PERROS

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Escuchamos unas llaves abriendo la puerta, después un chirrido prolongado seguido de pasos. De inmediato, una corriente de aire fresco se extiende por el corredor. Nos trae algo de aliento a la atmósfera enrarecida de la jaula. Dentro estamos en riguroso silencio – no voy a moverme... -. Por el corredor los pasos se aproximan. Acaban de detenerse delante de los barrotes - empiezo a sentir la adrenalina en mis venas -. Encienden la luz – no los miro -, y desde el otro lado nos arrojan unos huesos. Ahora están hundidos en el barro frente a mí.

Los pasos se alejan y cierran la puerta tras de sí – tranquilo, no voy a darte ninguna ventaja -. Volvemos a estar solos. En seguida, clavo los ojos en mi compañero, él permanece con la mirada fija en los huesos – parece completamente ido –. El olor oxidado de la sangre nos excita, hace que palpiten nuestras fosas nasales – estoy seguro de que aún queda bastante carne en esos malditos huesos –. Ambos respiramos fuerte, tanto que el sonido retumba en los barrotes – empieza el juego –.

Ninguno de los dos recuerda cuanto lleva sin comer, a medida que avanza la partida las raciones se hacen más y más escasas y las drogas tampoco nos ayudan a mantener la memoria en buena forma. Pero ahora uno de los dos va a comer – y seré yo –. Ese cabrón acaba de levantar la vista de los despojos - ¿qué hace? -, dirige sus ojos hacia mí, me enseña los dientes – no me va a achantar –. Salgo reptando de mi escondrijo, él me imita y avanza también. Frente a frente, ante los huesos, nos observamos con desprecio.

- Ya solo quedamos nosotros dos – espeta –, pronto terminará todo esto.

Escupo, mantengo la distancia, he aprendido ronda tras ronda que es mejor no hablar – no voy a dejar que me despistes -.

- Ve, yo no los quiero – ríe enseñándome sus dientes podridos –. Sin embargo tú... veo el hambre en tu rostro. Ve, ¿o es que tienes miedo?

No me inmuto. No contesto. Observo sus gestos. Evalúo sus fuerzas.

- ¿Crees que porque has llegado hasta aquí puedes ganar? - empieza a gritar - ¡No! ¡Quítatelo de la cabeza! ¡Seguirás el camino del resto! Venga, ve hacia esos malditos huesos.

Mientras estamos lejos del centro no podemos atacarnos, las cadenas no lo permiten. Al principio, cuando éramos muchos no había cadenas, pero cuando la mayoría cayó y quedamos sólo siete dividieron la celda y nos ataron a postes. Desde entonces estamos situados de tal forma que nada más podemos tocarnos en la zona central, donde lanzan los despojos con los que nos alimentan y que son el desencadenante de las peleas – me encanta –.

Las cosas no van del todo bien. Mi compañero sabe que ella me hirió en el anterior combate, aunque no grité debió ver su sonrisa antes de que la degollara y cayera como un saco en el barro. Se siente vencedor, sus gestos son airados, despilfarra energía, ha bajado la guardia – por eso sé que lo mataré –.

- ¡Eh! ¡Eh! - me llama -, ¿a qué demonios esperas para venir aquí?

- ¡Eh! ¡Eh! - me llama -, ¿a qué demonios esperas para venir aquí?

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