La pequeña Ary

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"Por favor Dios, cuida a mi papá, a mi mamá y a todos los que trabajan en esta hacienda. No dejes que los monstruos nos hagan daño."

Esto era lo que todos los días, la pequeña Ary pedía encarecidamente a Dios, ya fuera antes de acostarse a dormir, en las mañanas antes de abrir los ojos, o cuando su padre debía salir de la hacienda por varios días. Tenía diez años y la plena certeza de que en el mundo ocurrían cosas de las que no todos eran conscientes, al menos no su madre.

A los seis años de edad le pregunto a su padre si los monstruos existían. Él se vio alterado ante la pregunta y le exigió saber por qué preguntaba aquello. Ary estuvo reacia a decirle lo que le estaba pasando. Pensó que su padre creería que ella estaba loca, o inventando cosas. Termino diciéndole que solo eran tonteras suyas y nada más. Él no se mostró muy convencido pero no insistió más con las preguntas en aquel entonces, Y ambos acordaron no decir nada de aquello a mamá.

Padre e hija protegían a su madre como si ella fuera su tesoro más preciado.

Ary se sentaba en el alfeizar de la ventana de su cuarto o en uno de los sillón que había en su balcón, y pensaba en las cosas que le venían pasando desde hace un tiempo. El balcón había sido lugar su favorito, hasta el día que despertó durante una noche y vio a alguien parado allí. Ella sabía que no era bueno, como lo sabía, no tenía idea, pero estaba segura de ello. Una vez que tuvo valor, se enderezó para ver mejor pero ya no había nadie.

Otras veces estaba durmiendo y despertaba de súbito. Se quedaba en la posición que estaba y oía varias voces en el balcón fuera de su cuarto. Le había pasado varias veces, sabía que ellos la estaban observando. Se quedaba en silencio y en guardia hasta que ellos se iban. En una ocasión oyó como alguien giro el pomo de la puerta y trató de entrar en su habitación. Dio un tremendo grito llamando a su padre y se enderezó enseguida pero ya no había nadie. Su padre llegó en segundos a su cuarto y la encontró muy asustada, mirando hacia el balcón.

Esa fue la primera vez que esto sucedió, ella le contó a su padre lo que había pasado y él palideció. Se puso de pie y se acercó a la puerta que daba hacia el balcón pero no salió. Toco el pomo de plata de la puerta y algunas de las figuras de plata que había por toda la puerta. Los marcos de las ventanas también tenían aplicaciones de plata.

Desde aquella vez, Ary tuvo prohibido estar fuera de la casa sola o cuando se ocultaba el sol. Markkus se aseguraba que su amada Sonia y su hija siempre estuvieran cerca de la casa, o donde él pudiera verlas.

Todos los empleados de la hacienda tenían orden de cuidar de Sonia y de Ary en todo momento. Sobre todo, durante los días que él debía salir de la hacienda.

Durante esos días, llegaban más trabajadores a la hacienda, Markkus decía que era porque no quería que ellas tuvieran preocupaciones.

La verdadera razón era muy diferente, pero solo él y algunos de sus empleados de confianza la sabían.

Markkus era el hacendado más poderoso de toda la región y dueño de casi todas las tierras que allí había. Era también quien le daba trabajo a casi todas las personas de Seinaj y sus alrededores.

A pesar de las extrañas cosas que pasaban en la casa Leppala, Ary tenía una vida con la que muchas niñas solo podían soñar. Ella no iba al convento a educarse como lo hacían los demás niños. Ella era educada en casa por su padre y su madre.

Todo cuanto quería le era dado, sus padres no le negaban nada.

Ary siempre se colgaba del cuello de su padre antes de que se marchara, le rogaba volver pronto a su lado y que se cuidara, la pequeña se quedaba de pie en lo alto de los escalones, llorando y mirando cómo se alejaba el carruaje en el que iba su padre. Una vez que lo perdía de vista, subía a su cuarto desganada y miraba a su alrededor sintiéndose más sola que nunca. Cuando su padre no estaba, sentía que le faltaba el aire, siempre tenía miedo de que algo le sucediera y no volviera a casa nunca más.

Él y su madre lo eran todo para la pequeña Ary.

