Nuestra luna de miel

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Me hice novio de Seryozha un viernes por la tarde, a la salida del cine. Eran las cuatro y cuarto, para ser exactos, y si sé con exactitud qué hora era es porque a la entrada del cine había un enorme reloj blanco dando la hora con tal precisión que yo, Khariton, habría sido capaz de utilizarlo como prueba irrefutable de los segundos exactos que la persona más impuntual que conozco habría vuelto a retrasarse otra vez. Sin embargo, aquella vez no tuve que utilizarlo para acusar a nadie. Ese día Seryozha no llegó tarde, cosa que me extrañó un montón y reconozco que a día de hoy me parece todo un detalle. He de suponer que aquella cita —me da vergüenza llamarla así, pero es que todo el mundo insiste en que lo fue— formó parte de ese escaso 20% de veces que un idiota impuntual puede llegar a ser un poco puntual y demostrarte —con una bufanda de los chinos— que le importas, aunque sea un poco. Lo recuerdo como si fuera ayer, y porque es algo que nunca podría olvidar de todos modos.

Aunque, aquel día, yo mismo me había olvidado de mi propio cumpleaños.

Habíamos quedado cerca de la estación a una hora razonable —a las diez de la mañana— para ir a ver juntos una película cuyo nombre ya no recuerdo. Cuando puedes contemplar la cara del que dejó de ser tu amigo para convertirse en tu novio a oscuras sin que él se de cuenta y sin ponerte nervioso, el nombre de las películas y su contenido son lo de menos. Creo que durante el rato que estuvimos dentro de la sala del cine fue cuando me di cuenta de lo que sentía por Seryozha, aunque descubrirlo no fue tan sorpresivo como el beso que me dio a la salida.

Después de eso seguimos saliendo varias veces, ya como pareja, y llegamos a casarnos dos años después. Está claro que organizar una boda con la familia de Seryozha no es algo sencillo. Yo no se lo he dicho a nadie, pero nunca antes había estado en una boda tan desastrosa como la mía, así que me supongo que yo estoy más bien hecho para ser un invitado. Aun así, aunque yo no quisiera reconocerlo, Seryozha sabía que a mí me hacía ilusión casarme con él. Por alguna razón, Seryozha es un idiota que no recuerda nada de lo que hace; es un despistado y un nerd al que a menudo le dan miedo hasta sus propias hermanas, pero ha sabido desde siempre qué es lo que quiero. A veces siento que me conoce más de lo que yo me conozco a mí mismo, y creo que esa es la razón por la que consigue sacarme de quicio tantas veces y hacerme regalos inesperados que al final me acaban gustando.

El caso es que las verdaderas protagonistas de nuestra boda fueron las hermanas de Seryozha, y eso es algo que no le sorprende a nadie. Fueron ellas quienes la organizaron con toda la ilusión del mundo. Valeria se pasó con las botellas de alcohol —al menos ella no tiene que sacar el DNI para demostrar que tiene edad para comprarlas...— y Laura, alegando que siempre había creído que Seryozha y yo acabaríamos juntos, se entusiasmó con la decoración y los invitados. Seryozha no quiere admitirlo, pero él también lleva en su sangre el gen del caos del que hacen gala sus hermanas. Si no fuera así, ¿quién demonios se bebería todo el ponche de una hasta acabar borracho hasta las trancas e intentaría evitar que se diera tarta a los invitados, afirmando a grito pelado que las virutas de chocolate que cubrían la misma eran cucarachas, o engendros del demonio, como él las suele llamar? Exceptuando ese detalle, creo que tuvimos una boda bastante divertida. Se me ocurrió hacer aquello que suele hacerse en las bodas: cogí el ramo de flores que estaba en el jarrón de nuestra mesa y lo lancé para dictar la sentencia de la siguiente pareja que ha de pasar por los trámites que hay que hacer para casarse —Paula, una amiga mía, es la siguiente y estoy seguro de que los llevará con gusto—, porque aunque las bodas son simples celebraciones, tras contraer matrimonio la percepción de la relación pasa a ser diferente y la mayoría de veces eso es algo que te cambia para bien. A mí me ha cambiado; me siento más cercano a Seryozha, y creo que a los dos nos ha aportado cosas buenas. Él sigue siendo un maldito impuntual, pero se ha sacado el carné de conducir y ha dejado de fumar —ambas cosas le han costado bastante—, y ahora vivimos juntos. Reconozco que me pone nervioso que un vago como él sea capaz de mantener sus cosas tan limpias y ordenadas, en contraste con la casa en la que anteriormente vivía. Ahora estamos pensando en adoptar un niño, aunque no sé si estamos preparados para ser padres. Paula nos ha dicho que debemos tomárnoslo con calma y que tenemos que disfrutar de nuestra boda de miel. Eso es lo que estoy intentando, pero no puedo evitar ponerme de los nervios viendo cómo Seryozha tiene que ser un inútil hasta conduciendo, y es que llevamos casi una hora dando vueltas buscando la casa rural que él mismo reservó para pasar unos días.

Idiota al volanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora