El cuadro

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El cuchillo desgarró la tela. No, no era eso lo que buscaba. Maldita sea, vuelta a empezar. El artista colocó otro lienzo enfrente de él. La inspiración le llegaba, estaba rodeada de ella, pero no era capaz de canalizarla. Se tiró un buen rato devanándose lo sesos, pero no sacaba nada en limpio. Miró por enésima vez la habitación, y con fuerzas renovadas, mojó el pincel en el tintero. Con esmero cuidado, el pincel fue dejando una estela carmesí allí por donde pasaba. Lentamente, fue llenando el lienzo con lo que le salía de la cabeza. Oh, sí, ahí estaba, lo que estaba buscando. Contento, dejó que el arte fluyera hasta el pincel, consiguiendo el cuadro que tanto anhelaba.

Estaba excitado, y mucho. Se relamió los labios mientras emitía un gemido de placer. Se clavó las uñas de la mano derecha en el brazo contrario con la intención de controlarse, pero era muy difícil. Era su obra maestra, no podía contenerse de la emoción. Metió la mano en el tintero, y, con los dedos manchados, comenzó a restregarse todo el torso, mientras se mordía la lengua. Era demasiado, y solo llevaba la mitad... ¡Basta! Tenía que dominarse. Temblando, volvió a coger el pincel y siguió con la labor. Los minutos volaban, y él solo tenía ojos para el lienzo. Todavía no estaba perfecto, pero casi. Faltaba poco... Fue a meter el pincel en el tintero, pero se encontró con que este estaba vacío. ¡Joder! ¿Por qué tenían que pasarle estas cosas a él? La sangre le hervía, se le notaban las venas en el cuello. Cogió el bote y lo aplastó con una fuerza sobrehumana. El tintero era de cristal, así que acabó con la mano llena de fragmentos. La sangre empezó a gotear. Era oscura y densa. Era todo lo que necesitaba. Se pasó el pincel por la mano herida, y con tinta otra vez, volvió al lienzo.

Lo intentó y lo intentó, pero no había forma. No funcionaba, su sangre no valía. Decepcionado, se puso las manos en la cara, y las lágrimas le resbalaron por la cara. Cuando dejó de sollozar, se levantó y se acercó a su escondite. Ahí tenía todo el material que necesitaba. Cogió otro tarro, relleno con su tinta especial. Se había esforzado mucho en conseguirla. Con una gran sonrisa, regresó delante del lienzo. Enmendó los estropicios antes cometidos, y por fin, terminó el cuadro. Qué envidia iba a causar entre los ilustrados de las grandes esferas. Qué sensacional. Qué magnífico. Ese cuadro rezumaba esplendor, no había duda. Todos los mirarían con estupor, mientras él se regodeaba. De repente, una risa se le escapó. Al principio intentó contenerla, pero era imposible. La risa fue creciendo, se reía a carcajadas.

Y así se lo encontró la policía media hora después. Un hombre riéndose a mandíbula batiente delante de un lienzo en el que aparecía una mano muy realista, como si se saliera del cuadro. Abajo, en la esquina derecha estaba su firma. En el informe apareció que el hombre estaba acusado de allanamiento de morada y triple homicidio. Se tomaron varias fotografías de la habitación, la cual mostraba un escenario de lo más grotesco. La familia residente de esa vivienda había sido descuartizada y repartida por el cuarto. Todo estaba lleno de carne y huesos. Había dejado los cadáveres en un estado deplorable. Lo extraño fue que no había ni rastro de sangre. Más tarde, se encontró un hueco debajo del suelo donde había ocho botes llenos de plasma. El análisis demostró que el cuadro estaba pintado por aquella misma sangre, perteneciente a la familia que vivía allí. El funesto incidente fue olvidado, pero la gente aún trata de evitar el edificio cuando pasa cerca. Tras el juicio, el cuadro fue subastado y no sé supo más de él, aunque hay rumores de que los propietarios son encontrados muertos con marcas de asfixia en el cuello.


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