Prologo

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El objeto se acercaba rápidamente a su destino. Los más conocedores ya se encontraban en movimiento, algunos buscando tomar acciones, el resto ya se hallaba con sus familias dispuestos a pasar el mejor día de sus vidas, restándole importancia al dinero, al trabajo, a las obligaciones y demás ataduras de la vida diaria. Por otro lado, se encontraban los ignorantes, quienes asombrados, señalaban la enorme roca, maravillados, llamando la atención de sus compañeros y amigos para que éstos compartieran la magistral y ominosa vista que ofrecía aquella figura celestial, era normal después de todo; su ignorancia les protegía del pánico inminente. Sin embargo, dentro de unos minutos hasta el más tonto comprendería que su destino ya estaba escrito.

En un enorme edificio del otro lado del planeta se encontraba un sujeto llamado John, o al menos, es el primer nombre genérico que se me ha ocurrido para presentarme ante ustedes. Después de todo, este diario no lo escribo para ganar popularidad, sino para dejar constancia de lo que fue la primera Era.

John se hallaba trabajando, ajeno al peligro que se acercaba a más de 110 km/s. Siempre fue un hombre trabajador, eso le proporcionaba un buen salario. Aun así, John llevaba una vida carente de lujos. Rentaba una habitación en las afueras de la ciudad, su recámara, apenas contenía un par de muebles para cocinar y lavar, dormía en el suelo (viejas costumbres de su antigua vida, supongo). El dinero restante de su salario (que era una cantidad considerable) a menudo lo donaba a fundaciones o lo dejaba en sobres anónimos en el buzón de las casas más precarias. Su día fuera del trabajo se resumía en largas caminatas. Le gustaba observar lo ignorante y material que era la vida en la urbe, sabían muy poco sobre el mundo, pocas personas tenían fe; esto hacía que la nación fuera débil, pero no le tocaba juzgar eso, el extranjero era él, por lo que debía adaptarse.

-¿Qué carajo estás haciendo, John? Te pedí que redactaras un maldito artículo sobre el clima, no que me escribieras una puta biografía –dijo Chuck... en realidad ese tampoco era su nombre, la verdad es que me dirigiré a muy pocas personas por su verdadero nombre.

Chuck era el jefe del periódico más utilizado de Élacen, era un hombre xenofóbico, misógino, racista, prepotente y con el tacto de una bestia cuando de hablar se trata, no podía hilar una sola frase sin usar groserías como nexos, y constantemente descargaba su ira sobre John; quería despedirlo desde hacía tiempo debido a su procedencia. John, no pertenecía a la Urbe, no. Sus orígenes se encontraban en un lugar distante, en una aldea que ni siquiera hablaba el idioma local. Le había costado acostumbrarse al acento, de donde él venía el dialecto era más gutural. A pesar del tiempo que John tenía en la ciudad, seguía careciendo de fluidez al hablar; en cuanto a su escritura, iba mejorando, pues constantemente pasaba extensas horas extra en el trabajo. Después de todo, nadie le esperaba en casa. A decir verdad, no había nadie en el mundo que esperara por él, de cualquier manera, eso era una ventaja, su ardua devoción había impedido que Chuck despidiera a John hacía tiempo.

-Lo siento –dijo John bajando la vista.

-¿Sabes cuál es el problema con tu clase John?, ¡que son unos malditos hipócritas! –graznó Chuck–; probablemente en tu cabeza me estés maldiciendo, ahogándome a mí y a todas mis generaciones en mierda y media, pero, ¿sabes qué?... ¡te lo vas a guardar y no harás nada! No porque no quieras, sino porque eres una maldita nena sin pelotas y esa falta de agallas es la que diferencia a los exitosos como yo de la basura campesina como tú.

John guardó silencio, pudo habérsele plantado ahí mismo, sabía defenderse bastante bien, pero no serviría de nada, le gustaban las "comodidades" que le ofrecía su empleo.

-¿Así que seguirás en silencio? Bien, cada pedacito de mierda que no me lances es un pedacito más de mierda que se quedará atorado en tu cabeza, pudriéndose, hasta que un día de estos, me harás un favor y saltarás del maldito edificio para que yo, en persona, pueda escribir el jodido artículo del indio que por fin me dejó la vacante libre para alguien que sepa escribir. ¡En serio, John! He dejado la azotea abierta y sin vigilancia el último año con la esperanza de que un día de estos brinques –John permaneció con la mirada abajo, Chuck bufó, y se retiró a inspeccionar al resto de los trabajadores.

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