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Fort Lauderdale estaba lleno de personas a esas horas de la mañana. Aquello no era extraño, ya que era uno de los puntos más comerciales del continente, y barcos zarpaban, mientras otros arribaban. Los vuelos desde el aeropuerto también eran muy comunes.

Dylan iba al frente del grupo de Pasajeros. A pesar de no verse muy turistas, se interesaron en los interiores del puerto antes de que el reloj diera las diez de la mañana.

Después de sobrevivir al Usurpador a bordo del Holandés Errante, el Capitán Willem van der Decken dirigió su legendaria nave hasta las orillas de Fort Lauderdale. Sin embargo, debieron mantenerse ocultos detrás de la neblina que el barco manaba para no alzar sospechas. Gracias a eso, tuvieron que esperar hasta bien entrada la noche para desembarcar. Pasaron algunas horas hasta que el grupo pudo apearse del bote, dirigido por Lesaro, y así internarse entre los puertos del lugar. Fue hasta que salió el sol cuando comenzaron su trayecto a lo largo de sus concurridos pasillos.

—¿Cuál es el plan? —preguntó Max, adelantándose un poco a Han y a Miranda. Scott cerraba el grupo, mientras que James y Dianne, por detrás de Dylan y Bill, mantenían el paso.

—Vamos a dividirnos —dijo Dylan—, a estas alturas, Ben ya debe saber que murieron algunos de sus hombres en el mar.

—¿Por qué siempre nos dividimos? —inquirió Han.

—No sabemos cuántos mercenarios están bajo las órdenes de Ben —respondió Bill, volteándose con rapidez—, ni en qué puntos del planeta están. Además... se ve un poco extraño que ocho personas estén muy juntas en el aeropuerto. No somos parecidos como para ser familiares, y sin maletas nos vemos un poco sospechosos.

Bill se había puesto guantes en las manos para así cubrir sus huesos negros. A pesar de que nadie se fijaría en las manos de un hombre al que ven pasar de un segundo a otro, era mejor evitar riesgos.

—Iré con los curiosos —indicó, al hacer un amague de tornar a la derecha en el siguiente pasillo, guiñándole el ojo a Cooper, a Scott y a Miranda—. Que venga Han también.

—Voy —afirmó este.

—Antes de eso necesitamos un modo de comunicarnos —dijo Dylan.

Él y Cooper entraron a una tienda de electrodomésticos con cierta prisa, y con la tarjeta de débito de Cooper, compraron un par de teléfonos celulares de muy bajo precio. En cuanto salieron de la tienda, Dylan soltó una risa.

—¿Cómo es posible que tengas aún tu tarjeta de débito después de haber pasado por todo tipo de peligros?

—Siempre que viajamos, entre James y yo escondemos una tarjeta así en nuestro zapato, por cualquier cosa.

—¿Y si se moja?

—Está plastificada, seguirá funcionando a menos que el chip se queme. ¡Tú deberías saberlo! ¡Eres millonario!

—Nunca lleve mi cartera a la Isla —se rió Dylan.

Al momento de separarse, Dylan y Bill, junto con James, Dianne y Max, se detuvieron en medio de la sala de espera para recibir a los pasajeros de cierto vuelo. Necesitaban una computadora.

Mientras pensaban en un plan para lograr conseguir una, James y Dianne se sentaron en una de las bancas, mientras que Bill fingía hablar por el teléfono que Dylan recién había obtenido. Éste estaba junto con Max, esperando junto con las demás personas a que algún familiar llegara.

—Max... ¿cuál es la peor locura que has hecho en un aeropuerto? —preguntó Dylan, sin mirar a nadie en especial.

—Casi morir en un tiroteo contra la MI6, hace unas semanas, ¿por qué?

Tinieblas [Pasajeros #3]Where stories live. Discover now