Calvo

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Hace tiempo que no sueño que estoy bajo el agua, y la verdad es que no lo echo de menos. Han pasado un par de semanas desde la última vez que tuve un sueño así, y creo que últimamente ya no sueño, o quizá es que no me acuerdo de lo que sueño cuando duermo por la noche. Para variar, cuando estoy despierta y me aburro me gusta entretenerme pensando en cosas. A veces me imagino que no tengo a Yuka para aconsejarme y que no sé qué coño ponerme cuando tengo que ir a un lugar que no es la universidad. Pienso en Yuuta, en el coche nuevo que se ha comprado y en lo orgulloso que está de él, aunque incluso él ha tenido que ponerse de acuerdo con nosotros en algo: nada de viajes en coche durante una temporada, y de excursiones a la montaña menos. Me gusta pensar en Yuka y en Yuuta, pero al final siempre acabo pensando en él.

Pienso en Seitaro.

Una luz poco tenue me traspasa los párpados y me obliga a abrir los ojos, adoloridos. Me cercioro de que sigue sin haber ni rastro de agua por ninguna parte. Estoy en mi cama... Apago el despertador del móvil con la pereza que va de la mano de un lunes cualquiera y solo al mirar la hora es cuando caigo en la cuenta de algo: llego tarde a la universidad.

Salgo de casa echando leches. A pesar de la modorra, soy capaz de distinguir la fachada cuyo color sigue la línea de un gris monótono que no hace más que recordarme a alguien. Seitaro se va a enfadar. Corro por los pasillos y me apresuro a llegar lo más pronto a clase. A ser posible, me gustaría evitar al menos la bronca del profesor. Pero cuando entro por la puerta resulta que el susodicho ha decidido llegar pronto y ya está dando el coñazo con su apasionante clase de historia: mala suerte. Me deslizo ágil y veloz por el pasillo de la clase aprovechando que está de espaldas. Mis compañeros me miran con indiferencia. Se oye algún que otro cuchicheo de fondo y el eco que produce la tiza al darse de bruces contra la pizarra por enésima vez. Estoy acostumbrada a llegar tarde; es relativamente sencillo y a la vez muy tentador eso de saltarse los horarios de las clases que no me interesan y perturbar el orden preestablecido por el calvo perfecto cuya cabeza evidentemente no calva ubico en el lugar de siempre. Intuyo una bronca por parte del profesor, así que me muevo más rápido entre mesas y sillas. Uno se queja porque no le dejo copiar. Le mando a hacer puñetas en voz baja y por fin me siento al lado de Seitaro. Y le sonrío.

—Qué. ¿Preocupado porque no llegaba?

—Llegas tarde.

Parece enfadado. Le pongo morritos.

—¿No me has echado de menos?

—Shhh...

Me mira mal. Yo le observo mientras coge apuntes, y hago como que copio. Los apuntes de Seitaro son la segunda cosa más perfecta que existe después de él. Si estudiara con sus apuntes estoy segura de que aprobaría todos los exámenes con buena nota. Pero da la casualidad de que no estudio. Aun así, es perfecta la forma en la que Seitaro hace sus apuntes: están cuidadosamente ordenados; la letra, recta y legible, marca con claridad su estilo. Las hojas están muy limpias y las tiene bien organizadas. Él tiene todo lo que yo no tengo, pero yo le tengo a él. Y me gustaría creer que va a ser así para siempre. Me gustaría creer que él va a estar siempre conmigo. Me gustaría...

Veo una mano agitarse delante de mi cara. Es la suya. Sabe que me he perdido y que no estoy prestando atención. En realidad, nunca me pierdo —o solo a veces—, y siempre estoy prestando atención, pero no a las explicaciones del profesor. ¿Tanto te cuesta entender eso, calvo? Estoy prestándote atención a ti y a tu cara de estudiante apasionado de la historia de Japón, la hora más soporífera de toda mi vida. El día en que los astros se alineen o llegue un profesor que esté más bueno que tú —lo que suceda primero, pero no creo que nada de eso suceda—, me dignaré a prestar un poco de atención.

CalvoWhere stories live. Discover now