Preferencias

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La niña lloraba de nuevo, a todo pulmón, desde su pequeña y preciosa habitación que con tanta ilusión habían decorado en el mismo momento en que supieron que estaba embarazada. Se levantó de la mesa de su despacho suspirando, le habían dicho que ser madre era duro, pero le estaba empezando a preocupar que su bebé no dejara de llorar tanto. No hacía ni dos horas que se había quedado dormidita después de darse un atracón de leche.

Se rozó el pecho derecho con la punta de los dedos, lo tenía dolorido todavía. Esperaba poder acostumbrarse pronto a la lactancia porque dolía, demonios si dolía. Pero no lo cambiaría por nada en el mundo, poder bajar la mirada para contemplar como su pequeña la miraba con esos ojos azules resplandecientes, feliz de poder comer. Porque era una glotona, sí señor, como su padre.

Llegó al cuarto blanco y celeste porque se negaba a pintarlo de rosa, clichés a otra parte por favor.

La niña la buscaba con los brazos extendidos, llorando como si no hubiera un mañana.

-Sh... -le instó con cariño mientras la cogía en brazos, la niña dejó de llorar para mirarla haciendo pucheros–, aún no te toca comer, así que vas a tener que esperar un poquito, ¿vale, Isabella?

Isabella seguía haciendo pucheros, pero más tranquila en los brazos de su madre, se dejó caer contra ellos y dejó que le pusiera el chupete. La madre cogió una manta para envolver a su bebé y llevarla con ella al despacho.

-Así no me vas a dejar trabajar –le susurró juguetona, frotando su nariz contra la de su hija que soltó una risotada contenta con las atenciones.

Se sentó ante su mesa y le puso un programa para niños pequeños en el ordenador, mientras seguía intentando redactar unas cartas con el brazo que no sujetaba a la niña. Isabella se recostó contra su madre, atenta a la pantalla y riendo y aplaudiendo. Su madre la miró con todo el amor del mundo y tuvo que resistir la tentación de ponerse a hacerle gracias a su bebé, debía terminar lo que había empezado. Leyó unas misivas desde su IPad, el nuevo congresista la tenía fundida a reclamaciones.

-Soy la Embajadora, no sé qué quiere realmente de mí... -suspiró totalmente agotada por la situación, miró a Isabella que la contemplaba–, ¿tú qué crees? ¿Deberíamos cantarles las cuarenta y dimitir? Podría hacerme escritora... no sé, volver a ser abogada.

Isabella aplaudió riendo ante las caras graciosas que ponía su madre, estaba a punto de cumplir nueve meses y estaba enorme. Y adoraba a su madre y ella la adoraba a ella.

- ¿Qué tal si llamamos a tío Tony? ¿Eh? –le dijo mientras quitaba los dibujos y ponía el Skype–. Quizás sepa si papá va a volver pronto.

La voz de Friday les dio la bienvenida, pero les dijo que el señor Stark no se podía poner en esos momentos, pero la señorita Potts sí, por lo que accedieron a hablar con Pepper.

- ¡Hola! –las saludó entusiasmada, estaba en su despacho del complejo Stark–. Pero mira a quién tenemos aquí sentada en el despacho de mamá.

-Buenas tardes, Pepper –la saludó Kate con una radiante sonrisa–, no termina de acostumbrarse a estar sola en su habitación, la tenemos muy mimada. Espero no estar interrumpiendo nada.

-Santo cielo y para no estarlo –soltó una carcajada mientras se colocaba un mechón de pelo rubio tras la oreja–, que va, acabo de terminar unos papeles de mi nueva organización y veros es lo mejor que me ha pasado en toda la tarde.

Isabella sonrió tanto que la chupa se le cayó de la boca, dejando ver el incipiente diente que le estaba saliendo. Empujó su cuerpecito hacia delante para tocar la pantalla, porque quería que Pepper la cogiera en brazos.

Preferencias /One-shot/  Capitán AméricaWhere stories live. Discover now