Capítulo 2: "Perdidos".

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 9 años

Abi estaba sentada conmigo en la clase de literatura, enfrente estaban Fátima y Sol, y en el primer puesto al lado de la mesa de la maestra se encontraba Harry. 

Había pasado un año desde que él llegó y las cosas se complicaron bastante en mi vida. Resultó que Harry era un estudiante ejemplar y se llevaba de las mil maravillas con Lily haciendo los deberes y realizando proyectos. Con Holly las cosas eran casi iguales, lo del empujón cuando se conocieron quedó en el olvido y Harry se comportaba como el hermano mayor de mi hermana. Pero conmigo ni siquiera se atrevía a mirarme directamente a los ojos, la última vez que lo hizo fue cuando se disculpó con Holly, desde ese día en adelante me evitaba, me dirigía la palabra sólo cuando era necesario y trataba en lo posible de no estar en la misma habitación que yo.

¿Acaso olía mal? ¿Era fea? ¿O no le agradaba? 

Era como vivir con un fantasma, sabía que estaba ahí pero no lo podía ver. Era un niño despreciable. Nada comparado con su madre, la mejor niñera que haya tenido, salvo por el pequeño detalle de que aún no me dejaba comer galletas después de las ocho.

Sin embargo, desde la misteriosa aparición de esas galletas frente a mi puerta, cada vez que hacía una pataleta, a la medianoche unas galletas sobre una servilleta tocaban mi puerta. Comencé a creer seriamente que el hada de las galletas con chispas de chocolate existía.

La maestra leía un aburrido poema. Puse cara de concentrada, pero en realidad estaba pensando en cómo convencer a mi mamá para que me dejara ir a la casa de Fátima esta tarde con Sparks. Seguramente me diría "lleva a Harry". Antes me molestaba que me obligara a ir a todos lados con Holly, pero misteriosamente se le metió en la cabeza que el niño rizos podía ser mi amigo. Error, él jamás lo sería.


No me gustaba la idea de que él fuera a la misma escuela que yo, por alguna razón que estaba fuera de mis conocimientos mis padres le pagaban la educación a Harry y a Gemma. Para Navidad les daban regalos, los dejaban comer en la misma mesa que a nosotros y eran libres de reglas y listas de alergias y cosas que se debían hacer. 

Jenna, podrías decirle a la clase de qué se trataba el poema —salté en mi asiento y me aparté un mechón castaño de cabello que caía sobre mi frente. Cuarenta pares de ojos se giraron a mirarme, recordé que la abuela siempre me decía que si no sabía algo sonriera y me echara el cabello hacia atrás con delicadeza. 

Lo hice como me había enseñado, pero no pareció surgir efecto. La sonrisa era más parecida a una mueca sarcástica y cuando me iba a echar el cabello hacia atrás, se me enredaron los dedos entre éstos.

Escuché algunas risas, la más fuerte era la de Sandy Dale, que estaba sentada junto a Harry. Ella le susurró algo al oído y se rio más fuerte, pero a Harry no pareció hacerle gracia.

Te estamos esperando, Jena. —me dijo la maestra, caminando hasta mi puesto con la mirada que ponían las personas cuando hablaban con un enfermo mental. Eso me molestó.

Miré hacia el lado y Abi se encogió de hombros, ella tampoco había prestado atención. Sol y Fátima tampoco sabían, negaban con la cabeza para que no les preguntara nada.

Sentí ganas de llorar, la maestra me estaba avergonzando.

¡Jenna descerebrada! —gritó Sandy desde el primer puesto. Toda la clase estalló en carcajadas, excepto mis amigas y Harry, que seguía tan serio como en un funeral.

En una mirada fugaz que le lancé, vi como el gesticulaba algo con los labios. Me estaba mirando directamente y decía algo. Aproveché que todos reían y que la maestra trataba de hacerlos callar para entender el mensaje.
"Amor", eso le entendí.

Amor —dije en voz alta en el preciso momento en que se hizo un silencio en la sala. 
¿Cómo dices, Jenna? —me preguntó la maestra.

Dije que el poema es de amor —le repetí.

Ella se dio media vuelta a mirar al resto de la clase y caminó hasta el frente de la pizarra.
Harry, ¿por qué el poema es de amor? —le preguntó la maestra.

Porque se compara a la amada con el verano, señalando que ella es mejor que eso —la clase seguía en silencio y vi como mis compañeros asentían. A Harry siempre le daban la razón, podía tratarse de zombies el poema, pero si él decía que era de amor y unas cuantas cosas más, todos le creían.

Pero resultó que estaba en lo correcto, porque la maestra sonrió y escribió en la pizarra el título del poema.

Muy buena interpretación, Harry. Es un poema complicado, ya que es de uno de los más grandes escritores de la historia.

Leí lo que estaba en la pizarra y decía: "A un día de verano compararte".

Abigail, dinos ¿quién es el autor de este poema? —al igual que conmigo, todos miraron a Abi. Ella se puso nerviosa, comenzó a jugar con el lápiz que tenía en las manos y se mordió el labio. No tenía la menor idea.

Volví a mirar a Harry, con la esperanza de que le dijera la respuesta a Abi. Más no lo hizo, se quedó mirando a mi prima al igual que Sandy, con una sonrisa burlona.

Lo estaba haciendo otra vez, se creía mejor que el resto sólo por ser más listo. Me pregunté qué pensaría Sandy si descubriera que Harry era el hijo de mi niñera y no el de un gran empresario que vivía en Londres, como todos creían.

Pudo haberme ayudado hace un momento, pero eso no afectaba en nada a la idea que me formaba sobre él si después se burlaba de mi prima.

No lo sé, maestra —respondió Abi. Suspiré decepcionada y fulminé con la mirada a Harry. Ya se las vería conmigo.

¿Alguien lo sabe? —preguntó de forma general la maestra.

—William Shakespeare —gritó Sandy. Seguro que Harry le había dicho la respuesta, ella era tan tonta como la estúpida mochila de Barbie que tenía detrás de su silla. 

La maestra la felicitó y le dio una estrella a su mesa. Cuando finalizaba el mes, había reunión de apoderados, se sentaban en el puesto de sus hijos y veían cuantas estrellas tenían pegadas a la mesa, era una estrategia para informarles como nos iba en nuestro desempeño académico. Abi tenía cinco, Fátima siete, Sol seis y yo una, que ni siquiera recordaba como la había ganado.

Sandy es una tonta, sólo quiere llamar la atención de Harry —dijo Fátima en el recreo. Estábamos sentadas sobre el césped de la Academia Westfield, era un castillo grande que antiguamente fue utilizado como centro de fiestas y reuniones importantes dentro de la alta sociedad. Con los años se le perdió el uso y alguien lo compró para poner una escuela exclusiva para los niños de los grandes empresarios de Canterbury. 

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