❝¡Era sangre corriendo por una montaña, Espíritu de odio, codicia e ira, dominador del cielo y la tierra! ❞
Enheduanna ― 2300 a. C
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El reino Kishen colindaba por el norte con el reino de Asura, ya que pasando las montañas y bajas temperaturas podías ver la majestuosidad de un imperio fundada bajo la mirada de las más lejanas estrellas que alumbraban el camino de quien se creía perdido. Este paraje está protegido por un ave que en el cielo se alza trayendo consigo brotes de esperanza, iluminando el firmamento nocturno con sus llamas provocando noches cálidas.
Los habitantes del pueblo de Kishen este año cuentan con la fortuna de elevar su mirada al cielo, pues hoy después de cincuenta años, nuevamente el cielo se verá iluminado por una deidad que veneran y respetan con pundonor.
El rey se sienta en su balcón, bajo la mirada atónita de sus fieles camaradas. Espera ver algo digno de un emperador, más su mirada se dirige de manera fugaz a las montañas hacia el norte y de pronto una chispa llega hasta su mano que reposando encima de su trono, pronto se torna oscura. Ve que el cielo está de luto y una congoja se apodera de su corazón. Estuvo pendiente de esa fecha, cuando la luna se ocultase tras las nubes anunciando que su presencia no sería observada. Pues fue en años anteriores, cuando su amigo y en ese entonces, príncipe de Asura, había firmado un trato con su propia sangre, y ahora era esa misma sangre que bañaba las riberas del río Ytias que reposaba a un lado de lo que antes fue un reino lleno de felicidad y esperanza.
Uno de sus caballeros llega consigo, y junto a él un fiel mensajero que le avisa de tan trágica noticia. Ven a su majestad levantarse de su escaño, no menciona palabra pasando unos minutos de ausente sonido, y luego sin más gira desde su lugar mostrando en su rostro arraigado por la edad una mirada tan nostálgica como un paraje otoñal.
Sus pasos hacia el frente son lentos y provocan ecos, se acerca hacía su mensajero y le extiende la mano en señal de que reverencia debe dar y con la otra, hace una señal que indica que todos deben retirarse, y así lo hacen.
La conversación que se produce tras las puertas solo puede alertar a la esposa del rey, que luego de presenciar la misma escena por su lumbrera, un mal presentimiento se instauro en ella. Sabe que su rey no le ocultaba grandes cosas, pero ello no evitaba que en varias ocasiones presenciara como su mirada se tornaba pesarosa, y que luego de ello, compungido en su totalidad pida un momento a solas.
Esa noche fue igual.
Cuando el sol anunciaba su llegada tras las montañas, el rey salió de su despacho y tras él su mensajero listo para partir. Da la orden de que le den el mejor caballo y tras ello, nuevamente se resguarda tras las puertas que se cierran sin previo aviso. El mensajero acata cada orden impartida y cabalgando sin descanso llega hasta el reino de Asura, y lo que ve lo deja petrificado.
