4. La boda de Alice Miller

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William llegó a la iglesia junto a sus primos y hermana, había tenido la tarea de cuidar de los gemelos de Kathe mientras ella y Adam estaban ocupados al ser parte del cortejo, nunca le habían desagradado los niños, pero, francamente, sus dos sobrinos eran el demonio encarnado.

—Tío, ¿Es verdad que tía Alice y tú se iban a casar antes?

—No, Blake, nunca hemos estado prometidos.

—Pero se querían, ¿verdad? —sonrió Adrien.

—Éramos buenos amigos antes de que me mudara a Francia.

—¿Por qué no pensaste en detener la boda? ¿Por qué no la cortejaste sí la amabas?

—Los adultos somos complicados, niños, no deben preocuparse por nosotros, su tía Alice se casará feliz y enamorada el día de hoy, algún día yo haré lo mismo.

Los niños parecían poco felices con ello, pero asintieron y se sentaron correctamente junto a su tío, mirando hacía las puertas que continuaban cerradas, en la espera de la novia.

—¿No debería de haber llegado ya el novio?

—Los chicos también tenemos un cuarto especial de espera, Blake —sonrió William—. Aún falta algo para que empiece la ceremonia, por eso aún no ves al novio.

La niña asintió conforme y se cruzó de brazos, con apenas diez años, los gemelos eran tan listos y perceptivos como sus padres, era difícil hacerlos entender algo, sobre todo si ellos habían desarrollado una idea por sus medios.

William tomó una larga respiración y miró a los invitados atentamente; la familia de Alice estaba en las bancas delanteras, nunca había llegado a conocer del todo a la familia, pese a que eran gente acaudalada, no eran reconocidos como alta sociedad, se dejaba mucho que desear de su comportamiento, sobre todo de la madre y las tres hijas menores de esta, siendo Alice la única excepción.

El primer ministro miró con extrañeza la forma presurosa en la que Marinett, una de sus primas, pasaba corriendo por el gran pasillo alfombrado, parecía preocupada y hasta algo descompuesta. Quizá habrá tenido otro mareo, sabía que su prima estaba embarazada, pero si fuera por algo relacionado a ello, seguro su marido iría tras ella.

—Quédense aquí niños, no se muevan, ¿Entendido?

—Sí —el hombre dudó de ellos, así que los tomó de las manos y los llevó hacia la banca de la abuela Violet y el abuelo Frederick.

—Por favor, ¿podrían cuidarlos un rato?

—Claro —la abuela los hizo sentarse en las piernas de su abuelo y miró a su nieto con nerviosismo—: William, ¿sabes qué ocurre?

—No, pero voy a investigarlo.

William se dirigió hacia la entrada, siendo presa fácil de las miradas que se clavaban en cualquier persona que osara pasar por el centro de la iglesia, algo se sentía muy mal y Will sólo podía imaginarse lo peor. Se acercó hacía la puerta donde la novia estaría aguardando para la indicación, pero antes de siquiera lograr tocar, se escuchó un grito atronador y un llanto incontenible.

William no era dado a espiar o escuchar conversaciones ajenas, pero cuando el silencio se hizo en la habitación, él dio un paso más cerca a la puerta, intentando escuchar algo.

—No puede ser —decía la voz de Alice—. Esa carta... tenía razón, me lo advirtió. ¿No te lo dije Kathe? ¡Lo sabía!

—Cálmate, Alice, te llevaré a casa ahora.

El primer ministro francés frunció el ceño y negó un par de veces. ¿Qué se suponía que había pasado? ¿Y qué quería decir eso de una carta? No entendía nada.

Lo Que Oculta Un Corazón (Saga Los Bermont 6)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora