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Sus dedos eran elegantes y estilizados, se movían gentilmente por las teclas lánguidas y bicolores, un sentimiento enteramente frágil crecía dentro de él, lo consumía y lo acechaba, lo obligaba a pensar en cosas que no quería recordar. Sombría era la noche y todos se habían olvidado de él, entonó una última melodía y partió pausadamente a casa.

"Siempre solo"  pensó, anhelaba más que nadie la compañía de alguien, quién sea, cualquiera que le respondiera bastaba. Hace mucho que no cenaba acompañado, la cama siempre estaba fría y hacían años desde que recibió un abrazo cargado de afecto. Se estaba desmoronando en pedazos, su corazón se encontraba fatídicamente roto.

Llegó en silencio por la madrugada a su departamento, fue recibido paulatinamente por el silencio y el vacío de hallarse él mismo por su cuenta. Se desprendió de su abrigo y se cobijó en las penumbras de sus sábanas, observó más allá por la ventana como un débil y solitario cometa desaparecía en la lejanía del cielo estrellado, se preguntó si aquel cuerpo celeste estaba tan aislado como él, si acaso las estrellas le hacían compañía, cerró sus ojos y derramó un par de lágrimas, volviendo a ser un niño pidió un inconstante deseo y así, por milésima vez en el día, rogó no volver a estar solo, aunque no fuesen los cometas los que cumplieran deseos.

A la mañana siguiente el sol estaba apenas en lo alto, era muy temprano, pero se había despertado porque el frío le calaba los huesos, iba a llover. Estiró sus brazos hacía los lados y se desperezó con desgano, no tenía pasión que lo moviera, pero debía salir a comprar productos de limpieza, había comenzado a aparecer moho en los azulejos del baño.

La verdad es que ya olvidaba las cosas a esas alturas, arrastraba una depresión colosal que lo hacía apestar y alejaba a todos cinco metros de distancia por sobre sus oscuros cabellos. No comía, no se bañaba, llevaba una discreta barba de tres días, una joroba que lo hacía ver anciano y avanzaba por la ciudad abrigado hasta las orejas. Tomó asiento en el metro, y pensó, pensó en el resto del mundo, tal vez creían que a él le apetecía estar solo.

Entró al pequeño supermercado que no estaba muy lejos, tomó un carrito y se colocó un auricular en cada oreja. "Creep" de Radiohead en su versión acústica comenzó a sonar, sin profundidad, composiciones de otros artistas que a través de él no sonaban más que como tristes historias de desamor, pero eso era lo único para lo que era bueno, para la música. Recorrió los pasillos tomando productos de colores llamativos. Le llevó unos diez minutos acercarse a la caja, pagar contando algunos billetes arrugados y monedas sucias para luego marcharse a casa.

Una vez llegó a su humilde edificio, subió por las escaleras casi tropezando y entró a su departamento, se encontró con un desastre que no recordaba haber hecho, así que dedujo que alguien se había metido a robarle, irónicamente no poseía nada de valor, rió un poco para sí mismo, soltó las bolsas y tomó lo primero que encontró para armarse de valor en caso de que fuese un sociópata, dio pasos cautelosos hasta llegar a la cocina, de donde provenían unos ruidos acongojantes.

Lo primero que vio fue el empaque del cereal "Cinnamon Toast Crunch" abierto (o más bien destrozado) en el suelo, el grifo del agua activado y a un sujeto de al menos 1.90 de estatura desnudo comiendo su posible almuerzo.

- ¿Qué carajo? .-trató de vociferar, pero en su lugar pareció un leve alarido -. ¿Quién mierda eres tú y qué haces en mi puta casa?

Ser cortés no era su fuerte. El sujeto se volteó a verlo y una sonrisa se dibujó en su estilizado rostro. Efel se percató de su extrañeza, su piel era grisácea y parecía estar cubierta de polvo brillante, tenía pecas por todo el cuerpo y su cabello era blanco, extremadamente blanco.

- No me grites .-respondió y Efel sintió que alguien le estaba jugando la peor de las bromas.

TempelWhere stories live. Discover now