Vida Paralelas número III: Secretos

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Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son de la serie Shingeki No Kyojin, propiedad de Hajime Isayama. Yo sólo escribo por placer y sin fines de lucro.

Día 3 de la Semana RivaMika - O5 de julio de 2017.

Palabra clave: Secretos

Desde que anunciaron su relación de manera formal todo iba bien, nadie los molestaba y la diferencia de edad no representaba ningún problema. Ese había sido su primer secreto, uno que no dañaba a nadie, porqué, ¿quién podría interponerse al amor de los soldados más fuertes de la humanidad?, nadie. Ni en sus más locos sueños querían morir a manos de aquellos pelinegros con fuerza descomunal que mataban titanes sin derramar ni una gota de sudor.

Ese tipo de secretos estaban bien, eran "blancos", ese tipo de secretos eran los normales, los que todo mundo tenía, cómo Armin quien cada tarde salía sin decir ni una palabra y por la noche regresaba con una sonrisa y una bolsa negra manchada de diferentes pinturas, porque aunque el rubio quisiera mantenerlo en secreto ya todos sabían que tomaba clases de pintura.

O cómo Eren en sus tiempos de reclutas, siempre veía a Annie en las tardes de entrenamiento cuerpo a cuerpo, para semanas después verlo entrenando junto a la muchacha de mirada fría. ¿Lo ven?, todos tienen secretos, algo que ocultar, sea por vergüenza o por seguridad.

Y sí, el primer secreto que habían mantenido era la palpitante atracción que sentía el uno por el otro, el segundo fue su relación, el tercero era la previa llegada de un nuevo integrante Ackerman, claro que pasados unos meses ya no sería ningún secreto.

Sin embargo hay secretos que no pueden ser contados, que preferirían olvidar, hay situaciones, lugares, aromas y sabores que quieren borrar de su mente. Los torturaban en pequeñas acciones. Levi sabía que ella lloraba todas las madrugas, que se levantaba y salía sin decir ni una palabra, Mikasa sabía que él se daba cuenta, pero agradecía que no preguntara ni dijera nada.

Por su parte Mikasa entendía que él se lavara las manos repetidamente, que limpiaba meticulosamente y que odiaba la suciedad.

Ambos sabían que había un pasado imposible de borrar, que las palabras no sanarían un alma rota, un ser quebrado y harto de tanto sufrir. Lo sabían, se entendían, compartían la sensación que quemaba el pecho en noches de tormenta, noches de completa oscuridad. Se tenían el uno al otro.

— Esta noche lloverá, dejaré el paraguas aquí — indicó el pelinegro mientras dejaba aquel objeto sobre la esquina de la entrada a la pequeña cabaña que compartían

— Bien. — Ella entendía lo que quería decir, lo agradecía.

Sí, él lo sabía. Mikasa caminaba todas las noches mientras derramaba recuerdos acuosos, recuerdos de unos padres amorosos, de un hermano que nunca conoció. Recuerdos de la sangre caliente de su madre entre sus manos, escurriendo por sus dedos, derramando el último aliento de vida. El líquido rojo de su padre entre sus pies cuando él cayó de la entrada de su hogar sin oportunidad de pelear. Recuerda los ojos de sus captores cuando apenas entendía del mundo, de la maldad y crueldad que se extendía a lo largo de las murallas, esos ojos tan despiadados, los ojos que le dejaron ver la satisfacción al matar a quiénes mataron su pasado, su presente y seguramente su futuro, uno que siendo una niña volvió a forjar a través del amor hacia su hermanastro.

— He preparado el baño, puedes entrar. — recordó ella, fingiendo que eso no tenía importancia.

— Entraré ahora. — Fue la respuesta del soldado más fuerte de la humanidad.

Un soldado prodigio, rescatado de la basura humana. Un hombre que en el fondo es un niño, un niño desprotegido, aquel infante que vio morir a su madre en las sucias calles de la ciudad subterránea, una alma que vio a temprana edad la crueldad en su esplendor, en su apogeo, que la vivió, que la sufrió mientras huía de los mercaderes incapaces de regalarle comida a un niño. Lavaba sus manos con esmero porque la sensación caliente y pegajosa de la sangre siempre estaba ahí, en sus manos, en su cuerpo, tantas vidas que habían finado gracias a sus habilidades regaladas de la necesidad por sobrevivir. Limpiaba cada lugar porque recordaba la falta de higiene del burdel donde su madre había llorando tantas noches, recordaba la basura amontonada en cada rincón, en cada calle, en cada callejón de la ciudad oscura, de la ciudad en la que nunca entraba la luz, dónde el aire faltaba y apestaba.

Y es que existían secretos que se convertían en torturas, secretos que reflejaban manías que con el tiempo se hicieron costumbres, tan dolorosas pero tan necesarias, como si llevarlas a la acción les recordará el propósito de sus vidas, adictos al dolor, el sentimiento que les recordaba que alguna vez existieron personas que nunca quisieron ver morir, los padres de ella, la madre de él, nombres que estaban asociados a la muerte, Farlan, Isabel, Petra, Auruo, Mike, Gunther, Erd, Carla, Grisha... Erwin, nombres que significaban tanto, nombres pasados, de personas que quedaron enterrados en el pasado, pero vivos en su memoria.

Tanto que querían decir, tanto que querían hacer, tanto que querían llorar, pero al final, siempre al final todo se quedaba en silencio, todo quedaba en el apoyo mutuo de los últimos sobrevivientes del poderoso clan Ackerman.

— Te he preparado una taza de té negro, ven que se enfriará — le indicó ella al verlo salir de la ducha con los ojos cansados.

— Gracias — una palabra tan sencilla, tan normal de mera cortesía, pero significaba más, tenía una trasfondo especial, era un "gracias por estar aquí, gracias por seguir viva, gracias por todo".

Ella se cubrió con la bufanda color escarlata, otro de sus secretos y asintió mientras le veía sentarse en el pequeño comedor, posteriormente tomó asiento y sorbió de su taza de té.

— Hmp... — se quejo levemente Mikasa.

Él arqueo la ceja y en su mirada se instalo un brillo de preocupación — ¿Ha pasado algo?

— Se movió — llevo ambas manos hasta su estómago con una pequeña sonrisa.

— ¿Puedo? — él se levantó y se acercó a ella, al recibir un asentimiento se dispuso a ponerse en cuclillas y llevo una de sus manos hasta el pequeño bulto.

Todo paso tan rápido, pequeñas fracciones de memorias pasaron por sus mentes, se vieron, se vieron en un lugar lleno de materiales de entrenamiento, se vieron en una fiesta muy concurrida, vieron una casa pequeña que parecía de mentira al ser tan moderna, vieron una fiesta de cumpleaños, vieron tantas cosas, lugares que nunca conocieron, situaciones que les aguaron los ojos. Ninguno de esos recuerdos eran suyos, pero sintieron que sí, que algún día los vivirían.

Y ese, ese fue otro de sus secretos. Un secreto compartido, tan intimo que supieron que nunca lo compartirían con nadie más, un secreto que les supo a promesa, porque aunque muriesen en batalla, aunque fuesen separados, ellos siempre se encontrarían.

Ahora lo sabían, los secretos no siempre son malos, no siempre hacen que quieras olvidarlos o que tengas ganas de morir de vergüenza, a veces y sólo a veces te dan felicidad.

~ FIN ~



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