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Cassie olía a fresas y cigarrillos.

Incluso sin la ropa encima, incluso con la piel cubierta por una fina capa de sudor, incluso jadeante y con las mejillas sonrosadas.

Era maravillosa y deslumbrante, llamaba la atención solo con la respiración agitada y los suspiros deslizándose por sus labios con tanta suavidad que parecía inexistente. Inexistente como la perfección; la perfección era ella.
Ella y solo ella, con la piel tersa y blanquecina, esa piel que desde ahora en adelante le pertenecía tanto como la propia. Podía acariciarla, podía besarla y amarla como nadie lo había hecho y como nadie que no fuera ella lo haría jamás.

Millie estaba impresionada y halagada de la facilidad que había tenido Cassie para entregarse, para dejarse vulnerable como no se había mostrado en mucho tiempo.

Cassie estaba dispuesta a parecer vulnerable por Millie si de eso dependía su ser, su alma y su corazón. Estaba expuesta, el frío ya no se colaba por entre los huesos de ambas y el ardor de sus cuerpos al tacto era tan afiebrado como la enfermedad más mortal jamás detectada, delirando por la otra, reclamandose mutuamente como su aire y su razón de vivir.

Las palabras no eran coherentes, las frases no se formulaban correctamente solo por el deseo de ser la única, por ahora y siempre, de la otra.

Finalmente, después de un tiempo que nunca podría determinar, decidieron que ya era momento de dejar a sus pulmones llenarse de algo más que el pesado aire acumulado en la habitación. Millie recostada sobre Cassie, jugueteando con los mechones pelirrojos y sonriendo tontamente.

Sonriendo como la enamorada más fiel y emocianada del planeta, del universo... y aún así, no la más enamorada de toda la habitación.

Cassie rió levemente, tan emocionada por las antiguas escenas que pasaban por su cabeza una y otra vez, tan rápido, tan hermoso, tan natural y fantástico. Su novia era definitivamente la persona con la que podría incluso decidir quedarse toda la vida si la misma se basara en todo lo que había sucedido hace unos instantes.

Las marcas en sus cuerpos creadas como si fueran las mismas y admirables constelaciones del cielo más profundo y despejado... ojalá las marcaran para siempre, reclamandose mutuamente de la manera más pura que podrías admirar en un mundo donde lo único que importaba era el acto y no el sentimiento.

Ellas velaron por su amor.

Y algún dios, espíritu o incluso demonio habrá escuchado sus plegarias... porque ciertas cosas tenían buenos finales.

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