locura II

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Amelia odiaba inmensamente dos cosas en la vida. La primera era su tía de Indiana, que como decía su madre, estaba loca de remate; le gustaba halar sus cachetes, como si fueran plastisinas y cocinaba un asado extremadamente malo. La segunda cosa que odiaba era la escuela.

Y hoy era Lunes, lo que significaba ir a la cárcel, donde te enseñan cosas sin sentido que no utilizarás en tu futura carrera profesional; palabras exactas de la Señora McGillikely.

Odiaba madrugar.

Mientras más se acercaba a la escuela más alboroto y mucha gente hablando/gritando llegaba a los oídos de Amelia.

—¡Oh miren quién a llegado! —escuchó decir a su derecha. Eran las mismas niñas de siempre.

—¡El ratón de biblioteca! —gritó otra.

Quería detenerse y gritarle unas cuantas palabras que había escuchado de la Señora McGillikely pero también recordó lo que le había dicho ayer: "No puedes tener ningún pensamiento negativo, si pensamos negativamente le estaremos dando ventaja a Safir Kerbis. Y eso no lo queremos, ¿verdad?"

No podía insultar a las chicas huecas de su salón, que sólo hablaban de muñecas, de maquillaje y chismes.

Así que lo siguió de largo y se sentó en su pupitre, mientras escuchaba las falsas risas.

Entonces la maestra Gómez entró al salón mandando a todos que se acomodaran en sus asientos y sacaran el libro de español.

—Habrán el libro y vallan a la página 245. —dijo viendo su libro. —Héctor, ¿me podrías decir cuál es el tema?

Pero nadie contestó. Entonces Amelia notó que Héctor estaba dormido. Amelia levantó su mano y la maestra la miró.

—¿Sí, Amelia?

—Sinónimos y Antónimos.

La maestra medio sonrío.

—Correcto.

[...]

El almuerzo se avecinó, pero como siempre Amelia estaba con su comida en la biblioteca.

—Buen provecho, Amelia. —dijo la bibliotecaria Bullock, quien era, se podría decir, la única amiga que tenía en la escuela. —Te ves muy contenta hoy, ¿nuevo libro?

—¡Nueva solución! —gritó Amelia. —Ya tengo la solución para poder ayudar al Príncipe Kalis. El primer paso es ser optimista.

Bullock se sentó junto a ella a comer también.

—¿Ah sí? ¿Le has pedido ayuda a la Señora McGillikely? —la señorita Bullock tenía conocimiento sobre la Señora McGillikely, porque le había dicho que era ella quien le prestaba los libros.

—Sí. Y hoy me dirá el segundo paso para poder derrotar a Safir Kerbis.

Bullock sonrío, como si estuviera escondiendo algo, pero asintió.

—Apuesto que sé que la Señora McGillikely te dará las mejores herramientas para que lo puedas hacer, Amelia.

Amelia asintió. Por supuesto que McGillikely sabría.

La campana sonó, dando a entender que la hora de almuerzo había finalizado.

[...]

Al fin el reloj marcaba la hora de salida. Y como si su vida dependiera de eso, Amelia salió corriendo hacia la casa de la Señora McGillikely. Con la mochila rebotando en su espalda, su cabello rojizo volando como un ave libre y el libro de tapa roja en sus brazos.

Desde las afueras de la casa de McGillikely se escuchaba música. Trompetas, piano, guitarras y muchos otros instrumentos se escuchaban.

Amelia tocó a la puerta lo bastante fuerte para que la señora McGillikely escuchara. A los minutos apareció, con el pelo esparcido por todos lados y sus espejuelos en el cuello.

—¡Amelia! —sonrió. —Te he preparado un sándwich. Vamos, pasa cariño.

Amelia se adentró y caminó a la sala para sentarse en el suelo. Al rato llegó la Señora McGillikely con el sándwich y un vaso lleno de jugo de naranja.

McGillikely se sentó. —Bueno, ¿cómo te ha ido hoy? ¿Fuiste optimista?

Amelia le dio un gran mordisco a su sándwich. —Sí. Aunque por un momento no. —susurró lo último.

—¿Porqué lo dices?

—Katerina y su grupo. Ya sabes. —dijo rodando sus ojos y tomando un poco de jugo. —Haciendo comentarios estúpidos, como siempre.

—¡Eh! Pensamiento positivo. Ya olvídate de eso. —dijo dando palmadas al aire. —Ahora, ¿quieres saber cuál es el segundo paso?

Amelia dejó el sándwich y el jugo de lado. Sonriendo de oreja a oreja.

—Sí, sí, sí. Dímelo McGillikely.

McGillikely rió y de su espalda sacó un libro pequeño de tapa color verde oscura.

—El segundo paso es... —dijo dando suspenso. Y señalando el libro de sus manos. —Abrir mente.

El 95% McGillikely decía cosas sin sentido, pero de alguna manera Amelia le entendía. Pero este momento no era uno de esos, desgraciadamente.

—¿Abrir mente? ¿A qué te refieres McGillikely?

McGillikely dejó el libro de lado y se sentó de rodillas con sus manos juntadas en su regazo.

—Debes callar y abrir, Amelia. Tienes que dejar de escuchar al mundo y escuchar tú mente para poder lograr derrotar a Safir Kerbis.

—¿Cómo puedo no escuchar al mundo?

McGillikely rió y miró el techo. Como si estuviera envuelta en un recuerdo muy lejano.

—En mis años de juventud, un hombre estaba coqueteando conmigo mientras yo leía y recuerdo que rogué a Poseidón que me hiciera su tercer hijo. Porque, ¡cómo me gustaría callarle la boca de un muy buen puñado de agua!

Amelia trataba de imaginarse a una joven McGillikely, pero sólo imágenes de una cascarrabias McGillikely venían a su mente.

—¿Pero qué tiene que ver eso para poder ir a la Isla Hoguera?

McGillikely se sobresaltó. —¡Uff, tiene que ver completamente, Amelia! Porque para poder entrar a ese mundo, tienes que olvidar este y de las cosas que te rodean y que mayormente te absorben.

Entonces todo tuvo sentido para Amelia.

—Oh... Sí... —murmuró Amelia por fin entendiendo el punto de la Señora McGillikely. —¡Es verdad! Tienes toda la razón.

McGillikely sonrío, tomando un poco de jugo. Entonces Amelia también cogió lo que quedaba de su sándwich y su jugo. Sonriendo por dentro.

—Es un gran trabajo, Amelia. Pero lo puedes lograr con mucho esfuerzo. ¡Después de todo eres una niña! —pero eso último no lo entendió muy bien, pero no importaba porque estaba a un paso más de ir al mundo del libro que se encontraba en su mochila amarilla.

Amelia terminó el sándwich y tomó el último sorbo de jugo.

—Mañana estoy libre de la escuela por lo tanto será más fácil olvidar este mundo desde casa. —sonrío. —Bueno McGillikely, me tengo que ir. ¡Tengo otra misión que cumplir!

Dijo Amelia levantándose y cogiendo su mochila y caminando a la salida.

—¡Que te valla de maravilla en tu nueva misión! —gritó McGillikely desde el portal de su casa.

Amelia siguió su camino, escuchando la puerta cerrarse y en menos de segundos, una música estilo jamaicana hizo presencia.

Y Amelia lo confirmó otra vez. McGillikely tenía un gusto extremadamente raro. Pero, tenía una solución a todo y siempre tenía la razón.

Amelia y su añoranza alocada. [short story]Where stories live. Discover now