A pesar de todas las riquezas y la buena vida que la pequeña poseía, ella se sentía siempre sola, y en el fondo así era. Ary feliz cambiaría todas sus posesiones por tener unos cuantos amigos y por poder salir de la propiedad y conocer otros lugares, o por lo menos Seinaj. Era su ciudad natal y ella no la conocía en absoluto, jamás había ido a alguno de los conventos que había en a la ciudad, o a la modista para que confeccionara su ropa, ni siquiera había caminado por las calles de su ciudad. No conocía nada de lo que había fuera de la enorme muralla que rodeaba la propiedad.

Así transcurrieron varios años.

Ary ya iba a cumplir trece años y apenas había hablado con dos niñas en su vida, y había sido a escondidas de su padre, y no más de un par de veces.

Su madre le había pedido a Anna, una de sus criadas de confianza, que llevara a sus hijas a la hacienda, aprovechando que Markkus y sus dos hombres de confianza andaba de viaje en esos momentos. Ary se entretuvo como nunca antes, no cabía en sí de alegría al ver a las niñas, era la primera vez que veía a otros niños, eran apenas un par de años más grandes que ella, pero no le importó. Las tres estuvieron todo el día en el cuarto jugando a las muñecas.

Cuando las niñas se estaban alistando para marcharse Ary les regalo varias de sus muñecas y ropa de ella que no usaba. Las muchachas jamás habían visto ropa tan linda, ni mucho menos habían imaginado que algún día ellas podrían tener prendas como aquellas.

Las niñas se marcharon felices con sus nuevas prendas y las hermosas muñecas que su nueva amiga les había regalado.

Sonia sabía que su hija necesitaba tener más cercanía con otros niños de su edad, pero Markkus no estaba de acuerdo, siempre se había negado a que ella tuviera contacto con otras personas, a pesar de ver la soledad en la que estaban criando a su hija.

Markkus sabía que no estaba bien, pero aun así no cedía.

Había una buena razón para mantener a Ary lejos de otros, pero solo era sabida por él y el resto de los Leppala. La hermana mayor de Sonia había tratado de hablar con ella, pero su relación jamás había vuelto a ser la misma desde que Kirya se opusiera tajantemente a su matrimonio con Markkus y luego rechazara asistir a la boda. Sonia no había visto a su hermana desde aquellos días, lo último que supo de ella es que se había recluido por voluntad propia en una villa que estaba en las montañas, se decía que nadie la había vuelto a ver desde entonces.

Ary conocía todo acerca de la familia de su padre y de su madre, o al menos todo lo que su madre sabía de su propia familia, había secretos que no se habían compartido con ella por estar casada con un Leppala.

Ninguna de las dos tenía idea de los grandes secretos que ocultaban sus familias. Ellas estaban en medio de todo y eran el centro de atención de ambas familias y de dos especies que no eran del todos humanas.

La pequeña Ary había crecido recorriendo la enorme casa, y los alrededores de esta, pero siempre bajo la atenta mirada de alguien.

Nadie se molestó jamás en decirle a la niña porque no podía salir de la propiedad, porque la cuidaban tanto y cuáles eran los riesgos para ella si salía de allí.

Cada vez que preguntaba si podían salir, su padre se negaba, le decía que no era seguro ni tampoco necesario. Sonia se oponía, pues tampoco veía una razón lógica para esa determinación, pero después de hablar a solas con su esposo, ella terminaba dándole la razón y poniéndose de su lado.

Sonia Hilden, rara vez contradecía en algo a su adorado Markkus, ella Confiaba ciegamente en él. Su esposo era a sus ojos, como el príncipe de los cuentos de hadas. Era maravilloso, tierno, un hombre de honor, la amaba, y adoraba a su pequeña, y todo cuanto hacía era para ellas y pensando en el bien de ellas.

Sonia se sentía la mujer más afortunada del mundo.

Ni siquiera podía imaginar que el hombre al que adoraba tanto, se había casado con ella por orden de Callan Leppala, el padre de Markkus.  

Al principio, Markkus solo había sentido una gran atracción hacia ella, pero no la había amado en lo absoluto, durante el primer año fue un esposo maravilloso, pero todo fue un papel bien representado para engañarla a ella y al resto. Solo después de un par de años Markkus Leppala había caído rendido ante la ternura y la devoción de Sonia Hilden. Se enamoró de ella sin saber cómo, y la dulce, amable y sumisa Sonia  se convirtió en lo más importante en su vida.

LA PEQUEÑA ARYWhere stories live. Discover now