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Akaashi.

Todo lo que sabe Bokuto de él es que se apellida Akaashi, no existe un nombre ni un hola. Siquiera una pequeña mirada por, quién sabe, un tantito de compasión. Y no, no es que el moreno sea alguien que se crea una celebridad; más bien -si Kotarō lo pone en palabras- es una estrella apagada.

En su rostro jamás se logra vislumbrar algún atisbo de alegría, no hay sonrisa ni risa ni ojos brillantes; y aun así, en el tormentoso lío que es ese chico, los demás no pueden apartar la mirada de él cuando se desliza por los pasillos con la gracia de un rey.

Kotarō es uno de esos que se sienten una mosca atraídos por el más dulce manjar, incluso su pelinegro amigo, Kuroo Tetsurō, no puede ignorar aquellos rizos rebeldes que resguardan la inteligencia de un alumno modelo.

—Es precioso, ¿no? —dice casualmente, como si hablar de un chico fuera cuestión de nubes y sol. Bokuto se siente incómodo mas no lo dice, solo asiente enérgicamente y detalla rápidamente que le siguen.

No, no a él, porque no es el más guapo del internado; pero sí a su estrella sin luz. El presidente de la clase del tercero le obliga a ingresar al baño y, entonces, Bokuto estalla. Se vuelve un montón de pedazos abstractos llenos de culpa, porque esa no es la primera vez y Akaashi siempre sale del cuarto impoluto con un poquito más de agonía pintada en los ojos.

—Es rollo de ellos, sabes que nadie le detiene... —Kuroo le hace saber, con una mueca llena de pesar en los delgados labios, sin embargo Kotarō le fulmina con la mirada porque si aquél fuera Kenma -ese pequeño que pasa con su amigo- la historia sería distinta.

Aun así, con todas las alertas de su mente, se escabulle hasta el baño, pasando de largo el guardia que yacía boca abajo en el suelo, besando con lagrimones las baldosas. Bokuto es impulsivo y estúpido (más estúpido que nada, ojo), por ende no soporta la idea de contribuir al cementerio de iris esmeralda y párpados enrojecidos.

—¡Hey hey hey! —repite obligándose a creer que no es lo que sus ojos están viendo.

Porque..., ¿quién demonios cometería tal crimen? Ese crimen horrible que es despojar a Akaashi de su dignidad al mantenerle preso contra uno de los cubículos, embistiendo su cuerpo sin mesura, rasgando el lienzo de sus labios en nada más que una profunda tristeza.

—¡No puedes estar acá! —le grita alguno de los dos, él no le presta atención porque sus ambarinos ojos no se apartan de los esmeralda y cree -no, no, asegura- que Akaashi le está pidiendo ayuda.

Está gritando auxilio.

Lo está implorando.

Bokuto no dice nada, mas está seguro de que han visto su rostro deformarse en la viva imagen de la furia, las mejillas le arden y se le nubla la vista.

Golpe a golpe avanza hacia el profanado rayo de luz, le duele un ojo y el labio; no obstante ellos están peor porque, anda, no se mueven. El carmín que tiñe sus manos le advierte de algo peligroso y turbio, aguas desconocidas que sus dedos no alcanzar a siquiera probar cuando un aullido de terror se interpone entre la flor que es Akaashi y el barro que se siente Bokuto.

—¡Estás herido! —la impasible voz del azabache se vuelve una respiración errática llena de pánico—, por mi culpa..., por mi culpa estás herido... —y se apaga al igual que sus bonitas pupilas ahogadas en lágrimas silenciosas.

Kotarō repara en la sangre saliendo a borbotones de su vientre, le mancha los dedos y la tos es tan roja como los ojos del menor en ese momento. Espesa, triste y vacía.

—¡No te preocupes, soy fuerte! —miente con una sonrisita que supone buenas cosas, pero incluso él se deja arrastrar por el miedo a morir entre esas sucias paredes de baño.

Akaashi le mira suavecito, tímido, con las mejillas encendidas en quién sabe qué porque hace demasiado frío. La ventisca congela los dedos de Bokuto, también el río de Akaashi.

—Keiji —murmura el más bajo en una pequeña mueca de disgusto. El bicolor sonríe ampliamente, saboreando su nombre completo. Y le encuentra aún más lindo de lo que lo pensó.

—Kotarō —responde tristemente, derrumbándose en el hombro derecho del pelinegro.

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Kotarō...

Bokuto Kotarō...

Los sueños jamás se sintieron tan dulces como ese día, lo sabe porque la sonrisa una vez abre los ojos es demasiado clara hasta para él mismo.

El despeinado look de su mejor amigo le recibe con congoja, abrazando su maltratado cuerpo a brazos abiertos. Le besa muchas veces, casi efusivo, y se aparta diciendo lo asustado que estaba de todo ello.

No puede escucharle del todo, sencillamente no puede, no cuando una mano más pequeña le sostiene afanosa por el dorso de la propia; generando en él una sensación de intestinos al revés y muchas crueles mariposas.

Kotarō voltea suavemente en dirección izquierda, hallándose allí una maraña de cabellos negros bastante dormida en la incomodidad de esa posición. Se delata con el ceño fruncido, Bokuto ríe escandalosamente.

Tan escandaloso como le es permitido dada su condición.

Y Keiji despierta de su letargo elegantemente, barriendo con la mirada rincón a rincón, hasta que se enfoca en el ruidoso bicolor.

Le sonríe apenas, es solo un segundo, sin embargo Kotarō babea e imagina que es toda una vida admirando la curva más preciosa de su cuerpo, en general. No niega que el chico es hermoso de pies a cabeza, pero cuando sonríe, maldición, rompe todas las leyes del universo (¿eso existe?, se cuestiona), atentando contra quien la vea.

—Me alegra que esté bien —susurra adormilado, con tono ronco, utilizando esa molesta jerarquía que a Kotarō desespera.

El mayor tuerce los labios en una queja, se ha olvidado por completo de Kuroo, y lo sabe, pues apenas y nota cuando sale de la habitación; riéndose a carcajadas de hiena.

Akaashi se acerca a la cama en un inseguro gateo que, una vez más, asombra al mayor y sin pedir permiso se recuesta contra él; abrazándose a sí mismo con desgarradora ansia.

—Pensé lo peor... —confiesa—, y el dolor de lo que me hacían dejó de existir cuando tú te desplomaste en mí —completa angustioso.

Anonadado se mueve hasta abrazar por el costado a ese maltratado Akaashi, víctima de su belleza y seguridad al caminar.

Bokuto ríe amargamente, llorando como un bebé sin dulce—. Lamento eso... —sisea honestamente—, lamento jamás haber hecho nada...

—Nadie podía —le calma el de iris esmeralda, volviéndose hacia él—, pero gracias por defenderme... —murmura.

—Lo haría otra vez, y mil veces más —y cierran los ojos.

Estrechan sus corazones en ese apretado abrazo, sanándose, queriéndose y aceptándose llenos de fallos.

Bokuto cree que la luz de Akaashi comienza a crecer y Akaashi afirma que jamás se sintió tan bien en brazos de alguien que no fuera él mismo.

Akaashi. // BokuAka osDonde viven las historias. Descúbrelo ahora