Día 9 | "Suerte Azabache" |

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Miércoles, 16 de abril de 2217

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Miércoles, 16 de abril de 2217


  ¡No lo puedo creer! Estoy viva, ¡estoy viva! Por el amor de Dios, tengo mucho que deberle a Afar.

   Esperen, ¿no he dicho quién es ese chamo? ¡Cierto! A veces ando en una nube.

      Creo que empezaré a responder lo básico, ¿quién es Afar Assaf?

Respuesta sencilla: el hombre que me demostró que no todos tienen segundas intenciones.

   Lo encontré mientras me escondía, sí, esa misma semana en el que me encontré de esa escoria francesa. ¡Unas basuras de gente!

   Mi primer instinto fue querer dispararle, temiendo errar por causa del empuje del arma. Pero luego descubrí que no siempre hay que ser visceral. 

   Él era un chamo moreno de ascendencia árabe, unos siete centímetros más alto que yo —¡lo sé, un poco enano! Mide tan solo uno setenta—, con una mirada café que oculta sinceridad y unas cejas pobladas que adornan su faz de manera armónica. Su nariz ondulada diverge con sus labios anchos. ¡Y su cabello! Es un poco ondulado y corto, negro como el carbón.

   Es el típico chico que si te encuentras por la calle, en una noche muy oscura, sabes de manera automática que estás muerta, mínimo ultrajada si no te sabes defender. Su aspecto le da el de persona dura, ¡pero no! Él sería incapaz de hacer algo malo.

   En fin, mi travesía de amistad no es relevante ahora, porque sí, nos volvimos muy panas.

   Cuando mi pierna sanó por completo, emprendimos el viaje hacia el Arrabal, mi comunidad.

   Los días pasaron entre risas y pláticas tontas —aunque el idiota preguntaba cosas que nunca deben de preguntarse a una mujer—, hasta que nos tuvimos que parar de pronto.

   Nuestra moto comenzó a fallar. La actitud de chico y la mía comenzaron a cambiar. Nos volvimos erráticos, locos, ¡es más! Si algún venezolano me hubiese visto, diría “¿andan en drogas o qué?”. Aunque, pensándolo bien, de seguro nos habría gritado “¿les pica  el rabo o qué?”. Ja, ja, ja…, pero eso no es relevante.

   Rápidamente, Afar reaccionó. La Tormenta —como le decía él—, se acercaba, era nuestro fin.

   ¡Tenía miedo! Pero él tomó el asunto en sus manos, me dijo que corriera a la línea segura y luego se uniría. Y que fuera hasta el Arrabal y les contara qué estaba pasando.

   Y heme aquí, sana y salva a su espera… Ha pasado un día, no lo he visto…

   Creo que seguiré la línea y hablaré con Eduardo para ayudarme a coordinar su búsqueda. Aunque eso signifique un sermón de su parte.

   Tengo una deuda que pagar y, por extraño que parezca los sentimiento que generé en estos días, quiero a Afar en nuestra comunidad.

   Bien, me pondré en marcha y quizá, solo quizá llegue al Arrabal en dos días.

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