Despertar en el albergue municipal

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Creo que, si he decidido llevar un diario y relatar mi vida como si se la contara a un amigo que no tengo buscando hacer amigos nuevos que seguramente no logre a los que poder contar mi vida, lo más honesto y lógico es empezar por el principio, es decir, por cuando de mañana nos levantamos y comenzamos todos un nuevo día, que es el momento en el que yo despierto abriendo los ojos para ver un culo peludo y rápido cerrarlos deseando llegue la hora de acostarnos y volverlos a cerrar, pero esta vez al menos por toda una noche repleta de sueños y no sólo durante tres segundos.

Porque tres segundos es el tiempo máximo que logro engañarme a mí mismo de que el culo colgandero de mi amigo Sánchez que, al despertar, yo aún tumbado de lado en la cama, resultar ser lo primero que veo a través del agujero de su pijama roto, es en realidad una pesadilla, y el sueño en el que llevo una moto a través de las largas avenidas de una ciudad la vida que yo me merezco.

Pero siempre me ha dado miedo la velocidad y ningún mendigo que yo conozca lleva ropa interior.

Si no te fijaras, parecería que a Sánchez se le han caído los pantalones y los lleva por las rodillas, pero en realidad se aprecia una goma blanca deshilachada recorriendo el contorno de su celulítica cintura, y más abajo dos trozos de carne arrugados y tan llenos de pelos como las dos mejillas barbudas de un hombre al que llamaran El Oso; y por último, abajo del todo, las perneras de un antiguo pijama cubriéndole las pantorrillas.

Esto es lo primero que veo yo por las mañanas. Todas las mañanas.

A la distancia que se encuentra su culo de mi rostro, mientras Sánchez se agacha quitando las sábanas de la cama para echarlas a lavar, todos estos detalles se contemplan tan bien, y tengo tanto tiempo para disimuladamente observarlos, y los veo tantas mañanas como mañanas amanezco, que es como si su culo peludo enmarcado en un pijama hecho jirones fuera el símbolo de esta etapa de mi vida.

Porque esto es una etapa, ¿no? Si es así para siempre, no sé si podré soportarlo.

Y, si sumamos este culo a los de pronto optimistas gritos que, a modo despertador, irrumpen en el dormitorio atronándonos los oídos procedentes del padre Entusiasmo, creo que esta vez no ha llegado ni a tres segundos el tiempo que he podido engañarme a mí mismo, y no me resta sino aceptar que despierto igual que me fui a dormir anoche, tan pobre y triste como sólo un hombre puede estarlo.

Los gritos del padre Entusiasmo suelen hace referencia a que nos levantemos con una sonrisa, a que es maravilloso estar vivos y a que el día de hoy es una oportunidad para ser felices.

Lo cual me parece digno de admiración y de veras que lo felicito por ser capaz de poseer ese nivel de energía a las seis de la mañana. Todas las mañanas.

Pero se me hace un poco raro mirar alrededor y ver veinte indigentes fofos medio desnudos con nuestros pijamas más que sucios cochambrosos, los cuales farfullando nos rascamos como gorilas todas las partes del cuerpo al levantarnos, y a los que sobre todo nos espera un día de arrastrarnos por y tirarnos en cualquier esquina sucia de la ciudad a esperar que algún alma caritativa no nos escupa.

