I

10 4 1
                                    


          —¿Y de quién fue la idea?

          —¿Cómo de quién? Del imbécil de Israel, cual otro. Yolanda no es lo suficientemente brillante y Tobías no sabe hacer otra cosa que besar culos.

          —¿Y tu? ¿No tuviste algo que ver con ello?

          —Los llevé en el carro.

          —Ay, Axel...

          —Pagaron la gasolina.

          —Eso no te obliga a nada.

          —Lo sé, lo sé. Fue cosa del momento. Habíamos bebido algunas cervezas.

          —No lo estás haciendo más fácil.

          —Por eso volví tan pronto me di cuenta de que las cosas se estaban saliendo de control.

          Mireya suspiró resignada, era demasiado tarde cómo para comenzar a discutir y tampoco estaban en el lugar apropiado para ello.

          Axel, mientras tanto, observó a su alrededor. El andén estaba completamente vacío. Las luces sobrepuestas a los escaparates publicitarios parpadeaban con el trafico que transitaba sobre su cabeza. Se acercó hasta la franja amarilla de precaución y asomó la cabeza por los dos lados de las vías. Ni un murmullo mecánico ni la luz fría de un vehículo en movimiento. Nada de nada en ningún lugar.

          Regresó entonces a su asiento, con Mireya y con el metal helado bajo el trasero. Con el eco de la ausencia huyendo despavorido a través del túnel y con colocar los dos pies en el suelo con demasiada fuerza como para disipar el vértigo y la náusea.

          —Ya no va a pasar.

          —¿Cómo lo sabes?

          —Puedo verlo.

          —Habrá que esperar entonces, a que pase uno en este rato o a primera hora de la mañana. No hay remedio.

          —¿Pido un taxi?

          —No me queda ni un céntimo.

          Sacó una cajetilla de Delicados de la bolsa del pantalón, se colocó un cigarro entre los labios y lo encendió con la chispa de su encendedor.

          —¿No será peligroso?

          —Todo saldrá bien.

          —En ese caso estaré al tanto, mejor duerme un poco.

          —No es necesario, no es mi primer rodeo.

          —Eso es lo que más me preocupa.

          Mireya dejó el móvil descansar a su derecha como si con eso diera por terminada la conversación. Se frotó los ojos con la punta de los dedos. No demasiado y tampoco con tanta fuerza. No recordaba donde había dejado el gel antibacterial y no quería arriesgarse a una conjuntivitis. Sería el colmo de los colmos.

          Sacó del bolsillo un pequeño cuaderno de notas y lo abrió de par en par. Retiró el bolígrafo del espiral y anotó sin demasiada presión sobre el papel. Suavemente y en cursiva, para escuchar además como se iban dibujando una a una las letras. El ruido la calmaba, el trabajo técnico, por el contrario, no.

          Escuchó un timbre en el celular pero lo ignoró por un rato. 

           —¿Que tienes?

          —Nada, que voy a tener o qué.

          —Me dejaste colgando.

          —Te estoy dejando dormir.

          —No tengo sueño, pasé por un café al Oxxo antes de llegar aquí.

          —Alcohol, café, alboroto y cigarros. Ni tienes diescisiete ni eres una estrella de rock, deja de comportarte como uno.

          —No fue un alboroto.

          —Alteración del orden público es alboroto, Axel. Llámalo discusión, diferencia de opiniones, rencillas; por mí puedes llamarlo pleito infantil y me vale madres. Pero, ante la ley, eso que tu y los idiotas de tus amigos hicieron es un delito.

          —No hubo víctimas.

          —Que tu sepas ¿o es que me mentiste al decir que te habías retirado cuando se había complicado el asunto?

          —Para nada. Pero conozco a Israel. Ni completamente ebrio toma decisiones imprudentes.

          —¿Y Tobías? ¿No lo habían trepado un par de veces por agresión?

          —Es un perro con cadena y bozal.

          —Que alivio.

          —¿Qué quieres que te diga, Mireya?

          —Nada, duérmete. Yo me encargo del resto.

          Y, conociéndola, se apartó del celular por completo. Con los audífonos todavía puestos abrió la aplicación del reproductor de música y puso una lista al azar. Cerró los ojos por completo. Al contrario de lo que había dicho en realidad estaba completamente exhausto. Magullado, como la cáscara de un plátano que lleva mucho tiempo en el frutero.

          Más tarde se disculparía. Mañana, tal vez. Al llegar a casa, después de desayunar. Mireya estaba más permisiva después de desayunar. Como si verlo vivir un día más fuera suficiente para ella para estar contenta el resto de la jornada. Por más ridículo que eso pudiera sonar. 


* * *


N/A 

Miércoles y ya hay nuevo cuento en el horno. 

En esta ocasión me decidí por un romance poco convencional que poco a poco los hará cuestionarse donde estan, que hacen, como llegaron ahí y que sigue a continuación. 

Les recuerdo que las actualizaciones son los miercoles, viernes y domingos 

¡Saludos! 

J.P. Medina

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Aug 10, 2017 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

Té de tila para calmar los nerviosWhere stories live. Discover now