El país de la libertad

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Hoy, un día como otro cualquiera, a las cinco de la tarde, voy a morir.

Yo soy un trabajador cualquiera, de esos que te cruzas cada mañana por la calle, me despierto a las seis de la mañana, mientras mi mujer aún duerme, voy a la habitación contigua y le doy un beso a mis hijos, de cinco y tres años, me preparo, desayuno apresuradamente y me voy a trabajar pensando en las muchas deudas que tengo que pagar.

Mi trabajo de repartidor me ha tenido hoy ocupado hasta altas horas de la noche, había mucho que repartir, más lo atrasado, más un extra que el jefe ha querido que sea para "hoy mismo", dejo el vehículo de la empresa en el garaje y me dispongo a andar los cuatro kilómetros que me separan de casa como cada día, no tengo dinero para pagar la gasolina del mío, ni siquiera para comprar una bici, hay otras prioridades y nada me impide caminar.

Me paro en seco cuando veo una pareja discutiendo en un pequeño callejón, él le propina una bofetada a la mujer la cual queda sentada en el suelo, corro rápidamente y me pongo entre medias, le digo al hombre que pare, que la deje en paz, que llamare a la policía... él saca una pistola y me intenta intimidar pese a ser mucho más débil en apariencia que yo, pero está armado... me habla de que ella es asunto suyo, de que Estados Unidos es un país libre y no sé qué tonterías más, intenta dispararme pero inexplicablemente falla, la chica le pide que pare entre lágrimas y se aferra a su pierna, el chico en un estado de locura le dispara en el pecho y sale corriendo.

Todo pasa muy deprisa, llamo a la policía, intento taponar su herida sangrante... pero su pecho ya no se mueve, oigo una sirena, los agentes se bajan y me apuntan con sus armas, me dicen que me tire al suelo con las manos en la cabeza, lo hago inmediatamente, me detienen, me esposan y me acusan de asesinato... no puedo articular palabra.

Los meses después son turbulentos, mi mujer viene a visitarme a prisión, no puedo ver a mis hijos, sé que ella me cree pero nadie más lo hace, llega el día del juicio y éste termina con el alegato del fiscal que me acusa de asesinato, no hay pruebas, ni siquiera el arma, nada de lo declarado tiene sentido y mi testimonio no ha sido escuchado por el tribunal, pero él dice que quien otro podría haberlo cometido sino un hombre negro como yo, el jurado, todos blancos, me miran con desprecio, se retiran a debatir y el juez sale unos minutos más tarde anunciando mi sentencia de muerte.

Y ahora, en unas horas caminare por la denominada milla verde en dirección a la silla eléctrica, todo porque un negro, en el país de la libertad, donde las armas son legales, intentó ayudar a una persona, en lo último que pienso, es en cómo podrá mi mujer mantener a nuestros hijos.

El país de la libertadWhere stories live. Discover now