Pereza

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Quiero mecerme en tus brazos, que me envuelvas en besos, que el mundo se acabe en ellos. Quiero dormir aquí, no hacer nada además de vivir. Quiero mirarte hasta que cielo se acabe, no mover un músculo si no es para tocarte... Quiero dormir en tus brazos, quiero morir aquí... 

Belfegor

Deseo. Jamás nunca nadie lo había mirado de ese modo, como si lo desnudaran con la mirada, como si lo besaran con los ojos y devorarán su cuerpo en un pestañear. Se sentía deseado, por primera vez en su miserable vida. ¡Valgame dios! Por fin entendía el vicio de la atención, de las miles de miradas, del secudir, del llamar la atención. Ahora tenían sentido las risas estrepitosas, la ropa ajustada en los bares, los escotes tan bajos, los pasos felinos en tacones gigantes. Ser observado era sublime, ser deseado la perdición y el mismísimo infierno. Y, ¡ por Dios, Jesús y el bendito Satán! devorado se sentía por una confianza abismal que subía quemando como el fuego su duro y asqueroso caparazón, dejando tras sus llamas la piel expuesta y ardiente de un recién nacido en la cuna de lo infame, del erotismo y del deseo sexual. Hyukjae, por primera vez, se sentía fuerte, quizás hermoso.
Donghae estaba a escasos centímetros de él, los suficientes para que el calor de ese bendito ser le acariciara la piel y le erizara los vellos del cuerpo. Los oscuros ojos del castaño le desnudaron el alma. Hyukjae, por primera vez, no se imaginó cayendo en el abismo con el que solía tropezar, esta vez estaba en él. Perdido en la oscuridad donde nada es algo y la nada misma te da permiso a ser lo que seas, estar donde quieras, hacer lo que te nazca de lo más endiablados deseos; Hyukjae se dejó ir. Sus huesudas manos subieron lentamente por el rostro del demonio que tenía delante, le acarició la piel, le recorrió el mentón, luego los labios. Donghae permaneció inmóvil, luego se sentó en sus talones y dejó las manos sobre sus muslos. La luna hacía su parte iluminandole la piel con su manta color plata; hacía ver al castaño como una escultura de acero, como si fuese arte de algún otro ser, quizás Dios, quizás Lucifer. Con la punta de los dedos comenzó a recorrerse la piel. Se acarició los muslos en ondas lentas y sensuales que desembocaron en el final de su camisón blanco y el comienzo de lo prohibido. Donghae se arrodilló de un sólo movimiento y Hyukjae vió como la luna atravesaba la tela y delineaba con sombras oscuras el hermoso cuerpo de Donghae. Luego el universo entero se concentró en la piel del castaño cuando éste se desnudó. El camisón se deslizó por su cuerpo con una delicadeza propia del viento en primavera. La sublime cápsula física de un alma infame no podía ser más celestial.

-Mierda... - jadeó Hyukjae. El cuerpo de Donghae era todo lo que había deseado. Tenía la piel clara, pura y limpia. Los vellos púbicos se asomaban por su pelvis marcando un camino suave que llegaba hasta su ombligo, Hyukjae quería recorrerlo con su lengua. El pecho de Donghae subía y bajaba. El castaño jadeaba, de deseo tal vez.
-Eres perfecto, por Dios... - Murmuró embelesado por semejante belleza.

- Por Satán - contestó Donghae y ladeó su rostro haciendo que los bucles desarmados le cayeran sobre los hombros. - No meta a Dios en ésto, señor Lee. Deje que Lucifer nos ampare.

Que infame, que obsceno, que despiadado demonio había invocado en sus oscuras noches de absurdos deseos. Donghae no podía ser real.
Con el castaño desnudo, Hyukjae tembló al subir sus propia manos hasta el primer botón de su camisa. Iba a desnudarse también. ¡Que vergüenza!, pensó y se vió reflejado en el espejo del cuarto con la imagen de una oruga color carne.

-¡No!- Lo detuvo Donghae -No se quite la ropa, no quiero ver. - Hyukjae jadeó, luego la confusión fue tal que los engranajes de su mente quedaron inmóviles uno tras otro.

