| Capítulo 6 |

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Sia - Angel By The Wings


—¡Zinnia!, ¡Zinnia!

Quién me llamaba, por qué no me dejaban en paz. No quería abrir los ojos, no lo haría, no.

—Colibrí, por favor, te lo suplico, mírame. —Su voz caló en mi interior haciendo un eco doliente. Una onda cálida me atormentó, pues en cuanto fui consciente de mí el ardor en mi piel me hizo gemir—. Colibrí, anda, mírame —sollozaba, lo sabía. Con mucho esfuerzo apretando los dientes, abrí los párpados. Yerik estaba hincado frente a mí, se limpiaba las lágrimas con ansiedad.

—Ya despertó —era Clemente. Manuel estaba a su lado, asustado, conmocionado. El frío que hacía ahí se adentró de golpe en mi sistema.

—¡Las mataré, las mataré! —rugió Yerik rabioso. Mi angustia se disparó.

—La sacarás de aquí de una jodida vez y no harás una estupidez. Chantajéalas, con esto ya tienes lo que necesitas, llévatela, ahora. —Mi mejor amigo lloraba al tiempo que acariciaba mi mejilla. Yo no lograba hablar, menos moverme, solo verlo, perdiéndome en su expresión cargada de aflicción.

—Debe tener bajo su cama una mochila, yo le dije que la pusiera ahí, ve por ella, Manuel, y no hagas ruido. Clemente, trae una cobija, le hablaré a Lilo, necesito que venga ahora —señaló. Se acercó a mi rostro, besó mi frente y luego pegó su nariz a la mía, mirándome fijamente prácticamente recostado en el suelo, a mi lado.

—Todo cambiará, te juro, mi Colibrí, tus alas estarán sanas de nuevo... —prometió con vehemencia. Una lágrima resbaló por mi mejilla. No lograba hacer contacto con mi cuerpo, o no quería. Lo escuché hablar en murmullos, nervioso, como nunca lo había visto. Cerré mis ojos, exhausta. Creía en sus palabras y pese a que ya había tocado el infierno, deseaba creer que de alguna forma conocería el paraíso, por eso valía la pena vivir.

—Colibrí... —lo escuché en mi oreja—. Te moveré, dolerá, pero debo sacarte de aquí —me informó con dulzura. Asentí con los ojos. Me retorcí, gemí, pero no grité pues mantuve la boca bien apretada cuando él me elevó, pese a hacerlo con sumo cuidado me estaba matando con cada movimiento.

—Son unos jodidos monstruos —bramó Clemente.

—¿Qué hacen? —Era Irma. De inmediato me tensé. Cerré los ojos sollozando.

—Nos vamos de aquí —soltó Yerik con seguridad.

—No pueden... —Se acercó a ella conmigo en brazos. Sin saber cómo aferré más su sudadera.

—No, Yek —le rogué hablando al fin. Bajó el rostro hasta le mío, desfigurado de ira. Cuando la tuvo en frente se detuvo.

—Sí, sí lo haré, y mañana vendré por nuestros papeles, y, o me los da, o las denunciaré, me importa una mierda absolutamente todo. Decida —la amenazó.

—Si nos denuncias, los mandarán a otra casa hogar, son menores de edad, eso sin contar que tú muy probablemente terminarás en un tutelar, muchacho —apuntó. ¿Por qué decía eso? Mi respiración iba cada vez más rápida.

—Y a ustedes les convenía, ambos perderemos, Irma. Les dije que no la tocaran. —Ella me evaluó por un segundo, seria.

—Ven mañana a mediodía por sus papeles y toma esto, que un médico la revise. —Del bolsillo del pantalón sacó dinero y se lo dio—. No hospitales y cuidado con hablar de aquí, los niños lo pagarán.

—No podemos dejarlos —lloriqueé ahogada en la angustia, en el dolor. El corazón podía arder más aún que la piel profundamente lacerada, ahora lo sabía.

Luces en la tiniebla ¡A LA VENTA!Where stories live. Discover now