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—Hola, Marcela —saludó Eloísa por teléfono a su amiga periodista, sintiéndose un poco nerviosa porque, si ella la llamaba, era porque ya tenía el dato que le había pedido. Se puso en pie y caminó al baño de mujeres, pues no deseaba que sus compañeros de trabajo escucharan su conversación.

Marcela respondió a su saludo y de inmediato, con la voz de quien tiene experiencia como locutora en la radio, le habló de sus hallazgos.

—Me dijiste que tiene un tatuaje en la sien, ¿no es así?

—Exacto.

—Pues entonces no hay confusión, porque el nombre es bastante popular; este hombre es peligroso, Eli. ¿Te puedo preguntar por qué lo buscas?

—Para nada malo, no te preocupes —sonrió Eloísa tratando de sonar lo más casual posible y cerrando la puerta de uno de los retretes y hablando en voz baja—, sólo tengo este nombre y... ¿qué tan malo es? No puede serlo tanto, ¿o sí?

—Sí lo es. Es muy malo. Era un sicario—. En cuanto la palabra salió, Eloísa sintió que algo apretaba su vientre, su corazón, o su alma. "Sicario" era peor que la palabra más mala y malsonante del mundo. Era un estigma, una maldición que corroía al país entero y a todos sus habitantes.

"Ah, ¿colombiano?", se mofaban muchos extranjeros, "Todos son sicarios", se atrevían a decir, y éste, que sí lo era, tenía su fotografía entre los documentos de su esposo en su caja fuerte. Desde ya era capaz de sentir como su podredumbre empezaba a contaminarla, como si la hubiese tocado con sus sucias manos.

—¿Era? —Preguntó al fin, recobrando un poco la compostura y el rumbo de la conversación, sintiendo, de todos modos, como si su corazón se hubiese saltaba un latido.

—Sí, era —confirmó Marcela—, porque a pesar de que sigue vivo, ahora se dedica a otras cosas en el bajo mundo. Contrabando, narcotráfico, y otras actividades delictivas. Tiene órdenes de captura en casi toda Latinoamérica por terrorismo, homicidio, concierto para delinquir, narcotráfico y al parecer, estuvo involucrado en un magnicidio. En definitiva, Eli, es alguien que, si está lejos, mejor dejarlo allá. Me pregunto por qué lo buscas tú.

—No lo estoy buscando para nada —sonrió Eloísa tratando de aparentar calma, pero la verdad era que estaba aterrada. ¿Por qué Mateo tenía los documentos de un personaje así en su poder? No estaría buscándolo, ¿verdad? ¿Qué relación tenía él con un hombre de esa calaña?

—Bueno, más te vale, porque de verdad que no se lo deseo de enemigo a nadie. Sobre todo, porque es uno de esos personajes a los que no le importa untar de mierda a todo el mundo con tal de obtener un pequeño beneficio; es alguien que ha perdido todos los escrúpulos, la conciencia y lo que lo hace humano. Un auténtico monstruo...

—De pesadilla —murmuró Eloísa sintiéndose mareada y con náuseas, y se temía que no era por su embarazo.

—Pero no nos engañemos —siguió Marcela en tono un poco lastimero—, de esos hay muchos sueltos por ahí y haciendo de las suyas, y algunos hasta los veneramos como santos. Yo qué te puedo decir...

—Sí, sí. Lamentablemente es así.

—Entonces, ¿he cumplido con mi tarea? —Eloísa volvió a sonreír.

—Sí, definitivamente. Tenía que ser alguien como tú que me ayudara, pero no te preocupes, la pregunta sólo tenía fines informativos.

—Bueno, mejor—. Eloísa le hizo una pregunta cambiando el tema y salió al fin del cubículo del baño de mujeres, siguieron hablando por otros minutos más de cosas sin mucha importancia y, cuando cortó la llamada, marcó de inmediato el número de Mateo sintiéndose sumamente preocupada, pero el teléfono de él debía estar apagado, porque ni siquiera entró la llamada.

Mi Placer (No. 3 Saga Tu Silencio)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant