Destino o Casualidad

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Siempre que pienso en esta historia me imagino en la frase de Ted Mosby: Nada bueno sucede después de las dos de la madrugada. Y creo que no se confundió en absoluto.

Quisiera afirmar para todas esas personas que creen que el amor necesita un antes y después para ser verdadera, es una mierda. Andrea y José fueron la excepción, fueron la excepción a todos los antes y después que tenían que suceder para que algo fuera memorable, digno de un recuerdo.

La madrugada era helada, sinceramente no había de donde sujetar calor. La ramera no ayudaba en nada y todo el frio se colaba por los espacios de las mangas y cuello de Andrea.

Para este entonces Andrea conocía a José mínimo unos 2 horas. Lo había conocido milagrosamente por su prima. Ya que el novio de su prima había llevado a este amigo y a otro más para recogerlas en la fiesta e ir a un after de la misma fiesta en una casa cercana.

José y Andrea habían bailado, reído y coqueteado esas 2 horas de conocimiento. Él la había sacado a bailar y le hacía reír. Puedo asegurar que su estómago le había dolido en algún punto de la noche. Sus carcajadas eran sinceras, naturales y sus palabras encajaban tanto con el uno que con el otro. Se decían cosas sin sentido para el mundo, pero que tenían sentido solamente en sus mentes.

Compartieron chistes, y una que otra sonrisa de ojos. Se veían y simplemente se emocionaban al saber que el otro lo veía. Se conectaron y enlazaron hilos formando un nudo en el estómago de los dos.

Al salir del after, esto ya a las 5:30 de la madrugada, tuvieron que caminar un trayecto largo desde la casa del que había hecho el after hasta el carro de Raúl (novio de la prima de Andrea). Para este trayecto la noche se hizo heladísima, aunque se agradecía el hecho de las estrellas brillaran divinamente en el cielo.

Andrea se puso su capucha y por el rabillo del ojo vio a José observarle. Ella se acercó un poco a él, y este rio.

—Con esa capucha pareces pingüino. —murmuró entre risas.

No era cuestión de esperar a que dijera algo parecido. Su pose de viejita encogida con capucha junto a un tamaño de 1,52m no le ayudaban en nada. Incluso, su caminar ridículo afirmaba que la comparación era muy cercana a la realidad.

Andrea lanzó una risa al aire y le empujó.

—¡Malo!

—¡Ey! –alzó los brazos en modo de defensa para luego guardar las manos en el bolsillo de sus vaqueros– Estaba dando una comparación justa a mi manera de verte, pequeña.

La miró con ojos asesinos. Algo que la molestaba en todos los sentidos es que la llamaran pequeña. Pero para ser justos Andrea estaba coqueteando con un hombre mayor a ella con 9 años, y viceversa.

Aquí yo pongo las cartas sobre la mesa, amigos.

José vio la mirada asesina de Andrea y con una mano le despeinó el cabello castaño de Andrea. Ella chilló en modo risa y le apuntó con un dedo. No era la primera vez que lo hacía en la noche. De seguro su cabello estaba hecho un nido de pájaros.

—Deja de tocar mi cabello.

—¿Qué harás ahora? —murmuró desafiante envuelto de una sonrisa coqueta y burlona.

—Pegarte. —le respondió con una sonrisa.

Los dos pararon de caminar y ella fue directo por su brazo. Le dio unos golpecitos infantiles y él continuó despeinándole el cabello.

Tanto Andrea como José notaron que este juego estaba llegando a algo más. Se acercaban y sus cuerpos estaban experimentando una extraña sensación de calor mutuo. Las risas no ayudaban a que se camuflara lo que estaba pasando ahí. Tanto ella, como José trataban de mantener una distancia ya que si su prima o Raúl notaban eso... pues no les molestaría en decir que todo era ilegal. Vamos ella de 16, y él de 25.

Lo efímero de las historias de amorWhere stories live. Discover now