En una Londres del 1974, se esconde algo oculto qué poca gente sabe. No sólo hay una población normal, si no qué también existe una Población Secreta de Criminales Organizados, dónde tienen su propia capital; Una Villa Oculta llamada Illuffleson. Dó...
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Año 1974, Londres, Estación de King's Cross
La estación de trenes de Londres, la estación de King's Cross estaba realmente abarrotada y bulliciosa, tanto que aquello parecía una niebla de personas en una gigantesca y blanquiza estación. Casi sin poder hacerse paso entre la gran masa de personas que casi se empujaban unos a otros del estrés qué producía aquella muchedumbre, un hombre con una larga barba castaña perfilada y con un pelo liso que le llegaba hasta la nuca, llevaba unas vestimentas viejizas, que parecían estropeadas; un traje viejo castañizo como su pelo y como de abuelo, como si aquello lo hubiera llevado Sherlock Holmes, era marrón y estaba muy arrugado y mal planchado, con una pajarita roja y con una camisa blanca que estaba metida por dentro atado junto a unos pantalones negrizos y el cinturón de cuero marrón. El extraño hombre, intentaba caminar perfectamente, sin molestar a su alrededor, de una sola pieza por la abarrotada estación, pero sentía fuertes empujones de contacto en los hombros cansados, que le hacían realmente daño.
Él, ademas de parecer sospechoso por alguna razón, llevaba una maleta llena de polvo que lo traqueteaba y lo agarraba con fuerza con las dos manos mirando alternativamente a todas partes, intentando buscar cierta seguridad, porque parecía que aquel hombre le preocupaba algo, temblando, ya que King's Cross és realmente gigantesca, con cúpulas por encima, y relojes gigantes con agujas igual de grandes en casi cada columna de ladrillos que se sostenían como pilares, con bancos de madera, y con una visión amplia de los gastados carriles, con un fuerte tufo a hierro gastado y comida rápida que aquello se olía hasta la estación de Paddington.
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Además, se sumaban los nervios que causaba tanta gente desconocida y agotada intentando llegar sus destinos. El hombre caminaba cada vez más deprisa, con decisión y impaciencia, esta vez sin mirar a los alrededores, sin ningún miedo ni temor a la estación, como si fuera un hombre nuevo, haciendóse todo el paso posible en medio de toda la gente, esquivando por todas partes por el amplio pasillo aquel alboroto.
Derrepente de entre las personas que estaban ahí, un niño que estaba a hombros de su padre, lo vió y se lo quedó mirando fijamente muy desconcertado, casi sin pestañear de su repentina atención hacia aquel hombre joven y extraño, que hasta él sintió una espécie de mirada acusadora detrás de él, pero siguió sin más.
