Memorias:

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Al recordar la última semana que había transcurrido anterior al accidente, Paula sintió miedo y vergüenza. Parecía una historia de terror. No se reconoció a sí misma. Pensaba en todo lo que había pasado como si ella fuera otra persona. No podía reconocerse en esa mujer que había alimentado tanto odio en su corazón. Llegando a extremos impensables.

Recordó haber tenido todos esos sentimientos que le destruyeron el corazón y le envenenaron el alma. Por primera vez se dio cuenta de ello. La semana anterior a lo que ella le gustaba llamar: el accidente, algo había estallado en su interior. Reconoció haberse levantado tarde y se horrorizó al recordar sus propios pensamientos de esa noche, ella había decidido que el niño tenía que desaparecer de su vida para siempre. No soportaba más verle la cara y menos oírlo llorar. Luego se haría cargo de su esposo. Un hipócrita, inútil y maldito infiel. Ya no le servían, la habían traicionado. Eso no era todo, Paula recordó la frialdad con que lo había decidido.

—No, no, no puedo ser yo —susurró al vacío y las lágrimas cayeron de su rostro como un torrente. Ella amaba a su familia, ¿cómo había podido pensar aquello?

Su vida había sido una pesadilla. Y este mal sueño continuaba.

¿Qué fue lo que al fin encendió la mecha antes de que todo explotara? No lo supo con claridad. O quizás fueron tantas cosas, que no alcanzó a sospechar.

El día en que ocurrió la tragedia empezó como cualquier otro. Paula se levantó, desayunó sola en la cocina sin entender por qué su esposo se había encerrado con su niño en la habitación del pequeño, ignorándola, dejándola abandonada y sola. La noche anterior ni siquiera estaba en sus recuerdos. Seguramente, ahora lo comprendía, había tenido algún tipo de ataque de psicosis. Su mente se desconectaba al infierno de su realidad, ya entonces no funcionaba bien o al menos lo que un médico podría llamar "normal". ¿Habría tenido un demonio dormido en su interior a punto de atacar toda su vida? ¿Se habría despertado entonces al alcanzar el límite de su paciencia, alterando su cordura?

Luego fue a trabajar. Allí estuvo bastante distraída, pensando siempre en Franco; en su infidelidad, en la traición de su amiga, en el rechazo de su pequeño hijo. Se había preguntado: ¿por qué no se iban todos al demonio? No los necesitaba. De lo que hizo allí simplemente no tenía recuerdo alguno. Sólo de sus pensamientos.

Cuando volvió a su casa a eso de las siete de la tarde (a la casa de ellos en realidad, no era su casa), los encontró muy felices frente al televisor. No se dio cuenta que se alegraron de verla, sino que creyó todo lo contrario. Había llegado a un punto en donde veía sólo lo que quería ver... Se ofendió al verlos bien, como si su lejanía los pusiera felices. No los había saludado, sólo se había limitado a subir al piso superior para darse un baño. Se sentía incómoda, como si algo dentro de ella la molestara y se le pegara como chicle.

Se desnudó y se metió a la ducha, ignorando por completo el llanto de su niño que se oía desde el piso inferior, reclamando la atención de su madre. Había estado tranquila por un rato con el agua deslizándose sobre su rostro, hasta que el jabón se había deslizado de su mano al piso y ella, para recogerlo, había salido de la ducha y se había acercado a la puerta.

Por casualidad había escuchado a su marido hablar a lo lejos, desde la habitación de ambos. Abrió la puerta sólo un poco para oírlo mejor, imaginando la posibilidad de que fuera Erika quien estaba del otro lado de la línea. No se había equivocado, su esposo estaba hablando con su antigua amiga:

—No puedo ir ahora... Ella está acá —le decía. Su voz era apenas un susurro, parecía preocupado, rayando el pánico—. ¡No puedo decirle! ¡No ahora! ¡No es el momento adecuado!

Entonces algo ocurrió en su mente, la grieta se abrió. Paula jamás había sentido tanta ira antes. Tomó la toalla y salió hacia su habitación en donde estaba Franco.

PasitosWhere stories live. Discover now