Capítulo 4. Diego

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Estoy mirando el papel con el que está cubierto el regalo de Ari. Es un poco soso, la verdad. Lo hubiera envuelto con uno más llamativo que le alegrara el día, pero en la tienda del todo a cien sólo quedaba uno de color naranja. Le he comprado un libro; no se lo regalo por nada en especial, sólo para que se dé cuenta de que no está sola en esto y de que me tiene a mí para apoyarla. También he decidido comprárselo porque me siento un pelín culpable de haberme comportado como un tonto con ella desde hace días. En realidad es una tontería, pero me hacía ilusión. Seguro que le gustará. O espero que le guste. No estoy muy seguro, pero creo que he elegido bien. Sí, le va a gustar. Y, bueno, dejo de pensar ya, que me enrollo como las persianas conmigo mismo.

Toco en la puerta de su habitación del hospital y entro. Observo a su madre leyendo una revista en el sillón y a Ari sentada en la cama comiendo como si le costara la vida. Las dos me miran.

—Hola —las saludo.

Ari se vuelve a concentrar en su comida, amontonando las verduras en una esquina, y su madre se levanta.

—Hola, Diego. —Me da dos besos—. ¿Te quedas con ella? Me apetece tomar un café. No voy a tardar mucho.

—No pasa nada, Isabel. Tarda lo que quieras. No me importa —le digo.

—Perfecto —contesta, y después se acerca a mi oído—. Vigila que se lo coma todo.

Asiento, y ella se va. A continuación, me acerco a Ari, que está removiendo un puré verde con la cuchara.

—Hola, Ari. —Me quedo de pie, mirándola.

—¿Esto te parece comestible? —me pregunta, refiriéndose al puré mientras alza la cuchara llena—. Menudo asco.

Sonrío.

—Hay cosas peores.

—¡Pero si tiene grumos! Es vomitivo.

—Te he traído una cosa —le digo, tendiéndole el regalo—. Sé que he estado muy raro contigo estos días, pero lo siento mucho.

—No importa. —Esboza una sonrisa y me quita el paquete de las manos de un tirón.

—Espero que te guste.

Lo abre rápidamente y se encuentra con un ejemplar de En la puerta de al lado. Abre los ojos como platos y empieza a manosear la portada, luego se lo acerca a la nariz y lo huele, pasando las páginas; después lo vuelve a manosear mientras no para de sonreír.

Le ha encantado.

—Siempre he querido leer este libro —comenta, y lo abraza—. Es precioso. —Me mira—. Muchas gracias, Diego.

Verla así de contenta me hace muy feliz.

—Me alegro de que te guste. Pero antes... —Le quito el libro de las manos y señalo su comida—. Tienes que comerte todo eso, si no, lo devuelvo a la tienda.

Pone morritos.

—Sabía que sería una trampa —dice, y se cruza de brazos, enfurruñada; yo me río.

Me siento en el filo de la cama y observo cómo come. Le cuesta mucho, pero tiene que hacerlo por su bien.

Me interrumpe mi móvil vibrando en el bolsillo de los vaqueros. No le hago caso y sigo viendo a Ari comer, pero el aparato sigue dándome la lata sin parar y me estoy poniendo muy nervioso. Será la pesada de Natty otra vez, que lleva varios días molestándome a mensajes y llamadas diciendo que lo siente y que me quiere y blah, blah, blah.

—¿Por qué no coges tu móvil? Me parece que está vibrando —dice Ari, y se come un trozo de zanahoria.

—No es nada importante.

Entre el hielo y el fuego (Between #2) COMPLETA EN AMAZON ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora