Gris.

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Yo suelo ser alguien cerrado. No me gusta que una única persona sepa todo sobre mí, ya que nadie tiene la capacidad de asegurarte que esa ciega confianza nunca se volverá en tu contra.

Se podría decir que me gusta guardarme las cosas para mí, compartir un secreto conmigo misma y disfrutar del placer de su confidencia. Esto me hace ver a las personas como un óleo sencillo, respecto a lo básico de su carácter.

Al principio, una mancha formada por blanco y negro, que se mantienen intactas, sin mezclarse...

Cuando conozco a alguien y se gana rápido mi afecto, la porción blanca va aumentando de tamaño respecto a la negra. Crece y crece y veo a dicha persona como una versión de sí misma idealizada. Al paso inevitable del tiempo, esto cambia: por una corta etapa, la parte negra, ese fragmento que reconozco como los defectos de la persona aumenta. Se podría decir que los laureles que eché sobre su cabeza de antaño se marchitan y dejan solo el barro seco.

El hecho de recibir de golpe todo lo "malo" de ese sujeto puede llegar a ser abrumador, hasta que, después de todas esas sensaciones, de que mi corazón haya experimentado todos los tipos de latido: se vuelve gris. Veo a la persona tal y como es, alguien a quien jamás nadie podrá conocer como se conoce a sí mismo, por lo que no me siento en el derecho de juzgar ni su parte blanca, ni su óleo negro. Si de verdad la aprecio, me doy el gozo de admirar su único tono grisáceo, y ver cómo evoluciona y mejora como una rosa en crecimiento, mientras que yo solo deseo con poder hacer lo mismo algún día.

Me llamo Rosario, y soy gitana.

Jamás se ha tenido en cuenta mi blanco. Jamás se ha visto que era igual de gris que el resto. Jamás se me ha tratado como a alguien. Jamás se me ha denominado persona.

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