II

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Valeria reparte las cartas. Las coloca sobre la mesa con mucha calma. Ha dejado el espacio necesario para ellas colocando las tazas de café por la lateral derecha y el servilletero, los cacahuates, el cenicero y el azucarero pegado a la pared, de su mano izquierda. Mas tarde que temprano llega un viejo al que siempre le han de comprar un par de cigarros de sabores. Es un hombre de traje y sombrero marrón, con una barba espesa y blanca como polvo para hornear. Aunque muchas veces lo han corregido al respecto, este hombre no deja de dirigirse a la extraña pareja como padre e hija. Valeria se ha cansado ya de dar explicaciones. Con proporcionarla una vez le parece suficiente. Una vez al viejo, una vez a los meseros, una vez al geriátrico para evitar confabulaciones burocráticas. Ya no soy tan joven, recapacita ella al ver que el viejo se retira dando las gracias y Gustavo ha encendido su cigarro, no puedo estar tirando todo el chisme cada vez que a alguien se le olvida.

Lo cierto es que Valeria apenas cumplió treinta y seis la semana pasada. Si bien no es tan joven como ella asegura, tampoco está en edad de resignarse y merecer. Para ella, de cualquier manera, le sorprende enterarse así que se le ha olvidado su cumpleaños. Antes tenía a Ulises para recordarlo. Antes, cuando recién andaban, la esperaba en el portón de la preparatoria con un ramo de rosas y un mensaje de felicitaciones en cartulina verde fosforescente. Era barato, vergonzoso y un poco vulgar, recordaba Valeria; pero Ulises podía hacer que todo eso se viera de cierta forma muy bien. Como si le diera un poco de clase a los mundanos actos tradicionales del noviazgo adolescente.

O tal vez estaba demasiado apendejada para entender.

Valeria se pone a pensar en todo el tiempo que ha desperdiciado por estar apendejada. En lo difícil que es tratar de contar las veces en que ha estado apendejada. Han sido muchas, le da pena admitir. Mamona y pendeja, y sonrie sofocando una carcajada ahí en la mesa. Gustavo levanta sus cartas, las observa con atención, le da una calada al cigarro y retira el exceso de ceniza azotando suavemente el pitillo sobre el borde del cenicero. Valeria es la primera en cambiar dos cartas con las del montón del centro. Deja su mano sobre la la superficie y bebe un poco más. Los pulmones se le van llenando de un olor a chocolate amargo del cigarro de su compañero de juego. Más en cambio es Gustavo quién se atreve a realizar la apuesta inicial. Toma con sus dedos indice y el pulgar un par de cacahuates del recipiente y los coloca en en el epicentro. Los dedos le tiemblan un poco. Ella carraspea y paga, sin aumentar el monto. Le sorprende en un principio que el señor no haya realizado un cambio de cartas. Es pésimo blofeando.  

Viva ValeriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora