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Ya el martes por la tarde, con la nota en mano, algunas cervezas encima —y otras más que compré para el camino—, decidí volver a Hazentown asumiendo que lo correcto sería olvidar. Olvidar la semana completa si era posible, con mucho alcohol y juegos.

Me subí al auto y me preparé para las casi cuarenta horas de viaje a casa. ¿Y les digo algo? No me había sentido tan idiota en mucho tiempo, pero conduciendo, con el auto siendo mi única compañía, supe que todo se había ido a la mierda. Y como a la vida le gusta joder, me lo dejó bien en claro.

La radio y las canciones rancias de los 50's y 60's sonaban como un recordatorio, todas las emisoras conspiraron para ponerlas; o los comerciales sobre comida para perro. ¿Pasaba frente algún restaurante? recordatorio de cómo por fin había conseguido mi figura de Pikachu. ¿Tenía sueño? Un jodido motel al costado del camino. Así estuve desvariando, sintiéndome como un bastardo, preguntándome qué habría pasado si esa tarde del lunes le daba mi consuelo.

Llegué el jueves a mi departamento y me arrastré a la cama. Desde ese momento dejé de existir hasta el viernes por la tarde.

Tuve que llevar el auto a esos servicios de limpieza. Dos horas tendría que esperar para buscarlo y recién poder devolverlo al lugar donde lo arrendé.

Mientras esperaba jugaba en el celular (lo normal) unas partidas online para acabar los créditos que nunca más usaré porque no soy de llamar personas. La mayoría me llama a mí, soy todo un jodido solicitado, sobre todo por la compañía telefónica y mi vieja que reclama amor que no me nace.

Ahí, sentado en una silla plástica, dejé de lado los juegos para vagar por Google. Iba detrás de un indicio, una señal, un hecho que me motivara, una excusa para mover el culo y teletransportarme a Lebestrange, darle una despedida a todo. 

Cerrar el ciclo, le dirán algunos.

Encontré en una búsqueda la noticia de una señora con un pequeño lugar para arrendar durante el verano, a quien la había ido a visitar un famoso fanfarrón. Vaya noticias las que se hacen relevantes, pero me sirvió para conseguir su número.

—¿Sí? —contestaron tras marcar.

—¿La casa de Los Lagos?

—Con ellos. ¿Desea consultar por alguna habitación?

—No, quiero preguntarle por una tal Levina Roth.

—¿Es por la boda?

Y le pregunté sobre qué boda hablaba, porque según sabía, ella se había escapado. Pues nada, me dijo que esa boda se suspendió, sí, que ahora habría una nueva entre Roth y su pedante novio, que ya todo estaba acordado. Insistí en preguntarle, mi cabeza se hacía múltiples preguntas y cada una de ella era más molesta que un pendejo de nueve años hablando con un micrófono pésimo en Call of Duty.

Más locos que enamorados ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora