Sólo te pido

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Las horas pasaban y nada cobraba factura. Samantha tenía un novio; tenía porque ahora su pensamiento destruía en partículas las razones del porque lo amaba. No sabía que pensar, decir, ni qué comentar al respecto.

En este caso, la situación era grave porque Samanta sabía a la perfección cómo su mente trabajaba y le decía que hacer... cosa que su corazón estaba en desacuerdo. Para ponerlo todo claro, ahora, estamos hablando de un después. Ese después que aniquila el alma como malditos lobos en época de invierno.

Samanta lloró, recostada en su cama y abrazando la almohada, las plumas abrazaron su pecho y la protegieron del mal, pero no era suficiente. Las lágrimas caían y sentía como el mundo también. Las ideas y los cristales de la memoria recorrían sus nervios causándole dolor. Era tan profundo y perverso.

Los momentos de cigarros compartidos y el humo del sentimiento eran barridos por el dolor y la tristeza. En fin, todo se fraccionó en segundos; se separaron los hechos y las acciones y se convirtieron en señales como semáforos en rojo pidiendo al conductor que detenga su marcha o sino podría causar un accidente en tan sólo actuar.

Pac... un mensaje llegó. Tras horas de derramar dolor él hizo acto de presencia.

—Sam, ¿estás ahí? –su nombre adjunto a un corazón iluminó la pantalla.

Temblorosa acarició con el pulgar la pantalla y abrió la conversación, se secó las lagrimas y aclaró su voz. El momento había llegado: era momento de hablar.

—Vamos, Sam. Necesito de ti. Saber de ti... ¿qué sucede? –llegó otro mensaje.

Dudó unos segundos y jugó con sus pulgares. Escribió unas palabras y las eliminó.

Sam, pobre Sam.

Tomó aire y escribió.

—¿Cómo sucedió todo esto? ¿Cuándo?

—¿A qué te refieres? –respondió enseguida. Una uña fue mordida, y el corazón se le estrechó.

—Tengo miedo a enamorarme más de ti. –su corazón palpitó y golpeó su pecho. Eran estacas, no amor.

—¿Qué? ¿Por qué piensas eso?

—Porque le tengo miedo al amor. Porque sé que te tengo tatuado en los huesos. Que haces que mi piel se erice y que mi cuerpo tiemble. Haces que las nubes de mi cabeza lluevan tu nombre. Haces que eso suceda, Alex. Y tengo tanto miedo de perderte. De pensar si quiera que podría perderte y tú a mi. Soy débil ante ti, de tú aroma. Soy débil ante tus ojos, ante tu piel, ante tu respiración... ¡Toma lo que soy! Y ama lo que soy ahora: eterna.

—No va a pasar nada. Sin joda no sé porque mencionas eso, Samantha. —frías. Frías fueron sus palabras. ¿Acaso no lo comprendía? ¡Se estaba abriendo y no ella, sino su corazón! Mierda.

Tragó saliva e intentó nuevamente.

—No entiendo como algo así sucedió. No entiendo. Y no quiero llamarle señales a los hechos. Y es que te amo tanto. Y es que te pienso tanto. Y es que toda mi mente se fracciona y nuestros momentos se completan para hacer vida. ¡Entiendes... VIDA! PUTA Y MALDITA VIDA. Muero de miedo ahora. Me siento sola. Me siento encerrada. Porque ya nada es correcto o es incorrecto, sólo es y ese "es" es magnífico.

Tecleó el punto. Leyó y revisó la ortografía. Quería ser clara. Quería ser justa y demostrar lo que sus sentimientos estaban gritando y rasgando en deseo de ver la luz. Sentía como el cuerpo le quemaba mientras veía esas dos flechas iluminarse de un azul cielo. Su corazón latía y su palma sudaba.

Segundos después, la respuesta llegó.

—Cielo, ¿me quieres llamar? Es que salgo en 4 minutos. –así fue.

¿Qué les diré? Su corazón se rompió. Los pedazos rompieron la pared torácica y la sangre se regó por todo el suelo. Había roto su corazón. Lo había hecho, y de la peor manera.

Samantha tomó el pedazo de papel cercano a su almohada y lo arrugó para luego tirarlo en un lugar cercano a la basura. "Nunca más" se dijo.

Ese momento, Sam, apagó la pantalla y supo que todo se acabo... incluyendo sus sentimientos.

Fin.

Lo efímero de las historias de amorWhere stories live. Discover now