Capítulo 2

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Para Kevin Costa, era una noche más para sus habituales llegadas tardes. Se había convertido en una rutina, tanto como hallar a su esposa dormida, con sus libros dispersos en la cama. 

Habían pasado meses desde aquella conversación donde ella le había comunicado que retomaría su carrera. Como cada viernes, ella no se encontraría allí y eso le molestaba. Al entrar a la habitación lo confirmó. Antes al menos le dejaba notas, ahora ni eso. Pero, él no se atrevía a reclamar nada.

Se duchó, cansado del arduo día que había tenido y se acomodó en la cama durmiéndose casi al instante.

Eran las tres de la mañana cuando sintió un golpe cerca de la cama. Sobresaltado, encendió la lámpara de su lado y la vio en el suelo, riendo sin control. No supo si molestarse o preocuparse, de lo que estaba seguro es que sentía tranquilidad de verla en casa. La levantó fácilmente gracias a su gran estatura y fuerte complexión, al sentarla sobre la cama notó sus pupilas dilatadas, sus ojos hacían movimientos involuntarios y su pulso estaba alterado. Le dio un baño y la acomodó de nuevo en la cama para dejarla descansar, de nada serviría hablar con ella en ese estado.

Se sentía impotente al ver lo que estaba sucediendo con ambos y debía reconocer que no sabía cómo abordar el tema para alejar su vida, su matrimonio, a la mujer que amaba de aquel precipicio al que se acercaban de forma inminente.

Al despertar, se sorprendió al no encontrarla junto a él. Extrañaba sentirla cercana no solo a nivel corporal sino poder disfrutar de su mirada, su sonrisa. Había pasado demasiado tiempo en que no disfrutaba de la compañía de su mujer, la compañera que había elegido para su vida. Bajó a desayunar y tampoco había nadie. Tenía que ir a la oficina pero por ser fin de semana no era urgente, así que decidió quedarse. Hacía mucho no lo hacía un fin de semana.

Pasaron un par de horas cuando su familia regresó; Kendra entró junto a sus hijos y la niñera riendo a carcajadas, se veían tan felices que él no pudo evitar esbozar una sonrisa.

-¡Papá! -gritaron los gemelos encantados de verlo en casa, se lanzaron sobre él y los tres simulaban jugar a la lucha arrojándose sobre la alfombra.

Kendra se emocionó al contemplarlos, se sorprendió al verlo en casa y por un momento sus ojos y los de él se cruzaron, creyó notar felicidad en los de su esposo. Por mucho tiempo, ella había intentado provocar aquellos encuentros familiares sin éxito. Así que se dispuso a disfrutar aquella imagen, sin expectativas, como había aprendido a vivir últimamente.

Kevin notó a su esposa observándolos, y pudo ver en ella un atisbo de complacencia, pero en segundos regresó esa manera de mirarlo con reserva que él detestaba. Discutían infinidad de veces sobre el mismo tema. Sabía que el trabajo lo estaba absorbiendo, ser el nuevo jefe de Cardiología no era tarea fácil. Podía delegar varias responsabilidades e incluso un par de operaciones. Pero para ser sinceros no quería hacerlo, amaba su profesión, nada se comparaba a la adrenalina de salvar la vida de una persona, de devolver los latidos a aquellos corazones agonizantes. Y el poder brindar esperanza a una familia, no tenía precio.

Esa noche cenaron juntos, atendiendo a sus hijos de ocho años e ignorándose mutuamente como unos profesionales.

Él la observaba de vez en cuando, notando los cambios físicos que ella había sufrido, había perdido esa mirada infantil y esa sonrisa juguetona que la acompañaba siempre. El tiempo había pasado inadvertido. Cuando nacieron los gemelos no tenían la vida ni las comodidades actuales, Kendra se quedó en casa a educarlos hasta que "todo mejorara". Afortunadamente, Kevin lo logró y sus esfuerzos se vieron compensados con bienestar financiero.

Ella lo atrapó con la mirada puesta en su escote, al verse descubierto se ruborizó como un chiquillo, se limpió los labios y desvió sus ojos al cuadro del lado opuesto de su esposa lo que le causó gracia a la mujer. 

Después de siete años, y hasta hace un par de meses ella había retomado sus estudios en Diseño de Interiores con la idea de montar su propio negocio. 

Kevin le hacía notar que le permitía idealizar ese plan como una fantasía, constantemente le repetía que ella no tenía necesidad de trabajar, pero que la universidad era una buena forma de que ella pasara el rato, actitud que ella odiaba e intentaba ignorar. Estaba segura que él la amaba pero la forma en que tomaba los temas que ella consideraba importantes la decepcionaban continuamente.

Él adoraba verla feliz, activa, satisfecha con su vida. Sin embargo, un par de meses después de reiniciar sus estudios, su relación cambió. Ella hizo nuevas amistades, retomó el gimnasio y sus frecuentes salidas los fines de semana no se hicieron esperar. Y él muy a su pesar debía reconocer que no tenía tiempo, siempre había una reunión, una operación, un seminario, un discurso e incluso una celebración de algún colega.

Como estudiante de último periodo, también estaba ocupada, ella tenía un proyecto en conjunto con varias facultades de la universidad. Cada una se dedicaría a su rubro organizando una pequeña empresa en todos sus procesos. Allí conoció al grupo de Pablo Vega; reconocido en todo el campus como el irresistible, atractivo y adinerado estudiante de Diseño Fotográfico que no tardó en convertirse en su inseparable acompañante. 

A ella le atraía su forma desenfadada de ver la vida y a él le fascinaba ver la ternura que ella poseía; «perfecta para corromper» pensaba siempre al verla con deseo. La primera vez que la vio, ella hablaba por teléfono y él aprovechó a hacerle varias fotografías que se convirtieron en su nuevo portafolio personal, estaba cautivado. Conocía la situación sentimental de Kendra y no le pudo importar menos, la instaba para salir de fiesta o de paseo, siempre lo conseguía. Aunque las fiestas que Pablo frecuentaba estaban llenas de excesos y diversión peligrosa.

La Esposa del DoctorWhere stories live. Discover now