Parte 31.

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Jos depositó su confianza en el rubio y mostró su larga hilera de dientes blancos.

Alonso hizo una mueca mientras notaba cómo de la frente de Jos brotaban gotas de sudor. Le causaba asco y unos inevitables deseos de querer estar lejos de él.

«¿Qué te vi en aquel tiempo? Eres tan absurdo».

Jos sonrió con nerviosismo y se acercó un poco más al chico ojos de cielo. Ante el movimiento del morocho, Alonso retrocedió sin pensarlo dos veces.

Jos bajó su cabeza con desilusión y Alonso notó con rapidez lo que había causado.

Alonso tenía que ganarse la confianza de Jos de nuevo, aunque sabía que no faltaba mucho para que tuviera al chico a sus pies.

Oh, vamos, Alonso. Te da asco, pero evita no vomitar y abrázalo. Se recompensará pronto.

Pensó Alonso y se lanzó a Jos.

El chico de grandes cejas de sorprendió, pero respondió a su abrazo apretándolo y hundiendo su cabeza sobre su cuello.

Mientras que Jos no podía ver la cara de Alonso, este sólo hacía caras de desagrado y asco.

Cuando se separaron, la camiseta de Alonso quedó ligeramente mojada por el sudor de su ex amor.

—¿Vas a pasarme tu número?—Preguntó con ilusión el enamorado.

—Mejor tú pásame el tuyo.—Respondió no muy seguro.

Jos le dictó su número celular y el otro fingió ponerlo de contacto. Sí anotó su número, pero en una nota.

Se incorporó un incómodo silencio después de eso y Alonso intentó zafarse de Jos.

Sí quería estar cerca de él para herirlo, pero aún no se sentía completamente listo.

—Te extraño tanto.—Habló sincero.

Yo no.

Respondió el rubio mentalmente.

—Yo también...—Le mintió.

Jos se armó de valor e intentó besarlo. Alonso entró en pánico y lo detuvo rápidamente.

Jos mantenía los ojos cerrados y levantó los labios acercándose al rostro de Alonso que era más bajo que él.

Alonso puso sus dedos sobre los labios del otro y Jos abrió los ojos.

—Yo...

Jos lo miraba atento.

—Es que... No quiero. No lo hagas, Jos.

Jos se golpeó mentalmente al escuchar las palabras de Alonso.

¿En serio había intentado besarlo? Jos moría de vergüenza.

El sonido de un quemón de llanta hizo desviar la mirada de los dos chicos.

Los amigos de Jos se iban dejando a este.

—¡Heeeeeey!—Corrió tras el coche intentado alcanzarlo.

Alonso aprovechó la oportunidad y caminó de puntitas hasta su coche para dejar a Jos.

A unos 15 pasos del coche del rubio, el morocho lo llama.

—¡Alonso!

—No, por favor...—Rogó al cielo en voz baja.

Alonso giró sobre sus talones y lo miró fingiendo una sonrisa.

—¿Tienes coche?

—Eh... No.—Negó Alonso.

Jos echó un vistazo a las bolsas del short que poseía Alonso aquella tarde. Las llaves del coche eran muy visibles.

—Es que dejé mi celular en el coche de mis amigos y no puedo pedir uber.—Expuso Jos.

—¿Quieres que te pida uno?—Ofreció Alonso.

El otro chico asintió con timidez y Alonso intentó hacerle el favor.

Ni siquiera traía datos móviles, no sabía a qué le picaba en el móvil.

Después de unos minutos, Alonso por fin le confesó que no traía saldo.

—¿Entonces no traes coche?

—No, no. Vine con unos amigos.

—¿Y esas llaves?—Apuntó Jos al bulto que tenía en la bolsa derecha.

—Llaves de casa.

—Ah... Está bien.—Se resignó.

Jos se dio la vuelta y caminó sin rumbo en el estacionamiento.

—¿A dónde vas?—Le gritó Alonso.

—A casa.

—¿Caminando?

—¿Qué más?—Al oír estas palabras el corazón de Alonso se apretó un poco y sintió lástima por Jos.

Una parte de Alonso le decía que llevara a Jos a casa, y otra parte de él decía que lo dejara irse, que lo merecía.

Al final la parte buena terminó ganando.

—Oh, ven aquí.—Lo llamó.

Jos corrió hacia Alonso con gusto y le indicó hacia donde vivía, porque aunque seguía viviendo en donde mismo, en casa de su madre, el rubio no recordaba en qué parte se encontraba la casa.

El camino fue algo largo y abrumador para Alonso, ya que Jos estaba penetrando dentro de su coche un olor terrible.

Al estacionarse delante de la vivienda del morocho, Alonso le pidió a Jos si podía sacar de la cajuela un maletín. Jos obedeció.

—Encontré este. ¿Sí es este?—Dice entrando de nuevo en el coche.

Y como siempre soñaba, ahí estaba su muñeco de aparador, el dulce maniquí del que se había enamorado hace tanto tiempo.

Jos negó con una risita en voz baja.

—Sigues siendo tú. El muñeco del que me enamoré.

Alonso convertido en maniquí estaba en el volante.

—Mamá no está, no puedo dejarte aquí dentro hasta que regreses.—Dice cargando a su muñeco y entrando con él a casa.

Me enamoré de un maniquí||Jalonso Villalnela.Where stories live. Discover now