Capítulo 7

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Al día siguiente, Leo volvió para hablar con ella. Sentía la urgencia y la necesidad de verla, apenas había podido dormir. Tenía que averiguar por qué sentía todo aquello, por qué sufría aquella necesidad de estar a su lado.

A Jorge le tocaba ese turno de vigilancia, estaba sentado en la pared contraria, jugando con una pelota de goma. Lo saludó con un movimiento de cabeza, echó la cortina suavemente a un lado y pasó sin apenas hacer ruido.

La encontró recostada en una de las paredes de la estancia. Permanecía muy quieta con los ojos cerrados.

Se detuvo en el umbral de la entrada y se quedó allí de pie contemplándola.

Ella sintió su presencia, a pesar de que él era muy sigiloso y no había emitido ningún sonido al entrar, pero su sola presencia le hacía temblar y provocaba en su cuerpo un gran número de sensaciones. Cada poro de su piel conocía su aroma y reconocía el calor de su cuerpo.

Lo había tenido muy presente todo aquel tiempo cuando la arrestaron, cuando la metieron en aquella fría y estéril habitación, cuando le causaron dolor con aquellas horribles máquinas. Mientras pasaba las noches en vela a causa de todas las cosas que le hacían durante el día, mientras sus compañeras de celda dormitaban, ella se lo imaginaba a su lado impartiéndole fuerzas, susurrándole palabras de consuelo. Tenía su imagen grabada muy adentro y ese fue uno de los motivos por el que pudo sobrevivir tanto tiempo en aquel infierno, a aquellos terribles, terroríficos y tormentosos momentos.

Abrió los ojos y se encontró con su mirada, una mirada llena de interrogantes, pero no podía decirle nada...

─Tienes que darme una respuesta. Tu sentencia se ha pospuesto, pero no se ha anulado...

Ella se mantuvo en silencio, contemplando sus ojos, sus labios, su cuello, su fuerte pectoral, deslizando su mirada por cada parte de su cuerpo mientras Leo se estaba empezando a impacientar. Esa chica lo ponía muy nervioso y no sabía muy bien el porqué.

─¿Quién eres? ─su pregunta sonó más brusca de lo que esperaba.

Ella lo volvió a mirar intensamente a los ojos sin decir palabra. Se retaron con la mirada y al poco tiempo el soltó una maldición y salió bruscamente de la estancia. Era una mujer tozuda, no se daba cuenta de que si no respondía la iban a matar.

Jorge vio como su amigo salía furioso de la estancia, lo oyó maldecir e incluso creyó oír algún golpe a una pared. Se encogió de hombros y siguió haciendo rebotar la pelota en la pared.

Leo salió de la cueva principal y se fue a correr por el bosque que la rodeaba. Necesitaba quemar adrenalina, necesitaba nublar sus pensamientos para que dejaran de atormentarlo.

Al saltar por un tronco caído estuvo a punto de tropezar con alguien que estaba agachado detrás.

─¿Pero qué...? ─maldijo entre dientes mientras en un intento de no aplastarlo, caía de lado contra un árbol que estaba cerca. Se quedaron mirando los dos y al final, Leo levantó una ceja y le preguntó─: Justin, ¿qué narices haces tú por aquí? Deberías estar en la cueva.

─¡Shhh! ─le siseo Justin poniéndose un dedo entre los labios, después le hizo un gesto para que se acercara donde estaba él.

Se puso los dos dedos señalándose los ojos y señaló hacía un montoncito de tierra donde había un conejo comiendo hierba. Leo le sonrío y entendió lo que le quería decir, justo debajo del tronco había cinco conejitos pequeños y la intención de Justin era cogerlos con una trampa que había diseñado con una especie de caja de madera y un palo al cual había atado una cuerda.

Aquellos momentos de tranquilidad en el bosque, acompañado de su primo más joven, hicieron que Leo se sintiera relajado y olvidase, aunque solo fuera por unos instantes, la tormenta interior que se había desatado hacía unos días con la aparición de aquella chica y el posterior beso.

Al final, tras un par de horas de espera, consiguieron cazarlos a todos, incluso lograron atrapar a la madre que no había caído en la trampa, pero que sí la rondaba preocupada por sus pequeños.

Laura y Martha se pusieron muy contentas, pero no querían ni oír hablar de matarlos y menos de comerse esos adorables animalillos. A Justin también le daban un poco de pena, pero no quiso dejarlo entrever para que no le considerasen una niña. Al final vino Lury y puso remedio a la discusión que se había generado entre las chicas y Piero y Raulo, que querían comer estofado de conejo.

─Es mejor dejarlos con vida y hacerlos criar, así siempre tendremos carne.

─Ya, lo que tú digas, pero mientras crecen y se reproducen, puede pasar mucho tiempo ─refutó Piero.

─No seas cazurro, hace unas horas no teníamos ninguno y ahora tenemos seis. Puedes esperar unos meses más para comer tu dichosa carne con estofado de conejo.

─Estoy de acuerdo con Piero, hay que esperar demasiado. Mira, mira ─dijo Raulo levantándose la camisa y dejando ver su torso musculado y bien perfilado, haciendo que Laura se pusiera roja como un tomate y que Martha suspirara─. Se me empiezan a notar las costillas. Si no como en condiciones, no puedo luchar, me estoy quedando raquítico.

Justin comenzó a reír, Leo no pudo evitar sonreír y Lury bufó como un gato.

─¡Ay, pobre! Parece una gallina escuchimizada ─se burló Lury─. ¡Déjate de chorradas! A la mínima tienes que estar enseñando el musculito.

Piero y Raulo también comenzaron a reír y al final claudicaron en dejar crecer a los "pezqueñines", engordarlos bien para que crecieran rápido y para poder comer en un futuro un poco de carne fresca, no la carne en conserva que llevaban años comiendo.

Sentencia ©Where stories live. Discover now