El tema de no usar sirenas, bocinas o timbres para despertarnos se ve que viene de un estudio de no sé qué universidad u organismo que concluía como una de las diez causas de depresión el despertar traumático, y no sé cómo llegó a manos de uno de los importantes amigos del director del centro, y se lo dijo, y estaban creo en una sobremesa mientras lo hablaban, y se acababan de meter entre pecho y espalda una paella o un cordero o lo que fuera, y el uno le decía al otro que había leído no sabía exactamente ahora dónde un artículo en el que encarecidamente aconsejaban despertar a los familiares, sobre todo si eran niños o personas con un cociente intelectual no muy alto, con mensajes muy positivos y optimistas y vitales, porque más de la mitad los problemas y situaciones desagradables que nos suceden a lo largo del día son en el fondo culpa nuestra, y los niños y los enfermos mentales se ve somos más propensos a que un ruido fuerte o una respuesta ofensiva nos amargue la jornada entera, y que la situación violenta y desagradable vivida se nos quede en el cerebro grabada y nuestra mente nos la repita sin cesar, y esto nos haga daño por dentro, y nos enfurezcamos y pongamos excesivamente tristes a partes iguales, y nuestra cabeza regrese una y otra vez a esta situación violenta que nos está amargando buscando desenlaces, opuestos al real, en los que nosotros salimos airosos y triunfantes, y en las que ponemos en su sitio a quien nos ha violentado y sojuzgado a su voluntad, o incluso se ha burlado de nosotros, pero que en el fondo no sirven de nada porque la situación violenta ya ha pasado y no va a volver a suceder, y si diese la casualidad de que reviviéramos una situación parecida con otra persona o incluso con la misma que nos ha dado un corte delante de otros muchos que lo han celebrado, nada ocurriría tal cual lo hubiéramos imaginados y volveríamos a quedar como bobos y a estar avergonzados y traumatizados por otra situación desagradable más que sea que acabemos de vivir, a la que de nuevo sólo encontraremos solución cuando ya sea tarde y no sirva de nada, situaciones violentas tan tontas como que alguien te ponga mala cara y llame la atención con malas formas por haberlo pisado sin querer, o que te echen de un bar, donde ibas a pedir para calentarte un café, por tu aspecto de mendigo sucio y cochambroso y por haber tirado al suelo una mesa llena de platos y cubiertos que han estallado en enorme estropicio, pero que a nosotros, que se ve que no estamos del todo sanos mentalmente, nos afectan en exceso y nos obsesiona y nos amarga la existencia; y el director del centro donde duermo no se podía creer lo que estaba escuchando de este amigo suyo mientras sus esposas hacían café y él sacaba una botella de crema de orujo del frigo, y le pareció una idea estupenda, y le pidió que le contara más, pero su amigo le dijo que es que tampoco hubiera mucho más que contar, que despertar con un timbre o una sirena a la gente es traumático, y que es mejor hacerlo diciéndoles que son unos números uno y van a salir a comerse el mundo, y a encontrar trabajo, y a por fin abandonar este malvivir de indigentes pordioseros en el que han caído alquilando una casa donde despertarse como nos dé la gana sin tener que soportar a que ningún sacerdote entusiasta con excesiva energía cumpla fielmente las órdenes del director del albergue para pobres, y, aunque esto era básicamente lo mismo que le había dicho al principio, el director de este albergue no podía borrar la expresión de asombro que se le había quedado y no le dio ni las gracias a su esposa cuando les sirvió el café, tan embebido estaba en los innovadores, sencillos y económicos cambios que iba a realizar en el centro el lunes a primera hora y que le iban a reportar seguro una subida en la financiación estatal después de realizar un informe de resultados en el que se adjudicaría todo el mérito tras haber puesto en marcha un proyecto que habría beneficiado a población y a un sinnúmero de mendigos, que a oleadas nos veremos integrados de nuevo en sociedad, y también a la administración, ahorrando gastos eléctricos y mantenimiento de timbres y sirenas, y contribuyendo a reducir la contaminación acústica; por lo que lo primero que hizo al llegar el lunes por la mañana al trabajo fue reunir a su equipo de ayudantes parroquiales, voluntarios y jóvenes que deben horas de servicio a la comunidad y trasmitirles la idea, que el brío del padre Entusiasmo recogió al vuelo ilusionadísimo, escapando de la reunión para desconectar timbres y sirenas sin ver el momento de que llegaran las seis de la mañana del martes para abrir de un empujón las puertas batientes de nuestro dormitorio y entrar gritando, cuando por fin Paco había dejado de tirase pedos y roncar y yo creo me acababa de dormir, que diéramos gracias de seguir vivos, que nos levantáramos con una sonrisa y cogiéramos el toro de nuestra vida por los cuernos, y que nos hiciéramos la firme promesa de no quejarnos ni una sola vez hoy y encontráramos el trabajo que nos hiciera cambiar de suerte.

Así que, después de estos supositorios matinales de energía positiva, nos vestimos con una diligencia que es una maravilla el vernos, y a las seis y veinte, ya estamos haciendo fila en el comedor para recoger un café con leche y un bollo industrial plastificado, y salimos a la calle con el firme propósito de ser los dueños de nuestro propio destino, aunque la mayoría de las veces acabamos vagando de un lado para otro sin hacer nada que merezca la pena, sólo esperando que pase un día más.

Y sé que esto a ti, improbable lector, ni te va ni te viene porque no eres un pobre mendigo como yo, y tendrás un trabajo bien visto socialmente y con el que harás feliz a tus semejantes, y serás médico o bombero o cartero, y darás esperanzas o salvarás vidas o repartirás cartas de amor, y las personas a las que sirvas te lo agradecerán con una sonrisa, y te levantarás por la mañana dando un salto y lleno de alegría por estar viviendo tu vida plena de múltiples satisfacciones, y dispuesto a embellecer hoy el mundo todavía un poquito más y no a ensuciar como yo las esquinas polvorientas, y tu familia estará orgullosa de ti y tu pareja te amará con locura, y serás lo mejor que le ha pasado en la vida, y por eso te pido me disculpes por relatarte mis penas, pero es que...

Te lo cuento y se me pasa. 

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⏰ Last updated: Aug 13, 2017 ⏰

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Despertar en el albergue municipalWhere stories live. Discover now