La despedida

326 14 0
                                    

Tobio solo sabe que lo besó, tras la graduación, a escondidas detrás del gimnasio, aún vestidos con el uniforme y portando los diplomas. Sabe que lo besó en los labios, con la dulzura en que sus bocas por primera vez se rozaron, buscando grabar en su piel aquel tacto cálido. Añoraba los labios cortados de Hinata, siempre secos por arrancarse la piel en momentos de estrés, que nunca terminaban de sanar; y añoraba sus manos pequeñas, posadas en sus mejillas para no dejarlo ir. Porque a Hinata le encantaba besar, tenerlo siempre pegado a su boca.


***

Shoyo pensaba a menudo en Kageyama; todas las mañanas, para ser exactos, cuando cogía su bicicleta y recorría el río a horas tempranas, cuando no había prácticamente nadie. Le gustaba esa soledad; le daba la ocasión de pensar media hora al día; sin molestias, sin jaleos. Montaba quince minutos, llegaba a la entrada de su antigua escuela, y regresaba, siempre sin traspasar la puerta. Así pasó ocho años; mientras nevaba, lloviendo, con el buen tiempo del verano, con viento... Solo fueron tres años de rutina, pero habían calado en lo más profundo de su ser, y no era capaz de dejar de ir allí cada día, con la vaga esperanza, o ridícula, de encontrar a su armador, a su amigo, a su expareja, que regresara de igual manera al nido que crearon juntos. Hinata volvía buscando el amor, los  momentos perdidos, el ruido de los remates contra el suelo, el chirrido de las zapatillas al correr, los besos de esquimal, y el último beso, ese que fue tan íntimo como ninguno, tan efímero y a la vez tan persistente, que aún saborea en sus sueños con Tobio. Le dolían los labios al hablar, le escocían callado; los exámenes finales habían sido duros, habían costado un esfuerzo inhumano, pero no podía arriesgarse a suspender y tener que estudiar el resto del mes, pues esas cortas vacaciones iba a pasarlas con Kageyama; irían a la montaña un fin de semana, o la playa quizá. No le importaba el frío. Solo quería que estuvieran a solas. Ese era el verdadero premio tras aprobar los finales, pero nunca llegó. Recordaba aquel beso, doloroso en más de un sentido. Se miraban fijamente, con la ternura de siempre atrapada en sus pupilas. Miraba su pelo; ya no lucía ese flequillo demasiado largo que a menudo se le metía en los ojos, se lo había peinado hacía arriba, desaliñado, casual, y el chico bajito juraba que lo encontraba endemoniadamente sexy. Miraba sus ojos, azules como el océano más profundo, tratando de evocar cada mirada de cariño que el otro le había dedicado a lo largo de esos tres años. Se besaron; despacio. Primero juntaron sus labios, y luego los dejaron danzar. Escocía. Eso es lo que le decía el cuerpo; que había dolor y escocía, pero dudaba mucho que fuera a causa de sus labios. Más bien eran sus ojos, que le pedían llorar, y el interior de su pecho, que se partía en aquel momento.

Se miraron

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Se miraron. Hinata lo tomó de las mejillas, las acarició con los pulgares y abrió la boca para decir algo, para respirar al menos, pero la cerró. Se miraron. Sonrieron. Rompieron aquella mueca de falsa felicidad, y al instante Shoyo se marchó corriendo. Se rompió.

***


El alto lo vio alejarse, alejarse para siempre, sabía. Lo vio correr fuera de su vida, casi tan rápido como corría a por el balón, casi tan repentinamente como había entrado. Hinata remató, y el crujido en el silencio expectante del partido fue el de su corazón, que se caía a pedazos ahora desde un metro ochenta de altura. Habían acordado correr, sí. Lejos, tan lejos que ya no pudieran verse, donde la distancia ya no doliera. Lejos, donde los recuerdos no alcanzaran a llegar, y rápido, tan rápido como pudiera, porque Kageyama sabía que querría perseguirlo, y podría alcanzarlo seguro, cosa que se planteó y denegó tres veces en un solo segundo. Lejos, rápido, para siempre.


***

Hinata corría, tratando de no tropezar y caerse, porque apenas podía ver. Habían acordado romper en la graduación. Dejar atrás esos tres años de sueños cumplidos y nuevas metas, esos tres años de broncas, rabietas, pelotas, remates, paseos, caricias, abrazos, besos, pensaba en dirección al río. Habían decidido romper, con los planes de futuro, las vacaciones, ambos corazones, y eran conscientes de ello. Dejar atrás para seguir avanzando. Parar para recordarlo siempre hermoso.

"¿Y si acabamos separándonos más adelante? Te odiaré", dijo el moreno. "¿Me odiarás?"; "No. Sí, cariño. No lo sé. ¿Por qué iba a dejarte si no es por eso?" Su novio no quería echar por la borda todo eso, todo lo que había sentido, y él mismo lo comprendía muy bien. ¿Qué pasaría si acabaran mal? ¿Cómo afectaría aquello a sus recuerdos? Shoyo quería sonreír cada vez que pensase en Kageyama, quería recordar su historia tan hermosa como era, sin ser alterada por sentimientos de culpa, de rencor. Sin embargo, aunque el propósito fuese convertir esta historia en eterna y maravillosa, su trágico final lo haría  exageradamente complicado.

***

Era la mejor decisión que podrían haber tomado, quería creer Tobio. Había comenzado a vivir en el inicio del primer curso, a los catorce años de edad. Empezó a vivir cuando lo conoció, a Hinata. Él le hizo conocer el compañerismo, la confianza en otros, la amistad en sí. ¿Qué sucedería si una discusión tonta, o el simple agotamiento de la relación, anulara esos sentimientos que tan buenos habían hecho esos años? No. Nunca. Sin Hinata no podría existir aquella felicidad, y volvería a ser el chico apartado y sin amigos que una vez conoció. Aun con estos pensamientos, cuestionables en muchos sentidos, si quería conservar todo aquello con amor en su memoria, aparentar y convencerse de que esto nunca fue, para no sufrir, no era lo más indicado, pero de seguro inevitable de otra forma el arrepentimiento que sentía en esos instantes, y que perdurarían hasta el presente.

Ocho años despuésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora