|Prólogo|

797 58 5
                                    

Él sostiene el arma contra mi cabeza, cierro los ojos y ¡Boom! Estoy muerta.

Lo sé, él sabe, que me mató por compasión. Y aquí estoy... Y el sostiene mi cuerpo en sus brazos, él no quería lastimarme, me abraza fuerte.

Oh, todo lo hizo para alejarme de las cosas horribles que trae la vida. Él llora y llora...

Aurora/Murder Song

Aurora/Murder Song

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Parpadear.

Vanessa casi no podía hacer algo tan mundano como parpadear. Sólo podía mirar a aquel chico, con sus grandes ojos azules, suplicándole que acabara con aquella tortura.

Sus muñecas estaban sostenidas por aros metálicos que dejaban marcas alrededor de éstas y con la poca fuerza que le quedaba, con sus pálidas y heridas manos, se agarraba de los bordes de la mesa, clavándose varias astillas de la madera, abriendo las pequeñas cortaduras que ya tenía. Sus dedos sangraban, al igual que la parte detrás de su cabeza y una de sus muñecas, que a pesar de las vendas no dejaba de sangrar, perdiendo poco a poco la sangre de su cuerpo.

El chico no la miraba. Estaba concentrado en su retorcido trabajo. Su cabello castaño oscuro, empapado de sudor, caía sobre su frente. Una de sus manos recorría su pierna derecha lentamente, mientras esperaba mirando las manijas del reloj en su muñeca. Un Rolex plateado descansaba sobre ésta, manchado de sangre.

Respirar.

No podía respirar correctamente por sí misma, un tubo estaba en su garganta ayudándole hacer en, lo que se convierto para ella, el forzoso trabajo de respirar. El tubo llevaba el oxígeno que le hacía falta, pero eso ya no estaba funcionando mucho. Sus ojos se sentían pesados y no podía mantener la mirada fija en el mismo lugar por mucho tiempo. Agotada, deslizó la mirada por la habitación, los ojos le ardían y los sentía secos e irritados.

Las paredes del lugar eran de madera, parecía como si el lugar fuera a derrumbarse en cualquier momento. La madera estaba casi podrida, desprendía un mal olor, acre, fétido, todo a su alrededor era tétrico; la hacía sentir que se estaba asfixiando. Ella no sabía dónde estaba el lugar exactamente, pero sí sabía que era una cabaña rodeada por un denso bosque. Intento escaparse una vez y no llegó muy lejos, su secuestrador la castigó gravemente por eso. Algunas veces se quedaba, en los meses que llevaba encerrada en aquel frio lugar, mirando por una pequeña abertura en la madera, esperando que alguien cruzará, pero nada. Nunca cruzó una persona y ella sabía que nadie iría a rescatarla. Estaba al tanto de que el lugar estaba tan alejado de la ciudad que era casi imposible que transitaran personas por allí o incluso, que supieran de la existencia de aquella cabaña...

Logró respirar un poco más cuando él, orgulloso de su morboso trabajo, retiró lentamente, el pequeño tubo de su boca.

─ ¿Por qué no me dejas ir? ─Limpió su garganta para que las palabras salieran claras, fracasando en el intento. ─Hice todo lo que pediste, ese no era el trato. Dijiste que me dejarías ir...─Su voz salió gruesa, la garganta le dolió un poco. Hizo una mueca de dolor, y movió su cabeza hacia los lados, negando lentamente. ─Juro que no diré nada, pero por favor... Déjame ir.

Él levantó el rostro, mirándola directamente a los ojos. Por unos segundos una guerra de miradas se desató entre ellos, pero luego ella la apartó por el miedo, aterrada. El azabache se levantó del banco en el que estaba y rodeó la mesa mientras quitaba los grilletes que la mantenían anclada a la mesa. 

─Oh, pequeña Izzy. ─Tocó el largo cabello de la chica, mientras murmuraba unas cuántas veces más el apodo por el que siempre se refería a ella. Izzy. Izzy. Izzy. Pequeña Izzy.

«Creo que ya es muy tarde para eso. Creí en ti e intentaste escapar, trataste de abandonar me. Yo tenía razón, eres igual a las demás, tan malditamente estúpida y malagradecida como las otras. Si me amaras de verdad, no estarías así. ─Con el dedo índice en una mejilla y el pulgar en la otra, agarrando su cara fuertemente.─¿Sabes? ─Murmuró cerca de su oído. ─Después de todo no somos tan diferentes. Tú querías ser escritora, escribir un libro maravilloso e idear un final formidable. En tu historia, tú decides el destino de tus personajes, el tan esperado final feliz, ese que tanto te gusta. ─Rodeó con sus brazos la cintura y piernas de la chica antes de reír entre dientes. La diminuta, pálida y frágil figura, se tambaleó cuando sus pies descalzos tocaron el frío y sucio suelo. ─ ¿Todavía no lo entiendes, Izzy? Éste es el final de mí libro en donde yo soy el escritor y tú eres el personaje, sólo yo decido si vives o mueres... Bueno, creo que ya sabes cuál fue mi decisión.»

Un espasmo atacó el cuerpo de Vanessa, pero él no la soltó, en cambio, la pegó a su cuerpo y paso sus dedos entre el caballo negro de ésta de forma delicada. La grumosa sangre que estaba en el pelo se pegó a sus dedos, pero eso no le importó en absoluto. De hecho, le gustaba ver y sentir el líquido rojo entre sus dedos.

Los latidos de la chica eran cada vez más pausados, menos constantes. Estaba muriendo y no había nada que hacer. Ella lo sabía, su día había llegado, lo que ella tanto pidió, rogó, que pasará; morir. Los meses de locura y encierro, llegarían a su fin. Podrá descansar. Lo único que verdaderamente le duele es que no volverá a ver a su familia. No volverá a verlo a él. Sólo por ese pensamiento clamó una última vez por ayuda.

─Sálvame, po-r favor...─Suplicó

─Eso hago, cariño. ─Él murmuró, sin inmutarse por el dolor que sentía la peli negra.

Vanessa trató de conseguir el aire que le estaba haciendo falta cuando comenzó el ataque en su sistema respiratorio. Los latidos de su corazón, que eran menos constantes, se aceleraron sin compasión. Un fuerte dolor en el pecho, la hizo sostenerse fuertemente de él, clavándole las uñas en los hombros. En minutos, la poca fuerza que le quedaba la abandonó por completo. Sus ojos quedaron sorpresivamente abiertos y por primera vez en todo ese tiempo, mientras él la abrazaba, fue la única ocasión en la que ella pudo mantener la mirada de su secuestrador, sin apartarla su vista por el miedo.

Él la quería. No, la amaba. Sí, de una manera enfermiza y retorcida, pero la amaba. Sus sentimientos por ella, y cada una de las anteriores, son tan verdaderos hasta el punto de matarlas para que estén en paz... Besó los labios resecos de la pelinegra justo cuando ella dio su último suspiro. La sostuvo contra su pecho, inerte, y se sentó en el mugroso piso de madera.

─Tú hiciste que pasará, amor. Nos veremos luego, lo prometo. ─Susurró, lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas.

Otra más.

¿Cuántas van?

¿Tres? ¿Cinco? ¿Nueve?

Él cree que las protege, que las sana, cree que él es la cura... Cuando en realidad es el que causa la herida. Es un maldito ángel piadoso y su propósito sólo es destruir. Es un demonio que puede confundirse con un ángel, y es demasiado inteligente como para esconderse entre ellos. Sólo es un chico perdido y maltratado, con el deseo de hacer daño, mucho daño.

Bestial AcosadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora