Capítulo 03: Cambios

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  Su cara, desfigurada por mi respuesta, se compuso de nuevo en una sonrisa forzada.

-Bien, entonces, quiero que me traigas un té helado. Lo más frío que puedas -ordenó con ese aire de superioridad tan característico.

Por fin había variado su pedido después de mucho tiempo.

-Perfecto. Lo traeré de inmediato -sonreí, sin saber por qué.

Fui a la parte de atrás del local, preparé su pedido & se lo llevé a la mesa, pocos segundos después.

-Aquí tienes... ¿A qué se debe este cambio en el menú diario de Mr. Superioridad? -bromeé.

-Ah, creo que necesitaba algo que congelara pensamientos.

-Pues es una muy buena elección.

-Claro que lo es -sonrió con malicia, cogiendo la taza por la oreja &, poniéndose de pie, la puso sobre mi cabeza, vertiendo el contenido sobre mi cabello-. ¿O no, Mr. Idiota?

Dejó la taza sobre el platillo nuevamente & cogió sus cosas, marchándose del local. Los demás clientes miraron de reojo la escena, riendo por lo bajo. Como era de esperarse, por mero sentido común, quedé absolutamente mojado; los labios se me amorataron de puro frío, la quijada me tiritó & las gotas resbalaron una tras otra a modo de lluvia, por lo que ahora era mi desastroso cabello. Quedé estático, anonadado, chorreado... Pe-no-so es-pec-tá-cu-lo.

Era lo último que faltaba. Lo último. La guerra estaba declarada.

Anocheció en un par de pestañeos, el cielo cambió sus matices rojizos por unos azules oscuro & el calor dio paso al frío. Mi turno por fin había acabado, por lo que podía largarme a descansar.

Mientras salía, me despedía moviendo la mano de lado a lado de quienes quedaban adentro. Cuando ya estuve afuera, me volteé para caminar rumbo a casa & choqué de lleno contra algo muy duro. Caí al piso sin demasiada elegancia, repartiéndose mis cosas sobre la acera; alcé la vista, suspirando. Claro, todo tenía sentido. Todas & cada una de las desagracias de la última semana tenían que ver con él. El rubio estaba parado frente a mí, aguantándose la risa.

-Hasta para eso eres idiota -farfulló.

No le presté atención. Me remití a coger mis cosas & echarlas nuevamente en mi bolso.

-¿Qué? ¿Siquiera vas a mirarme?

-¿Qué quieres ahora? -respondí con tono grosero.

-¡Qué desagradable eres! -gruño-. Yo... Sólo vine a disculparme por el episodio de la mañana.

Disculparse: pedir perdón o justificarse con una persona por un hecho o una acción, generalmente por una falta o una molestia... ¿Tenía conocimiento ÉL de esa palabra? Jamás lo hubiese imaginado.

-¿Disculpas, dices? Así que después de todo sí está en tu diccionario. Sorprendente -alcé ambas cejas. Tras coger todas mis cosas, me puse de pie & me sacudí los pantalones.

-Eres insoportable. De haber sabido que te ibas a comportar así, no me hubiese tomado la molestia siquiera de pensar en esperarte.

-Tú... ¿me estabas esperando? -interrogué, medio emocionado.

-Claro que lo hacía, grandísimo genio.

-No me lo hubiese imaginado. ¿Por qué no te fuiste a casa & viniste a esta hora? Hubieses podido hacer tus cosas.

-No iba a gastar dinero en un pasaje de bus sólo para verte. No te creas que me importas tanto.

Definitivamente a este tipo le encantaba que lo trataran mal, porque ponía mala cara al mostrar mínimos atisbos de consideración.

-& entonces... ¿Las pedirás o te quedarás ahí parado esperando a que sea yo quien te ordene que lo hagas?

-Espérate ¿crees tú que existe posibilidad alguna de que yo pudiese hacerte caso a ti? Por favor. Ni lo sueñes, querido. En este mundo soy yo quien ordena & tú quien me sirve. Tengo cosas más importantes de las que ocuparme & ¿sabes? Ya ni siquiera siento deseos de pedirte disculpas; por ser tan idiota, no te las mereces. Con tu permiso -dijo, arreglándose la chaqueta & dándome la espalda-. o sin él, mejor dicho -agregó, con su desagradable voz de diva-.

Me resultaba divertido lo engreído que aquel individuo podía llegar a ser, tanto, que no pude evitar soltar una carcajada algo ruidosa. Inmediatamente se detuvo & se volteó para mirarme.

-¿Qué es lo que te resulta tan divertido?

-¿De verdad crees que el mundo gira en torno a ti?

-¿Que acaso no es así?

