another poor soul

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"La vida era cruelmente hermosa, y ella lo sabía mejor que nadie. A veces te sonreía, a veces era capaz de llevarte al borde del suicidio."

Hasta mis dieciséis, mi vida había sido la vida soñada de cualquier señorita de alta sociedad, pero los vicios de mi padre arrebataron nuestra fortuna, llevándonos a la quiebra y la desgracia.

Él, desesperado, llegó a apostar mi propia vida, así es, la vida de su pequeña hija en un a todo o nada, como si solo fuera otro objeto de su propiedad.

Así fue como termine en las manos equivocadas, conocí lo peor del mundo, aquello de lo que nadie me hablo, aquello que no se dice. Es la parte del mundo que todos ignoran y no quieren escuchar.

Ojala hubiese caído en algún prostibulo, la gente que estaba en mi lugar sabía que la trata de personas era el cielo a comparación de lo que nosotros sufríamos.  

A ellos no les importaba a quien vendían su mercancía, por eso mi frágil cuerpo fue dado al mejor postor. Una mujer palida, poco más de cincuenta años, compró mi vida.

Yo era inocente, imaginaba que lo peor que podría pasarme era ser tratada como un juguete sexual o ser asesinada. Pero aquella mujer de apariencia dulce tramaba para mi algo mucho peor de cualquier escenario que pude haber imaginado.

Llegamos a lo que parecía una mansión de lo enorme que era, y tenía criados, lo supe por como vestían y como la atendían. Les ordeno que me llevaran al sotano, como si fuera otro objeto de su propiedad.

Era como bajar al infierno, al menos así lo sentía. Había jaulas, con personas y animales, a penas podía distinguirlos por lo oscuro. Se escuchaban llantos y lamentos, el ambiente era desgarrador. Por lo que podía distinguir todas las personas eran morenas o de color, como si sintiera desprecio por otro tono que no sea el blanco.

Temblé, ¿donde había ido a parar? La desesperación estaba apoderándose de mi, no quería estar allí, no podía parar de llorar.

En el centro de aquel aterrador lugar, había como un escenario, que sobresalía de todo el suelo, iluminado con lamparas blancas, parecía ser una sala de operaciones, tenía camillas, instrumentos quirúrgicos, manchas de sangre.

Intentar huir era inútil, este era mi nuevo hogar, y eso hacía que mi alma se rompiera, ni siquiera quería averiguar lo que hacían allí. Me metieron en una jaula tan pequeña que a penas entraba sentada. 

La oscuridad que había en esta zona no me dejaba distinguir mucho, solo que sobre mi había otra jaula y a cada lado una más. Mi llanto no cesaba, quería que todo acabara pronto, por primera vez en mi vida quería morir.

Cuando cerraron la puerta del sotano la oscuridad solo creció, lo único que se podía ver era el escenario del terror, ese centro, esa sala de operaciones improvisada para ser la perfecta tortura de cualquiera de los presentes. Tenía que escapar, quería hacerlo realmente.

Mi llanto no era el único que llenaba el ambiente, la mayoría tenía la misma desesperación. El sonido de la desesperanza que brotaba del fondo de sus pechos quebraba el corazón más helado.

Eramos almas atemorizadas, abandonadas, en pena y dolor, sufriendo solos y juntos. La idea de que no estaba sola fue un falso consuelo que pudo calmar un poco la intensidad de mis sollozos.

Una mano se asomó entre los barrotes, morena también, con uñas tan largas y filosas como las garras de un felino.

No hubo palabras entre medio, solo tomamos nuestras manos en un apoyo silencioso, acompañados por el llanto quebrado de una garganta rota.

¿Qué mal tan enorme habré cometido en otra vida para sufrir algo así? ¿Qué crimen merecía este castigo? No estaba segura de que me pasaría, pero no merecía esto.

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