozó.

Se había mostrado.

—Quiere estar con vos—me susurró acongojada.

—Anda con Caro, por favor.

—Pero...

—Te va a ver, anda.

Sus pasos alejándose, me hizo dar cuenta que se había ido. Suspiré aliviada. Estaba en buenas manos. La puerta se volvió a abrir en cuestión de segundos. Sentí como la luz del baño se prendió. Estaba ahí. Su respiración lo delataba. Una respiración fuerte, agitada, abrupta.

—¡¿Qué te pensas? ¿Qué podes sobrepasarme?!—escupió con asco.

—Nunca traté de hacerlo—susurré.

—Sacate la venda.

—No—contesté decidida.

—Sacate la venda o...

—¡Matame!—grité interrumpiéndolo— Hacelo. Prefiero eso a que siga esta tortura.

Escuché su bufido. Me asusté. Sus pasos bruscos hacia mi resonaron con fuerza. Mi aire se fue. Lo sentía, estaba frente a mí. De pronto, sentí frío en mi cuello, lo reconocí al instante. Un cuchillo.

—Hacelo—dije firme.

Se rió. Lo apretó un poco y el dolor fue intenso, pero no duró mucho.

—No voy a hacerlo, mereces la tortura.

Mi cuerpo se estremeció. Sentí como se fue. No sabía si respirar de alivio o si preocuparme, sabía que me había cortado y que estaba herida, necesitaba ayuda. Tenía que pararme y buscar a Carolina, no podía llamar su atención de nuevo.

—¡Mica! 

La voz de mi hermana mayor resonó, desesperada. 

—Ayudame, por favor—susurré mientras temblaba. Se apresuró a sacarme la venda y cubrirme con la misma el corte que él me hizo.

—Oh por dios—sorprendida, miraba la herida.

—Ayudame.

—Veni. Tengo que curarte eso.  

Esta noche, todo había cambiado.

¡No Mires!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora