Patinar (Parte 2)

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Un corazón roto, unas alas cortadas, un destino del que ya no eres dueño. Con el alma encadenada, retenida en una celda sin salida luchas por volar libre, por deshacerte del dolor. Te establecieron unos límites que no eres capaz de romper y cada día pierdes tu fuerza y esperanza. Tu propio ser se destruye cada momento que pasa. Vivir por vivir no aporta nada, si no tienes un porque para seguir mueres lentamente en tu celda. Las cadenas que te retienen cada día son más cortas. Tu corazón roto cada día se congela más para no sufrir. Cada caída, el sufrimiento, la tristeza, el dolor, cada herida que se abre es insoportable, has perdido la fuerza para luchar y el dolor aumenta. Encerrada en un mundo lleno de personas y aún así te sientes sola, esa soledad que nunca te abandona. Esas pequeñas luces de esperanza que te rodean no te dan la fuerza que necesitas para sobrevivir y te encierras más en tu interior, buscando refugio en un corazón roto y en un alma encadenada. Te vuelves invisible, hasta el punto de que nadie nota tu presencia, nadie puede escuchar tus gritos de auxilio. Soledad, te embarga la soledad y dejas de sentir, solo te queda la sensación de vacío, ya que el resto desapareció. Te encuentras sólo en un mundo que solo te aporta  sufrimiento. No comprendes como has perdido tu libertad, no sabes porque tu corazón está roto, no recuerdas el momento en el que aparecieron las cadenas que te sujetan, pero todo está ahí, sin motivo. Sientes como la poco libertad que te queda se te escapa de las manos, por entre los dedos, y no puedes sujetarla. Tu mente se ahoga, no puede escapar, está reprimida en un lugar al que nadie alcanza. A través de tu celda puedes ver la libertad, esa que perdiste inexplicablemente, intentas alcanzarla pero algo te retiene. No te queda nada que te aporte felicidad excepto un par de patines. Ves una pista de soslayo, te acercas a un viejo equipo de música. Presionas el play y las notas comienzan  a bailar aliviando parte de tu dolor. Los patines puestos te amortiguan el llanto que reprimes. Llenas los pulmones y los vacías en un solo suspiro. Un paso y tu corazón pide el siguiente, tu alma te impulsa a seguir avanzando para coger velocidad. El sonido de las ruedas cuadradas, el traqueteo de los rodamientos, el aire en tu cara. Esa fresca brisa que te anestesia y te impulsa a avanzar. La música llega a tu corazón y recorre todo tu cuerpo, guía tus movimientos y te dejas llevar. Recorres la pista, un paso, dos pasos, tres pasos, cambió de pie, tres y ya estás patinando hacia atrás. Coges velocidad y enfilas la pista en diagonal. Levantas ligeramente la pierna, colocas los brazos y con un ágil movimiento estiras la pierna y te impulsas con el taco. Dejas de tocar el suelo, segundos volando, tu corazón late una vez y tus alas vuelven a aparecer. Tocas el suelo otra vez, con una sola pierna en un movimiento ágil y elegante, fuerte pero delicado. Otro latido, vuelves a patinara, avanzas de espaldas y la música mueve tus pies, tres, picado, cambio de pie, tres, bucle, impulso, tres, tres, tres y patinas. Con velocidad te lanzas y sin darte cuenta ya estas girando a ras de suelo. Una, dos, tres vueltas y te levantas, la elegancia se apropia de tu cuerpo. Tu corazón se ha recompuesto, las cadenas se han roto, tus alas han vuelto a salir y tu alma vuelve a ti, libre de nuevo. Los segundos al ritmo de la música se vuelven minutos, horas. Pierdes la noción del tiempo mientras recuperas tu libertad y tras tantos saltos y piruetas, treses, picados y bucles, giros y cambios, brazos y pies, caes rendida al suelo. Tu corazón, acelerado, ya no siente soledad, ni dolor, ni tristeza, ni sufrimiento, solo una satisfacción inigualable. Sientes la sangre correr por tus venas, la respiración acelerada y la adrenalina en tu cuerpo. Esperas un par de minutos, que se te hacen eternos, a que tu corazón y tu respiración se calmen. Todo ha desaparecido de tu ser, solo queda paz. Te levantas y notas como tus rodillas ceden, patinas fuera de la pista con una sonrisa, te quitas los patinas y apagas la música, esa que te teletransporta. Tu alma sobrevivirá unos días más. Caminas ya por el campo y te desplomas. El sol acaricia tu piel, el aire te despeina y suspiras. Recuperaste tu libertad, tu corazón, vuelves a ser tu. Cierras los ojos y no vuelves a ver el mundo de soledad en el que vivías. Después de los noventa años que has pasado pisando tierra, tu alma cruza el cielo, por fin en paz. Con la única despedida de tu pasión mueres feliz sin importarte nada más.

Un espacio libre para pensarWhere stories live. Discover now