V-Parte I

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Esa misma tarde, Benedick le había dicho que se pasase a su habitación, que era apropiado que comenzaran a dormir juntos. Leien se había sentido completamente angustiada ante dicha orden, y creyó que la situación sería completamente horrible. Sin embargo, para su grata sorpresa, Benedick había sido muy respetuoso y adecuado con ella, no mirándola cuando se cambiaba, ni acercándose demasiado en la cama. Leien se había sentido reconfortada, pero no podía evitar pensar en cómo avanzarían  las cosas en unos días, o quizá la noche siguiente. Al fin y al cabo era el aparente acuerdo mutuo de esas relaciones: cuerpo a cambio de dinero.

Eso sumado a la travesía que emprendería al día siguiente la habían hecho desvelar por un par de horas, y al despertar se sentía completamente cansada. La cama, a su lado, estaba extendida, como si nadie hubiera estado allí.

Se vistió mientras pensaba en cómo habría sido la relación entre Atanasia y el joven Deralont. Quizá un noviazgo de añares, quizá casados, quizá a punto de formar una familia... ¿Qué le había sucedido a ella? ¿La desaparecieron durante los disturbios o se trataría de algo más? Por un instante recordó al joven que le gustaba en su infancia... Luego de su partida apenas sí le había quedado algunos recuerdos de él que poco a poco habían ido difuminándose hasta su inexistencia. Podía recordar, sin embargo, la dolorosa decepción que había sentido ante aquella situación, e incluso la desolación (palabra que desconocía entonces y por la cual no podía expresar puntualmente su sentir) extendida en los meses venideros.

Bajó las escaleras y se dirigió a la cocina para tomar un pequeño desayuno consistente en jugo y pastelillos de ciruela. Benedick llegó un momento luego y la saludó con su típico ''buenos días'', aunque esta vez le sumó un halago referente a su vestir.

-Se ha levantado más temprano hoy- notó-. ¿Saldrá?

Leien asintió. No sabía si sumar información a aquella respuesta. ¿ Le agradaría saber que iba al Ministerio del Pueblo para hacerse pasar por otra mujer y así ayudar a su hijo? Tristán le ahorró el problema al entrar en aquél mismo momento en que el silencio de un asentimiento como respuesta comenzaba a hacerse incómodo.

-Viene conmigo, y por cierto- dijo volteando hacia Leien- el coche está fuera.

-¿A dónde van?

-La señorita Lei...

-Señora- corrigió Benedick.

Tristán sonrió sarcásticamente y reformuló, haciendo hincapié en la palabra dicha por su padre.

-La SEÑORA Leien colaborará en unos asuntos privados... Nada que involucre al SEÑOR.

El joven le dio paso a Leien para que saliera de la habitación y él seguirla.

-Trátala bien- ordenó Benedick antes de que su hijo terminara de salir-. No son todos títeres de tus artimañas.

-Quédate tranquilo. Sé que los títeres no se le roban a los padres.

Tras una reverencia, salió.

Leien estaba tensa ¿qué era aquél clima de discordia que se había sembrado entre padre e hijo? Situaciones así la llevaban a replantearse su papel allí. Además... ¿La había tratado de títere? Eran unos idiotas.

Subieron al carruaje y viajaron en silencio de diálogos. Leien observó que Tristán iba armado por espada y revólver, y que su rostro reflejaba la complejidad de los pensamientos que tenía en aquél momento. Corrió la mirada y observó por la ventana: el día se extendía con algunas nubes que de cuando en cuando dejaban ver el sol. Disfrutaba del paisaje de las praderas, los caballos y algunas casonas bellísimas en la lejanía.

Atravesaron el pueblo pasando por la plaza central, siendo imposible no traer a la mente el recuerdo del disturbio. Luego volvieron al camino principal y varios minutos más se sumieron en la soledad del mismo. Pasaron sobre un estrecho puente al cruzar un arroyo. Un tramo de bosque y pastizales altos acaeció unos kilómetros antes de llegar.

Era otro pueblo, parecido al que había conocido pero un poco más grande, con más personas y calles amplias. El Ministerio estaba frente a una plaza sobre la que se disponían algunos vendedores ambulantes. El carruaje se detuvo y Tristán atinó a salir del carruaje, pero Leien lo interrumpió.

-No voy a aceptar ''algo de dinero''- el impulso se apoderó de ella.-. Me darás 250 monedas doradas.

-¿Qué?- la configuración de su rostro se turbó un momento- Tenemos un trato.

-Así es caballero Tristán, pero nunca hablamos de números. Y además, usted me necesita y cree, sin embargo, que soy su ''títere''... O el de su padre. Esto le recordará que no. A menos que no lo acepte y desee que volvamos como vinimos.

Él sonrió sarcásticamente.

-Usted se ofreció como títere desde el momento en que entró a aquél salón buscando un anciano que la mantuviera... Sin embargo, si cambiar su palabra a último momento y aumentarse unas cuantas monedas la hace sentir independiente y menos ''títere''...

Bajó del carruaje y le tendió la mano, pero para cuando ella fue a tomarla, él la quitó.

-Lo malo de los virajes repentinos es la decepción, ¿no cree, señorit... Señora Deralont?- sonrió con malicia regocijante, con ojos que clamaban su triunfo.

Ella bajó y lo miró sonriente a la vez que ladeaba la cabeza. Era afilado con las palabras, arma que hacía sangrar muchas almas. No podía permitirse flaquear ahora.

-Deséeme suerte haciéndome pasar por la hermana de su Señora mientras usted agrega las monedas que le faltan a nuestro acuerdo.

El corazón le palpitaba nervioso.

Tristán hizo una reverencia y le sonrió.

-Que la suerte la acompañe, Señorita Dionisia. La estaré esperando del otro lado de la plaza.

Subió al carruaje, y ella quedó sola frente al Ministerio y su misión. Sonrió un momento, luego caminó hacia las escalinatas.



Leien y TristánWhere stories live. Discover now