-¿Quieres que te responda?

-Por supuesto.

-Es OBVIO -enfaticé-. que no gira en torno a ti. Hay mil & una cosas más interesantes que tú.

Se puso como un loco. Se le cayó la cara. Su ego se descompuso.

-¿Ah, sí? ¿Como qué, por ejemplo?

Miré por sobre su hombro. Una chica caminaba en la acera paralela; era relativamente bonita & además era la excusa perfecta.

-Esa chica, por ejemplo ¿Has visto el trasero que tiene? -pregunté. En realidad, jamás me había gustado demasiado mirar 'las partes' de las chicas, pero tenía que mencionarlo para sacarme los pillos-. & la gracia con la que camina... Es demasiado perfecta para vivir en este mundo -culminé.

Se volteó a mirarla & luego volvió a mirarme a mí, indignado.

-¿Esa... babosa? Por favor. Es un desastre -hizo una mueca de... ¿asco?-. Ambos sabemos que camino con mucha más gracia que ella & que yo tengo mejor trasero que el suyo -se volteó, como enseñándomelo. Lo miré inmediatamente, sin pensarlo.

Realmente sí tenía un trasero magnífico, sí caminaba con mucha más gracia & sí, la chica era un desastre. Había terminado por convencerme.

-Eres un envidioso.

-Cállate, Choi MinHo.

¿Cómo demonios se sabía mi nombre? Sé que supo que me lo preguntaba, porque algo vio en mi rostro que le hizo sonreír con una superficialidad intolerable.

-Supongo que te preguntas como lo sé ¿No?

-Claro que lo hago.

Se acercó hacia mí, mucho, quizá demasiado para estimar -a vista de otros- que éramos sólo un par de desconocidos. Sentí su mirada desafiante incrustarse en la mía.

-Lo veo todos los malditos días en tu estúpida placa: 'Bienvenido. Mi nombre es Choi MinHo & estoy para servirle' -recitó, burlándose abiertamente de mí-. Eres un esclavo encubierto.

-Ya quisieras -rodé los ojos-. Se me hace tarde. Me largo. Con tu permiso -dije, volteándome para darle la espalda-. o sin él, mejor dicho -volteé el rostro levemente por sobre el hombro izquierdo, imitando su empalagosa voz & haciendo un ademán con la siniestra.

Se puso furioso & empezó a gritar como una verdadera diva con el orgullo herido.
No, en realidad no fue tan así. Pero me hubiese encantado, debo confesar. Sólo se limitó a empuñar las manos, según supongo.

-¡Vuelve acá! ¡No he terminado contigo!

Hice caso omiso

-¡Arrrgh! -sentí como una de las suelas de sus botines con tacón bajo chocaba bruscamente contra el piso-.


A la media hora llegué a casa, con una extraña sensación de triunfo.


Nunca me imaginé que las cosas cambiarían. Al menos, no tan repentinamente. No tan rotundamente.

Ese día me levanté a la misma hora que solía hacerlo. Llegué sin complicaciones a mi trabajo y me preparé para continuar con mi no muy amada rutina.
Pasé de la parte trasera a la delantera del café. Tenía la clara intensión de enfrentarme, tal como siempre, a mi cliente habitual. Cumplir con sus exigencias y complicaciones. Mi accionar era prácticamente mecánico.
Sin embargo, no podía negar que esperaba que algo cambiara. El día anterior habíamos tenido una conversación. Y yo me había dado el lujo de dejarlo con la palabra en la boca.
Tenía el extraño presentimiento, que se desataría una pequeña tormenta. Y sólo esperaba, de corazón, que mi sueldo no se viera afectado por ella.

Expulsé aire por mis fosas nasales, preparándome.
Levanté mi vista y miré hacia la mesa número seis
No pude dejar de sorprenderme: estaba completamente vacía.

Extrañado, pestañeé reiteradamente, como si ello no tuviese lógica alguna. Me dirigí hacia otra mesa, aún aturdido por la sorpresa.
Caminé hacia la mesa más próxima y atendí a más clientes de manera educadamente monótona.
Era extraño.
La verdad era que sin él, era todo bastante más aburrido. Predecible. Simple.
Dejé que mi mirada vagara por el lugar. Ella quedó fija en la delgadísima espalda de un joven, que hablaba con alguien que estaba en frente de él.
Casi me voy de espaldas, literalmente, cuando pude ver la cara de su interlocutor.
Era él. Mi mimado y molesto cliente.
Aquel que acostumbraba sentarse en la mesa número seis, pedir una taza de café y una donuts.
Aquel que ahora estaba acompañado, en otra mesa y lo atendía alguien más.


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