XI

5.6K 693 124
                                    

Llevaba horas sollozando. En medio de la oscuridad habitual del calabozo, su congoja era lo único que se oía. Arabella resopló con impaciencia desde donde estaba sentada, si su compañero no regresaba pronto, terminaría por matar a la prisionera a pesar de que la orden era clara. El sitio apestaba a lágrimas y desechos humanos, estos resultaban asquerosos cuando el miedo los dominaba.

Se puso de pie sin tolerarlo más. Era peor cuando el otro demonio no estaba, entonces no había nadie que la controlara o limitara. Y no había nada peor que darle rienda suelta a Arabella cuando estaba aburrida. Ella pateó el suelo sin ocultar su molestia antes de agacharse para estar a la misma altura que su víctima.

—Continúa con este lloriqueo incesable, y volveré a traer una rata para jugar contigo solo que esta vez la dejare rasgar más profundo —Arabella no ocultó su diversión al solo provocar más miedo en la joven—. Entiéndelo de una vez, Michaela. Ningún ángel vendrá a salvarte. ¡Nadie lo hará! ¡Nadie se preocupa por nadie en esta mierda de mundo!

—No es cierto —Arabella la silenció de un rodillazo a la mandíbula al escuchar ese susurro.

—Estoy aquí para romper tu alma, y no me iré a ningún lado hasta lograrlo. Sé cuánto dolor puedes aguantar sin desmayaste, cuánta sangre perder sin morir y cuánto shock logras tolerar sin tener un paro cardíaco. Podemos hacer esto largo o corto.

—Padre nuestro que estás en los cielos...

—¡Estúpida! ¡Cuánto más te aferres a esas palabras peor será! ¿Es que no entiendes que a Dios le importas una mierda? ¡Te abandonó! ¡Igual que cualquier otro ser celestial! ¡No vales nada para ellos!

—Te equivocas...

—¿Entonces dónde están ahora?

—Incluso los padres más amorosos, deben dejar ir a sus hijos en algún momento para que se cuiden y valgan por su cuenta. No nacemos para depender de otros —ella levantó la cabeza a duras penas para sostenerle la mirada, sangre deslizándose fuera de sus labios tras el golpe—. Eso es lo que tú no entiendes.

—Debí haber supuesto que serías dura de romper —Arabella sonrió y miró la cruz colgando del cuello de la joven antes de tomarla—. No durarás mucho más. No perderé contra Bianca, y ella ya casi quiebra a tu precioso novio. Cuando acabe contigo...

—No eres oscura —susurró Michaela sin ocultar su asombro.

—¿Qué?

—Puedes tocar un objeto bendito, no eres oscuras.

*

Mica se despertó sin soportar lo que seguía a continuación. Nunca había conocido un peor error que cuestionar a Arabella sobre su naturaleza. Su cuerpo se sentía demasiado débil y frío, culpó a la pérdida de sangre a pesar de saber que no era lo único. No recordaba cuándo se había quedado dormida exactamente, o cómo había terminado en la cama para ser honesta. Debió haber supuesto que Azazel le habría tendido una trampa, él nunca la dejaría ir y la mataría si no podía tenerla de regreso.

Y empezar de nuevo de cero sería un gran inconveniente en medio de la situación actual.

Había previsto el segundo tirador en el lobby del hotel, no había previsto al francotirador en el edificio al otro lado de la calle que solo la tenía a ella como objetivo. Había matado a dos humanos influenciados por un demonio mayor, y un tercero contratado. A sangre fría. No se arrepentía. El padre David no estaría contento de escuchar aquello en su próxima confesión. Los dos tiradores ni siquiera habían tenido oportunidad de actuar, ella los había ejecutado antes que pudieran, y tampoco había escuchado sus suplicas por piedad o sus lágrimas por miedo.

InflexiónWhere stories live. Discover now