9, Septiembre

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¡Menudo día! Hoy a sido mi primer día en el instituto Santa Rita.
Nada más entrar por la puerta me he arrepentido de existir.
Todos los nuevos debían ir al despacho del director para que este nos explicará las normas y nuestras supuestas aulas. El problema fue que ese instituto era un laberinto. Al pasar la puerta principal había un pasillo central en el que se encontraban todas las taquillas de colores distintos según el curso. Habían rojas, verdes, amarillas y azules. Más tarde nos explicaron que 2° utilizaría las verdes. De este pasillo salían unos más pequeños que daban a otros más pequeños aún, en los que se iban situando las aulas.
Tan solo fue dar diez pasos tras salir del despacho del director, un grupo de chavales de uno o dos años mayor que yo, formado por cuatro chicas y cinco chicos; me irrumpieron el paso.
"Hola. Me llamo ..." fue lo único que pude decir antes de que una de las chicas, bastante alta, flaca y con un aspecto de niña de papá; me interrumpiera a voz en grito.
"A nadie le importa como te llames niña." y dirigió su mirada hacia mi camiseta de sport y mis pantalones cortos, y con cara de asco me dijo "Solo los populares pueden dirigirnos la palabra y tú, no lo eres." Todos los del grupo empezaron a reírse. Uno de los chicos, muy musculoso, me tiró al suelo y como si fuese lo más normal del mundo se marcharon.

El resto del día fue normal, sin contar la hora del almuerzo:
El timbre sonó y todos salieron corriendo del aula de música para comer, yo no sabía dónde estaba la cafetería, así que me limité a seguir a los demás.
Cogí mi bandeja y me serví un poco de todo, miré hacia las mesas y vi a una chica de mi clase sola en una mesa comiendo, me acerqué y me senté con ella. Empezamos a hablar, se llamaba Carol Peterson, teníamos muchas cosas en común y nos lo estábamos pasando muy bien. Cuando de repente se acercó la misma niñata de esta mañana con su grupito y dijo enfadada "Tú niña, no te puedes sentar aquí" rápidamente Carol replicó "Sam, no te preocupes, no me molesta" - "¡Me da igual! Los pringados no pueden sentarse con otros aunque sean unos marginados, como tú. Y por cierto, ni se te ocurra volver a dirigirme la palabra." - "Lo siento."
No me podía creer lo que estaba sucediendo, ¿quien se creía? Ya estaba harta de esa tal Sam. "¡Cállate! A nadie le importa tu opinión. Y además, no eres nadie para decirme que debo hacer."
Al momento toda la cafetería estaba en silencio, nadie se atrevía a hablar; debía haber sido la primera vez que alguien se enfrentaba a Sam. La gente parecía estar asustada. Algunos se fueron marchando silenciosamente; otros prefirieron apartarse y mirar hacia el suelo. "¿Qué has dicho?" - "Ya me has oído." dije intentando parecer tranquila. "Te arrepentirás de lo que a salido de tu asquerosa boca." Me empujó y se fue con todo el séquito detrás de ella. Se oían algunos cuchicheos de los demás espectadores. Y para no  aparentar miedo, me senté como si nada y seguí comiendo.

Me arrepiento de haber dicho eso,  pero ya no la aguanto más, y haga lo que haga Sam, no me callaré. Lo prometo.

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