Empecemos...

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Tras la fachada de un bar de coqueteo había una enorme sala de paredes tan rojas como el exterior de la casa, con muebles también sacados de la época victoriana que tan bien se asentaba allí, y gente. Mucha gente. O quizás parecieran muchos cuando lo único en lo que se fijaba era en que todos estaban semidesnudos, tocándose,besándose, dándose el lote y, en un sillón más allá, una pareja practicando sexo.

En una de las mesas había una mujer sentada con las piernas abiertas... y otra mujer entre ellas. Entre el gentío que parecía estar bailando de pie en el centro de la instancia, siguiendo el ritmo de la fusión entre música clásica y lo que fuese aquello,había otra mujer con apenas un corpiño, apretada entre dos hombres.Uno de ellos era un armario: grande en todas las dimensiones visibles, que la tenía agarrada de espaldas por las muñecas, deforma que ella tenía que recostarse en él para poder tocar el suelo con los pies. El otro hombre, que había estado metiéndole la lengua por la garganta, se apartó, se desabrochó los pantalones y,cogiéndola por las piernas, hizo que se enganchase a su cadera antes de...

No, no le había dado tiempo a ver como terminaba la escena. Pero había sido más que suficiente para poder tener sentimientos encontrados. Había visto toda la depravación humana con solo cruzar la sala y, llegados a ese punto, no habría querido seguir adelante.Sin embargo, el cerebro de Lucyl parecía sufrir un cortocircuito, deforma que no pudo impedir sus pies de subir las escaleras.

Mientras subía y pasaba por un corredor, se dio cuenta de que no había sido tan malo... Porque había cosas aún peores. Las puertas, a ambos lados del pasillo, eran habitaciones. Habitaciones para los que querían seguir con la fiesta, supuso ella cuando vio una abierta. En esa primera había un hombre, tenía las manos atadas a los pies de la cama y otro hombre, también desnudo, estaba...Bueno, no sabía si llamarlo sexo, violación o qué. Pero lo peor fue darse cuenta de que había varias sillas alrededor de la cama y que muy pocas de ellas estaban vacías. Cómo si la gente estuviese tomando el té mientras presenciaban aquello.

...Dios.

Pasaron por otras tantas puertas, la mayoría de ellas cerradas. A lo que Lucyl agradeció ese resquicio de privacidad. Las que estaban abiertas, simplemente no se dignó a mirar. Pero podía escuchar gritos, llantos, gemidos y risas con demasiada nitidez.

Desde fuera de la casa aquel sonido no parecía tener significado,más allá de la diversión de cualquier fiesta. Ahora tenía un cometido, y no le gustaba.

Una de las puertas que estaba abierta no le pasó desapercibida, por mucho que intentase no mirar, cuando no tuvo tiempo suficiente para girar la cara a otro lado. Una enorme sala, llena de espejos ¿o eran cristales? Personas sentadas en el suelo y en el centro un hombre, de pie cual estatua. Él apenas llevaba vaqueros, pero no fue en su desnudez parcial en lo que se fijó ella por primera vez desde que había cruzado el umbral de la puerta. Se trataba de su pelo casi blanco, de su piel inmaculada, y los ojos de color desconocido que vio cuando él giró buscándola con la mirada. Ella se sobresaltó,pero antes de desaparecer por el pasillo, percibió un efecto óptico en la sala que brillaba en torno a él. Apenas tuvo tiempo de fijarse en detalles, pero le pareció algo hermoso en el segundo que duró.

Kayden se detuvo, haciendo que Lucyl se chocase contra él. Le soltó la mano, que Lucyl ya no recordaba tener agarrada, y abrió la puerta de la habitación que tenía delante.

-Entra.- Le instó. ¿Qué mas iba a hacer sino?

Ella entró, fijándose en la habitación antes de ayudar a colocar a Dean en la cama. Parecía estar básicamente inconsciente, solo le delataban los quejidos que soltaba cada vez que se obligaba a hacer un movimiento forzado.

-Ahora vuelvo. No salgas de aquí.- Dijo Kayden acercándose a la puerta, antes de volverse nuevamente.- En serio, Lucyl. No salgas.

Ella no tuvo tiempo de contestarle que no lo haría aunque le pagasen por ello

La habitación parecía ser una extensión de la decoración restante de la casa. Tonos pálidos y apagados por todas partes. Un cuadro con una foto comprometedora de una pareja colgaba de la pared contigua ala puerta.

-¿Tus mejores treinta segundos?- Miró a Dean, que estaba pálido, a pesar de su piel clara.- Recuerdo la primera vez que vine aquí.-Siguió el herido.

-¿Porqué? Pudiste simplemente haberte lavado las manos. Y no estarías en estas condiciones.- Preguntó ella, sin poder resistirse a acercarse a él.- Por protegerme, estas casi muriéndote.

-No lo sé.-Suspiró él en un suave quejido de dolor.

-No más mentiras, te lo ruego. Solo...

-No lo sé.- Repitió él, abriendo los ojos y mirándola fijamente.-De verdad, que no lo sé.

Esos ojos. Eran esos ojos los que podrían llevarla al cielo o al infierno. Y lo sabía muy bien. Solo que ella no era tan insensata, y primero averiguaría qué era lo que buscaba él conseguir a cambio.Si iba al infierno, lo haría luchando, pataleando y sobretodo,sabiendo la verdad.

Oh, perdonad. Creo que me he adelantado un poquito.

A ver... ¿Por dónde empiezo?...


Me llamo Rayna, y voy a ser vuestra compañera de viaje de aquí en delante. Sin embargo, no es en mí en quien tienes que centrarte, ya que al igual que tú, por el momento, apenas soy una espectadora en todo esto.

La protagonista de todo esto es Lucyl... Lucyl Dickens.

Lo siento, siempre quise hace eso. Es como Bond... James Bond.

Bueno, que me voy por las ramas. Empecemos.



Libro de las Edades (+18)Where stories live. Discover now