Capítulo 1

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— Voy de camino, ahora nos vemos

— Conduce con cuidado, no corras —. Dijo mi madre con su habitual tono de preocupación cada vez que cogía el coche.

— Sí mamá

Colgué el manos libres y continué conduciendo, la carretera estaba desértica a esta hora de la noche. Solo se escuchaba el ruido de las ruedas al pasar por el asfalto. Deseaba llegar a casa, echaba de menos a mis padres y, aunque no lo reconocería nunca en voz alta, también a mi hermano mayor.

Subí el volumen de la canción, era una de esos pequeños y fugaces placeres que me permitía cuando conducía sola. Me encontraba sumergida en el solo de guitarra de la canción cuando una luz blanca me sobresaltó. Había parecido como si un coche detrás de mí hubiera puesta las luces largas durante un segundo, sin embargo, al mirar por el retrovisor, no vi nada más que carretera oscura. Subí un poco más el volumen de la canción, no me gustaba la sensación de estar sola, no veía más allá de lo que los faros del coche me permitían, no había farolas en aquel camino tan apartado, era solo una carretera secundaria que pocas personas transitaban, aún menos de noche.

Por fin apareció la señal que indicaba la salida de mi ciudad a tan solo 300 metros pero antes de llegar dos faros blancos me cegaron por el lado derecho, el impacto del otro coche con el mío hizo que perdiera el control del auto saliendo fuera de la carretera. Di un par de vueltas hasta que el coche chocó con un árbol. Un fuerte dolor en el lado derecho de la cabeza me obligó a bajarla, sentía el metálico sabor de la sangre en mi boca, una fuerte punzada se alojó en el brazo derecho.

Alcancé a escuchar gritos que se acercaban pero la confusión que sentía en aquel momento me hacía dudar si hablaban en mi idioma, tampoco era capaz de distinguir si eran dos o más persona, ni siquiera el sexo de la persona. Todo se volvió negro.

Abrí los ojos lentamente. ¿Dónde estoy? No estaba en el coche, no estaba en casa ni tampoco en un hospital. Me encontraba tirada sobre un colchón en el suelo y tapada con una fina sábana amarillenta que hace mucho tiempo que había dejado de ser blanca, el techo lleno de humedades y una bombilla colgada del techo era la único que alcanzaba a ver.

Me senté sobre el colchón estirando las piernas sobre el frío suelo, solo entonces me di cuenta de que llevaba un cabestrillo en el brazo derecho. La cabeza me daba vueltas, no podía pensar con claridad y sentía como la habitación se movía ante mi desorientada mirada. 

Me incorporé lentamente apoyándome en la pared para no caer, llevaba un camisón blanco. ¿Qué había pasado con mi ropa? Me acerqué a la puerta de la habitación y me dejé caer sobre ella pero no se abrió, las piernas no me aguantaban en pie ya. Golpeé el sólido metal de la puerta varias veces.

— ¡Ayuda! ¿Hay alguien ahí? ¡Por favor! ¡Dejadme salir!

Comencé a sollozar. No recordaba nada, tras el golpe todo se había vuelto oscuro. Seguí golpeando la puerta, cada vez más débil. Y, como si me mandara a callar, la luz se apagó. Quedé inmóvil, mirando la oscuridad con la mano en la puerta. Entonces escuché unos golpes sordos, venían de fuera.

— ¡Aquí! ¡Por favor, sáquenme! ¡Ayuda!

Rompí a llorar, tenía miedo, no entendía nada y la cabeza me daba vueltas. Los golpes siguieron pero parecían amortiguados. Se escuchaban voces, muy lejanas, apenas podía distinguir entre los golpes y aquellas voces. ¿Había alguien ahí fuera o era todo producto de mi imaginación? 

Me quedé con la espalda apoyada en la puerta gritando hasta que los golpes cedieron. Solo se escuchaba un lastimero llanto, el mío, no me molesté en limpiar las lágrimas que salían de mis ojos, intenté levantarme pero las piernas me fallaron y volví a caer al suelo en mitad de la habitación. El dolor de la cabeza se intensificó y allí, con la mejilla pegada en el frío y duro suelo, me dormí entre lágrimas.

— ¡Oye! ¿Nos escuchas? ¿Chica? ¿Estás bien? ¿Cómo te encuentras? ¿Cómo te llamas?

Intenté articular algún sonido entendible pero lo único que salió de mi garganta fue algo parecido a un gruñido ininteligible, tenía la boca seca. Escuchaba la voz muy cerca de mí, era grave y varonil. Noté algo cálido en el hombro, era una mano que me zarandeaba suavemente.

— Mira su brazo, pobre chica, con lo joven que es.

Esta vez la voz era femenina, hablaba pausadamente con un tono de voz dulce. Abrí los ojos lentamente revolviéndome sobre mí misma. Me encontré con un hombre de semblante preocupado, tenía el pelo rubio y sus ojos azules me escudriñaban de arriba a abajo. La mujer a su lado, una mujer mayor de pelo canoso, sujetó mi cabeza sobre sus rodillas mientras me acercaba una botella de agua para que pudiese beber.

EncerradaWhere stories live. Discover now