-¿No me deseas? - Preguntó. Donghae parpadeó como si la pregunta le resultara extraña y absurda, luego sonrió

-Deseo que me dé placer, señor Lee; ¿qué desea usted?

-Complacerte, Donghae.
Ni siquiera se había detenido a pensar. La simple idea de no quitarse la ropa de encima lo había aliviado a tal punto que habría podido decir que sí a lo que fuese. Y aún seguía sintiéndose deseado, ya no como antes, sino como algo más. Hyukjae se sintió un muñeco. Donghae lo tumbó en la cama y le desabrochó el pantalón. El pintor sólo se limitó a observar, a gemir y a jadear. El castaño le acarició la entrepierna sobre las prendas íntimas que llevaba, una y otra vez. Era comprensible su fascinación, nunca había sentido aquel niño algo igual. Y no tenía que ver con que Hyukjae fuese un ser sobrenatural; Hyukjae era insulso y monótono como el aire, y para Donghae aún así era incomparable, pues nunca había conocido nada más. ¿Pero qué más da? Era deseado por un ser perfecto, uno fuera de su alcance en la vida real. ¿Qué importaba si Donghae no lo anhelaba como tál? ¿Qué importaba si lo usaba? para nadie nunca había tenido importancia. Donghae podía atarlo a esa cama y servirse de él como un caníbal, ¡no importaba! bastaba con que un instante, el castaño, se volteara a mirar; a mirarlo a él, a mirar su cuerpo, a contemplar el deseo que despertaba en lo más profundo de su ser. Donghae podría devorarlo y escupir sus huesos en cualquier plato, no importaba, si al menos un instante él era parte de su placer.
Hyukjae simplemente se entregó.
Donghae le bajó la ropa hasta las rodillas. Hyukjae estaba completamente erecto para entonces, desbordando de deseo, literal y metafóricamente. Sentía su piel ardiendo, su corazón bombeando por sus venas algo más que sangre, era fuego lo que le recorría el cuerpo. Quizás, sólo quizás, así se sentía el infierno.
El castaño se sentó sobre su pelvis y lo observó. Le tocó el rostro, le peinó el cabello, le tocó el pecho, el abdomen sobre la ropa, luego se estiró y lo besó. Sus besos torpes e inexpertos seguían siendo los más bellos besos que había recibido jamás. No se percató, hasta que Donghae dejó de besarlo, de que el castaño le sostenía las manos. No me puede tomar... No soy un muñeco..., recordó. No... pensó, el muñeco soy yo. Y era sencillo, mejor que ser humano. Era más fácil, más rápido, más simple. Sólo se debía tumbar, dejar que lo use, que se sirva de su cuerpo, gemir y suspirar. Y así lo hizo. Donghae se excitaba siendo observado. Gemía cada vez que el miembro de Hyukjae le acariciaba una nalga o la entrepierna. El pintor, mientras tanto, se aferraba a las sábanas para no gritar. Ninguno había pedido silencio, pero era de esperar que en la casa vieja por las noches, los secretos se tuvieran que susurrar.

Pero nada, hasta entonces, pudo igualar lo que sintió cuando Donghae se penetró. Fue irreal. Su cuerpo se llenó de adrenalina, de fuego, de ansiedad. Donghae gritó y se tapó la boca. Dejó escapar lágrimas, luego gimió. Ambos se observaron como lo que eran, dos seres disfrutando del enlace más íntimo y vital. Eran uno sólo bailando la danza carnal que hacía al hombre un verdadero animal, ajeno a lo divino, a lo celestial. El hombre pecaba, deseaba; tenía de cuna el cielo y de lecho el mismísimo infierno. Y eso eran, hombres de Satán.
Donghae se movió sobre su cuerpo, cerró sus ojos y se dejó ir. No volvió a mirarlo, simplemente se perdió en quién sabe qué pensamientos, o en qué fantasía se sumió. Hyukjae entonces dejó de ser un ser, dejó de tener alma, y fue tan sólo un cuerpo, un falo como el del establo. Y era tan fácil, tan simple. No tenía que hacer nada y por ello mismo, no podía fallar.

¿No era acaso el deseo de no hacer nada un vicio más? La pereza le llaman, pensó, bendito seas, pecado capital. 

Castaño de porcelanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora